Haciendo
a Buero Vallejo uno siente que late una pasión española, que por suerte o por desgracia
en España siempre hemos estado detrás de estas cruces, para atacarlas o para
defenderlas, apunta Juan Carlos Pérez de la Fuente, actual director del Centro
Dramático de España, cuando se le pregunta por la cruz que cuelga sobre su pecho y le
otorga el aspecto de un predicador. Se trata de una cruz buñueliana, que a
veces sustituye por otra que cumple el papel de encendedor. De la Fuente es fumador
pertinaz y sufre por las prohibiciones. No puede precisar por qué lleva ahora la cruz.
Tal vez por miedo al avión: No es nuestro hábitat normal, señala en la
entrevista que concede a Página/12, poco después de su arribo a Buenos Aires, donde esta
noche estrenará La Fundación, de Antonio Buero Vallejo, en el Teatro Cervantes. Escrita
en 1974, la pieza cuestionaba en su época al régimen franquista a través de una
metáfora sobre el encierro.Nacido en Guadalajara en 1916, Buero es, en opinión del
director, un existencialista, heredero de Miguel de Unamuno, Valle Inclán, García Lorca
y Calderón de la Barca, y un amante de la justicia por encima de las
ideologías. Considerado uno de los principales autores realistas de temática
social (desde su primera obra Historia de una escalera, de 1949), Buero Premio
Cervantes en 1986 y miembro de la Real Academia Española tuvo una existencia
azarosa. Alistado en las filas republicanas, fue condenado a muerte en 1939, en un juicio
por adhesión a la rebelión, y permaneció preso seis años. En la cárcel
conoció al poeta Miguel Hernández, de quien realizó un retrato (Buero había estudiado
en la Escuela de Bellas Artes de Madrid). Al quedar libre se dedicó por entero a la
escritura.¿Cree que Buero ha sido un autor relegado en España? Se ha dicho
siempre que fue la conciencia del pueblo español en aquellos años de la dictadura.
Después, durante la democracia se produjeron graves olvidos respecto de los que habían
luchado para que tuviéramos esta libertad. En 1994 se puso El sueño de la razón en el
María Guerrero de Madrid, pero se trataba de una producción valenciana. Buero no había
entrado en ese teatro desde hacía 45 años. Algunos directores del Centro Dramático
(creado en 1978 por Adolfo Marsillach) han estado poco comprometidos con la dramaturgia
española. No me cabe duda de que es mucho menos problemático montar a Chéjov, Ibsen o
Shakespeare que a un autor vivo que puede opinar y polemizar con el director.
¿Introdujo cambios en la obra?Sí, y creo que necesarios. Buero forma parte
del claroscuro español (por su cercanía a la pintura de Goya), y muestra a veces un
realismo excesivo. Este, como el costumbrismo, ha tenido en nuestro país olor a alcanfor.
En mi opinión, el suyo es realismo existencial, y pasa por Unamuno, Lorca... Cuando se
estrenó La Fundación, en 1974, la realidad era tan dura que el público necesitaba que
la obra fuera realista, que todos dijéramos esos presos somos nosotros y España
entera es una cárcel. Había necesidad de establecer un cordón umbilical entre el
escenario y la realidad española.¿Se entendió así, realmente? Sí. El
Teatro Fígaro, donde se estrenó, se convirtió en santuario de libertad. El público
acudía a leer entrelíneas, porque en el 74 todavía teníamos censura. Francisco
Franco murió en 1975, y recién entonces tendió a desaparecer. No se podían dar gritos
de ¡Asesino!, por ejemplo. Siempre se estaba pendiente del último ensayo, de cómo lo
calificaban los censores. ¿Qué pasa ahora con una situación política y un
público diferentes? La reacción de las nuevas generaciones fue una sorpresa.
Estrenamos La Fundación en el 98, en el Teatro Campoamor de Oviedo, y se produjo
algo mágico. El público se entusiasmó, y algunos discutieron si lo que veíanera o no
fiel a Buero. Sometimos la obra a una lectura actual: nos arriesgamos. Sabemos que Buero
es muy celoso de su palabra y es probable que de haber asistido a los ensayos no me
hubiese dejado limpiar el texto, quitándole las reiteraciones. ¿Cuál es entonces
su propuesta? Seducir y alienar, porque eso va a favor del efecto de
inmersión de la obra: El público se encuentra sin saber cómo en la mente del
protagonista, que se ha vuelto loco. Descubre por sí mismo ese estado; también que está
preso. Para esta obra, dependemos mucho de los espacios. En el María Guerrero de Madrid
se consigue esa inmersión, porque es pequeño, como una bombonera.
¿España tiene hoy un teatro crítico? Se dice que Buero ha hecho un teatro
político. Prefiero llamarlo de conciencia. Un teatro que te pone un espejo
delante y te dice no tengas miedo de mirarte. En España no se hace teatro crítico ni
mucho menos. Pero le toca a un teatro público, pagado con los dineros de la gente, la
labor de no hacer tanta comedia amable ni drama de pequeñeces sino un teatro de grandes
conflictos. Cuando este gobierno me nombró, dije públicamente que debía ser una especie
de Pepito Grillo, ese personaje que va señalando aquello que no funciona. Podemos llegar
a incomodar con el CDE, pero eso está bien. Es necesario. El teatro de Buero es el teatro
de nuestra vergüenza. Si a principios de siglo Ramón del Valle Inclán puso a nuestros
héroes ante unos espejos cóncavos y mostró el esperpento, en estos últimos
años fue Buero, quien enfrentándonos a un espejo límpido nos ha dicho que nos quitemos
las máscaras, que vale la pena todo, menos la alienación y la manipulación, a veces muy
sutil. En época de elecciones, los políticos saben muy bien cuáles son los dos o tres
cauces en los que nos movemos. Esto demuestra que no somos tan libres como creemos o que
nos hemos vuelto demasiado cómodos.¿Se critican los planes culturales del
gobierno?En este momento hemos podido concientizar al Ministerio de Cultura de que
hay una responsabilidad del gobierno frente a la cultura, que no se la puede dejar en
manos privadas, y que no podemos vivir en un liberalismo atroz. Una prueba es la presencia
de funcionarios (no precisamente de la izquierda española) en el estreno de San Juan, de
Max Aub, uno de los autores exiliados y malditos de España. Estas son las contradicciones
necesarias para lograr el reconocimiento y la convivencia. En el Centro vamos a hacer un
buen teatro, de izquierda o de derecha, pero por encima de los gobernantes. Queremos
sentar un precedente para que nadie que llegue a la dirección del CDE diga después vamos
a hacer este teatro y no otro. El año que viene montaremos El cementerio de automóviles,
de nuestro Beckett, Fernando Arrabal, un autor que se ha representado en todo el mundo,
casi nada en España y nunca en un teatro público. El cementerio... se estrenó, pero en
forma privada. La dirigió el argentino Víctor García en 1978, durante la transición,
una época en la que había más espectáculos en la calle que en los escenarios. |