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Por Hilda Cabrera ![]() ![]() En diálogo con Página/12, Czertok, codirector y colaborador en la dramaturgia (que pertenece a Herrendorf), diseñador de luces y actor, cuenta que Tempestad fue un proyecto de veinte años: "Desde la fundación del grupo comenzamos a reunir materiales que se relacionaban con la Shoah", precisa. Rechaza la palabra holocausto, que -apunta-- designa al sacrificio que se ofrenda: "Los judíos no quisieron ofrendarse, fue un asesinato." Estrenada en Italia en 1997, la obra se vio en Alemania, Polonia, Francia y Austria. Su presentación en el lugar donde estuvo el campo de concentración de Dachau conmocionó al grupo. --¿Cómo fue esa experiencia? --Desde hace cuarenta años se organiza allí en noviembre una ceremonia que recuerda "La noche de cristal" (el pogrom nazi del 9 al 10 de noviembre de 1938). Para este año, los organizadores pensaron en nuestra obra y nos invitaron a participar. Nos encontramos con un público joven, gente mayor y sobrevivientes. Sentíamos que el espectáculo había sido creado para ese lugar. Cuando terminamos, el silencio fue total. Nos quedamos ahí parados. Después un sobreviviente de Auschwitz dijo que no había podido aplaudir, que los actores lo disculparan porque no había querido ofenderlos. Estábamos muy emocionados. Le contesté que ese silencio era el mejor homenaje a la labor de un actor, porque significaba que habíamos sellado un pacto, compartiendo profundamente esos momentos. --¿Por qué demoraron tanto en presentar un trabajo sobre la Shoah? --El asesinato en masa de los judíos por los nazis es uno de los temas imposibles. La mayoría de los intelectuales coincide en la imposibilidad de representar un crimen de dimensiones tan vastas. Este trabajo nace de una cuestión personal. Cora y yo tenemos ascendencia judía. La mamá de Cora nació en Varsovia y se fue en 1939. Se salvó. La familia de mi papá cumplió un rol importante en la rebelión del ghetto de Varsovia. Nuestras familias pertenecieron a la generación del silencio. Durante cuarenta años mi padre no me contó nada. Tampoco la familia de Cora. Nuestra generación descubrió de golpe que había que encontrar una retórica adecuada para hablarles a nuestros hijos. Este es un intento que no se limita al hecho teatral, sino que se encuentra en la matriz de nuestro trabajo de calle, de un teatro que se dirige fundamentalmente a un público no profesional. --¿Por qué eligieron Italia para trabajar? --No queríamos perder nuestra identidad. Teníamos oportunidad de ir a Francia o Alemania, pero al poco tiempo que llegamos a Italia nos invitaron a presentarnos en Ferrara, en un hospital psiquiátrico. Fue una buena movida, y nos quedamos. Alternamos el "teatro de la terapia" con los espectáculos. No soy psiquiatra, aplico el teatro como arte terapéutico. Dentro de la cultura, el teatro es un contenedor: se puede ser uno mismo, sabiendo que no va a ser enjuiciado. Tengo una docencia de terapia en el hospital de Módena. Es un reconocimiento importante, porque se admite a alguien que está fuera del clan de los psiquiatras. En Ferrara tenemos una sala y una escuela reconocidas por la región y el Estado. --¿Cómo es hoy el panorama para el teatro de calle? --En Italia se han quitado muchas subvenciones con el argumento de que no es un teatro en serio. Nosotros no tenemos problemas en la región, a pesar de la dificultad de alguna gente para entender que el teatro de calle es una militancia, y que cuando un espectáculo es bueno despierta la pasión, combate la ignorancia y la tristeza. Los teatreros no tenemos otra alternativa que salir adelante sin temerles a los prejuicios y buscar a la gente. Si no salimos a la calle, perderemos el tren. Es el único reducto donde aún podemos controlar el proceso productivo. El teatro jode al sistema, porque no entra en la economía de mercado. No se puede reproducir a gran escala, y es capaz de un desafío. El teatro debe provocar, un verbo que en latín quiere decir dar la voz.
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