Bar de políticos, artistas, servicios y
periodistas, lugar para exhibirse en Recoleta, ayer La Biela fue designado por la
Legislatura porteña como Sitio de Interés Cultural. |
Por Cristian Alarcón Políticos de todas las cepas, los tuercas más patricios de los sesenta, estrellas, escritores, ignotos criminales, damas de la sociedad, voceros, servicios, periodistas de todos los kilates han hecho de La Biela un clásico. Escena de las últimas cinco décadas porteñas, reducto en el que se han blanqueado decisiones de pocos para millones, recomendación de cuanto libro para turistas se consulte, desde ayer el bar de Quintana y Ortiz por votación plena de la Legislatura de Buenos Aires es Sitio de Interés Cultural. Ese valor fue explicado ayer por el autor del proyecto sancionado, el justicialista Guillermo Oliveri: "A La Biela en la década del 60 llegaron los primeros hippies, en los ochenta los chetos y a partir de los noventa fue sede privilegiada de los yuppies", dijo. El peronismo todavía no era cuando abrió sus puertas La Biela, que tampoco era en el sentido estricto, porque nació como las estrellas, con otro nombre. Se llamaba La Viridita, veredita en gallego. Bar de barrio, experimentó las transformaciones de la Recoleta que supo ser maleva. Donde ahora se ven torres había conventillos y abundaban los gitanos húngaros. Pegado al bar, donde ahora viven dos habitués, Gerardo Sofovich y César Menotti, había un conventillo del que salían voces de escándalo y algún herido de vez en cuando después de las rencillas matreras. "Era de cuarta hasta que en el cincuenta llegó el mejor estilo de gente. Ahora viene de lo más granadito de la Argentina y el mundo", dice uno de los dueños, el españolísimo Francisco Ripol. En ese cambio también tuvo otros nombres. Fue Aerobar, porque hubo una asociación de pilotos civiles en frente. Pero pronto, nadie sabe cuándo, le estamparon La Biela. Fue culpa del playboy porteño y tuerca Roberto "Vitito" Mieres. Pasaba a 160 por esa esquina que entonces era Quintana y Junín, cuando aún no había peatonal Ortiz, y se le rompió la biela, esa pieza clave del motor. Vitito era un Isidorito como muchos otros habitués. Corrían picadas por Quintana y el tout Buenos Aires miraba desde la viridita. Durante los setenta fue bunker de la derecha y un símbolo para la izquierda. Paraban allí los muchachos de la Triple A que recibieron una bomba a la hora del té en 1975 de una de las organizaciones armadas. "Siempre tuvimos personajes conflictivos. Acá almorzaba Camps", reconoce Ripol. "Pero ahora --explica--, si venís a las dos de la mañana ves a los políticos de todos los bandos porque La Biela es como Suiza." Hasta el comienzo del '94 La Biela también tenía un restaurante, un sitio clásico con cocineros de gusto criollo en el que todos los días almorzaba Adolfo Bioy Casares. Cuando dejó de funcionar, Bioy mudó sus mediodías muy cerca, a Lola, y se lo dejó de ver en Quintana y Ortiz. En una visita de cortesía regresó poco antes de su muerte. Miró sobre la barra esas fotos de la Recoleta. Ripol preguntó: "¿Los conoce?". El contestó: "Me parece alguno conocido", y se le notó una leve sonrisa. Las fotos habían sido tomadas por él para ilustrar el libro de un amigo que no llegó a la imprenta. Allí continúan, en la eternidad de La Biela.
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