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JUAN CARLOS PEREZ DE LA FUENTE, DEL CENTRO DRAMATICO ESPAÑOL
“En mi país no se hace teatro crítico”

El director presentará aquí desde hoy la obra“La Fundación”, de Antonio Buero Vallejo, un“olvidado” del teatro español contemporáneo.

De la Fuente apunta que el teatro público español debe modificar sus prioridades y contenidos.
“Nuestra labor no es hacer tanta comedia amable ni drama de pequeñeces, sino un teatro de grandes conflictos.”

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t.gif (862 bytes)  “Haciendo a Buero Vallejo uno siente que late una pasión española, que por suerte o por desgracia en España siempre hemos estado detrás de estas cruces, para atacarlas o para defenderlas”, apunta Juan Carlos Pérez de la Fuente, actual director del Centro Dramático de España, cuando se le pregunta por la cruz que cuelga sobre su pecho y le otorga el aspecto de un predicador. Se trata de una cruz “buñueliana”, que a veces sustituye por otra que cumple el papel de encendedor. De la Fuente es fumador pertinaz y sufre por las prohibiciones. No puede precisar por qué lleva ahora la cruz. Tal vez por miedo al avión: “No es nuestro hábitat normal”, señala en la entrevista que concede a Página/12, poco después de su arribo a Buenos Aires, donde esta noche estrenará La Fundación, de Antonio Buero Vallejo, en el Teatro Cervantes. Escrita en 1974, la pieza cuestionaba en su época al régimen franquista a través de una metáfora sobre el encierro.Nacido en Guadalajara en 1916, Buero es, en opinión del director, un existencialista, heredero de Miguel de Unamuno, Valle Inclán, García Lorca y Calderón de la Barca, y “un amante de la justicia por encima de las ideologías”. Considerado uno de los principales autores realistas de temática social (desde su primera obra Historia de una escalera, de 1949), Buero –Premio Cervantes en 1986 y miembro de la Real Academia Española– tuvo una existencia azarosa. Alistado en las filas republicanas, fue condenado a muerte en 1939, en un juicio por “adhesión a la rebelión”, y permaneció preso seis años. En la cárcel conoció al poeta Miguel Hernández, de quien realizó un retrato (Buero había estudiado en la Escuela de Bellas Artes de Madrid). Al quedar libre se dedicó por entero a la escritura.–¿Cree que Buero ha sido un autor relegado en España? –Se ha dicho siempre que fue la conciencia del pueblo español en aquellos años de la dictadura. Después, durante la democracia se produjeron graves olvidos respecto de los que habían luchado para que tuviéramos esta libertad. En 1994 se puso El sueño de la razón en el María Guerrero de Madrid, pero se trataba de una producción valenciana. Buero no había entrado en ese teatro desde hacía 45 años. Algunos directores del Centro Dramático (creado en 1978 por Adolfo Marsillach) han estado poco comprometidos con la dramaturgia española. No me cabe duda de que es mucho menos problemático montar a Chéjov, Ibsen o Shakespeare que a un autor vivo que puede opinar y polemizar con el director. –¿Introdujo cambios en la obra?–Sí, y creo que necesarios. Buero forma parte del claroscuro español (por su cercanía a la pintura de Goya), y muestra a veces un realismo excesivo. Este, como el costumbrismo, ha tenido en nuestro país olor a alcanfor. En mi opinión, el suyo es realismo existencial, y pasa por Unamuno, Lorca... Cuando se estrenó La Fundación, en 1974, la realidad era tan dura que el público necesitaba que la obra fuera realista, que todos dijéramos “esos presos somos nosotros y España entera es una cárcel”. Había necesidad de establecer un cordón umbilical entre el escenario y la realidad española.–¿Se entendió así, realmente? –Sí. El Teatro Fígaro, donde se estrenó, se convirtió en santuario de libertad. El público acudía a leer entrelíneas, porque en el ‘74 todavía teníamos censura. Francisco Franco murió en 1975, y recién entonces tendió a desaparecer. No se podían dar gritos de ¡Asesino!, por ejemplo. Siempre se estaba pendiente del último ensayo, de cómo lo calificaban los censores. –¿Qué pasa ahora con una situación política y un público diferentes? –La reacción de las nuevas generaciones fue una sorpresa. Estrenamos La Fundación en el ‘98, en el Teatro Campoamor de Oviedo, y se produjo algo mágico. El público se entusiasmó, y algunos discutieron si lo que veíanera o no fiel a Buero. Sometimos la obra a una lectura actual: nos arriesgamos. Sabemos que Buero es muy celoso de su palabra y es probable que de haber asistido a los ensayos no me hubiese dejado limpiar el texto, quitándole las reiteraciones. –¿Cuál es entonces su propuesta? –Seducir y alienar, porque eso va a favor del “efecto de inmersión” de la obra: El público se encuentra sin saber cómo en la mente del protagonista, que se ha vuelto loco. Descubre por sí mismo ese estado; también que está preso. Para esta obra, dependemos mucho de los espacios. En el María Guerrero de Madrid se consigue esa “inmersión”, porque es pequeño, como una bombonera. –¿España tiene hoy un teatro crítico? –Se dice que Buero ha hecho un teatro político. Prefiero llamarlo “de conciencia”. Un teatro que te pone un espejo delante y te dice no tengas miedo de mirarte. En España no se hace teatro crítico ni mucho menos. Pero le toca a un teatro público, pagado con los dineros de la gente, la labor de no hacer tanta comedia amable ni drama de pequeñeces sino un teatro de grandes conflictos. Cuando este gobierno me nombró, dije públicamente que debía ser una especie de Pepito Grillo, ese personaje que va señalando aquello que no funciona. Podemos llegar a incomodar con el CDE, pero eso está bien. Es necesario. El teatro de Buero es el teatro de nuestra vergüenza. Si a principios de siglo Ramón del Valle Inclán puso a nuestros “héroes” ante unos espejos cóncavos y mostró el esperpento, en estos últimos años fue Buero, quien enfrentándonos a un espejo límpido nos ha dicho que nos quitemos las máscaras, que vale la pena todo, menos la alienación y la manipulación, a veces muy sutil. En época de elecciones, los políticos saben muy bien cuáles son los dos o tres cauces en los que nos movemos. Esto demuestra que no somos tan libres como creemos o que nos hemos vuelto demasiado cómodos.–¿Se critican los planes culturales del gobierno?–En este momento hemos podido concientizar al Ministerio de Cultura de que hay una responsabilidad del gobierno frente a la cultura, que no se la puede dejar en manos privadas, y que no podemos vivir en un liberalismo atroz. Una prueba es la presencia de funcionarios (no precisamente de la izquierda española) en el estreno de San Juan, de Max Aub, uno de los autores exiliados y malditos de España. Estas son las contradicciones necesarias para lograr el reconocimiento y la convivencia. En el Centro vamos a hacer un buen teatro, de izquierda o de derecha, pero por encima de los gobernantes. Queremos sentar un precedente para que nadie que llegue a la dirección del CDE diga después vamos a hacer este teatro y no otro. El año que viene montaremos El cementerio de automóviles, de nuestro Beckett, Fernando Arrabal, un autor que se ha representado en todo el mundo, casi nada en España y nunca en un teatro público. El cementerio... se estrenó, pero en forma privada. La dirigió el argentino Víctor García en 1978, durante la transición, una época en la que había más espectáculos en la calle que en los escenarios.

 

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