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Por Luciano Monteagudo Desde Mar del Plata "Marguerite Duras me quería mucho y creo que ese amor empezó entre nosotros cuando nos dimos cuenta de que nos gustaba el mismo vino. Hicimos juntos, hace años, una película que se llamaba Le Camion, un film muy original, como todos los suyos, y recuerdo que la crítica fue muy injusta con ella, porque nadie hasta entonces había expresado el mundo de la mujer de la manera en que ella lo hizo." No fue fácil para Gérard Depardieu hablar de cine y desprenderse de la banalidad que rodeó toda su fugaz visita al Festival de Mar del Plata. Llegó para la ceremonia de inauguración y antes de la proyección de Asterix y Obelix contra el César debió atravesar pruebas mucho más difíciles que las de los personajes de Goscinny y Uderzo, los populares héroes del comic francés. La primera fue una increíble reveillon de bienvenida, la noche del jueves, en el Salón Versailles del Hotel Hermitage, en la que fue literalmente arrojado a los leones. Tanto él como Catherine Deneuve de pronto descubrieron que ninguno de sus anfitriones estaba a la vista y que no podían desprenderse del enjambre de luces, cámaras de TV y fotógrafos que los perseguían y asfixiaban, mientras apuraban cada vez más el paso, hasta volver a encontrar la salida, ya en plan de fuga. Una vez en el Teatro Auditorium, la velada del jueves presentó aristas insólitas, cuando Susana Giménez le entregó un premio a Depardieu por su trayectoria y a continuación el locutor de la ceremonia le ordenó al francés, en perfecto castellano: "¡Tú te quedas aquí"! Y Depardieu, que siempre se mostró del mejor humor posible, casi divertido con la situación, le tuvo a su vez que entregar una estatuilla a Susana, una estatuilla que era idéntica a la que la diva le había dado unos segundos antes. Al punto que Gérard le dijo a la Giménez: "¿Y si te devuelvo la mía?". De más está decir que Depardieu --como mucho público-- no se quedó en la sala para ver la película, cuya proyección comenzó casi dos horas después de lo previsto, gracias a la retahíla de discursos, agradecimientos y números musicales for export. Ya se sabe, para Julio Mahárbiz --que sigue siendo director del festival, a pesar de la tan promocionada privatización de la muestra-- el cine, los films ocupan siempre el mismo lugar: el último. La mañana de ayer no fue demasiado diferente para Depardieu, que en la conferencia de prensa se vio interrogado por los cronistas de "Rumores", de "Indiscreciones" y hasta por el ubicuo Figuretti, que en un gesto que resumió tanto su sentido del humor como el nivel general de la muestra marplatense le regaló ante las cámaras, a modo de souvenir, un baldecito y una pala, frente a la mirada triste, perpleja del actor francés. No hubo allí oportunidad de hablar de los grandes directores con quienes Depardieu construyó buena parte de su ya inmensa filmografía --más de 110 títulos hasta la fecha-- y ni siquiera para comentar demasiado sobre Asterix y Obelix, salvo las obviedades del caso: que son dos personajes que representan el espíritu de Francia, que la comedia es una fuente de vida y que sí, que él era el único actor capaz de encarnar al inmenso Obelix, pero que sintió que justo en el momento del rodaje no estaba lo suficientemente gordo como lo exigía el physique du rol, aunque su tamaño actual lo desmienta. Hubo sin embargo algún momento de intimidad en Depardieu --que a punto de cumplir 51 años no deja de fumar un cigarrillo tras otro-- y fue cuando alguien le mencionó su juventud y él reconoció que sí, que de alguna manera el cine fue una salvación para él: "No tuve amor en mi juventud y encontré ese amor que me faltaba en el cine. Haya algo en común, creo, en la mayoría de personajes que he interpretado, por diferentes que sean, desde Cyrano hasta Obelix, pasando por Danton, y es cierta inocencia y cierta determinación que tienen que ver conmigo mismo, por supuesto, pero también con mi relación con el cine, que es una relación apasionada". Después lo esperaban a Depardieu en la vereda del Hermitage, para que inmortalizara sus manos en el cemento fresco, y ya en su habitación los equipos de "El Rayo" y "CQC", para sus entrevistas supuestamente transgresoras, pero que Gerard se encargó de dar vuelta, al punto que Dolores Barreiro salió entre enfurecida y escandalizada del hotel. El cine parecía cada vez más lejos, pero en un aparte con Página/12 Depardieu llegó a comentar sus impresiones sobre Jean-Luc Godard, con quien trabajó en Hélas por moi (1993), y sobre François Truffaut, que lo convocó para El último subte (1980) y La mujer de la próxima puerta (1981). "Más que como el gran cineasta que es, veo a Godard como un profesor, o como un pensador del cine. A su vez, con Truffaut tenía la sensación de que estaba en presencia de un director que con su obra era capaz de comunicarse con lo más profundo de la cultura francesa. Era una persona que amaba el cine y que no podía relacionarse con nada ni con nadie que no tuviera que ver con el cine. Allí encuentro yo su mayor punto de coincidencia con Hitchcock, de quien, por otra parte, había sido su amigo. Pero pienso que ese tipo de cineastas ya casi ha desaparecido. Eran directores --como Claude Miller, con quien hice La quiero con locura, sobre la novela de Patricia Highsmith-- capaces de filmar amores imposibles sublimes. Y a mí también me gustan los bellos y tristes films de amor."
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