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"La gente ve las tortas que hago y se quiere morir"

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La conductora de "Todo dulce", ganadora de  un Martín Fierro, se ríe de la cultura light con recetas en que hace reinar la abundancia.


Por Cecilia Bembibre
t.gif (862 bytes)  "Si comés algo de lo que hace Maru, te envenenás", alerta socarrón un camarógrafo de "Todo dulce". La aludida mira al camarógrafo y, desde su metro sesenta, amaga una trompada de dibujito animado. Después, vuelve a calzarse el delantal para emprender el amasado de las galletitas de canela y limón. "Nunca me imaginé que iba a hacer tortas por televisión antes de los treinta", admite a Página/12 Maru Botana, reciente ganadora de un Martín Fierro de cable por su ciclo de pastelería. Entre la nena que a los diez años hacía alfajores de maicena para el té de sus amigas y la repostera televisiva actual media una adolescencia pasada, obviamente, en la cocina. "Mis amigas me invitaban a salir y mis respuestas eran tétricas, me quedaba hasta cualquier hora frente al horno", cuenta quien empezó como asistente de Francis Mallmann. "De a poco me convertí en la única de mis amigas que me pasaba todo el día en la cocina. Un poco porque nunca nada me parece suficiente: no se trata de hacer una torta, tengo que hacer cinco", afirma convencida.

Es así: "Todo dulce" es la apología del azúcar, una especie de vade retro para los partidarios de una alimentación light. "Elegí lo dulce porque me parece lo más creativo", se defiende ella, acorralada por los comentarios de algunos sufridos televidentes a dieta. No es, por cierto, un tema de rubro, se trata más bien de una cuestión de estilo. Si el "menos es más" tiñó de minimalismo el arte, la moda e incluso la vida cotidiana en los noventa, la pastelera no se dio por enterada. Aquí es un rotundo "más es más". No hay en sus recetas pizcas ni cucharaditas. El dulce de leche va por tarros, la crema se desliza espesa por las superficies horneadas, el chocolate se derrite con manteca y se potencia con cacao. Botana reconoce la existencia del modelo-esqueleto, pero no cede: "Sé que hay al menos una de mis televidentes que guarda palitos de agua en la heladera y los saca cuando empieza mi programa", dice, mientras mezcla los ingredientes de una cheese cake.

En el estudio de Utilísima Satelital hay una línea de cables que serpentea dividiendo espacios y actitudes. Maru de un lado, inmersa en los decorados pasteles de su cocina televisiva, se desplaza con pasos de salsa del microondas a la mesada, siempre fotogénica. Detrás de escena, los camarógrafos intercambian chistes subidos de tono. En un primer momento parecen convivir en pocos metros cuadrados dos estilos incompatibles, el de la frescura casi infantil de la joven conductora y el del humor callejero del resto del equipo. Hasta que la rubia se saca el impecable delantal a cuadritos, sale de cuadro y se suma a la conversación con un par de comentarios demoledores, aunque sin alterar su atildada pronunciación.

Hay una serie de principios categóricos que rigen la cocina --y el local de tortas-- de Botana. Los ingredientes deben ser siempre de primera calidad, aunque resulten más caros. No existe en la pastelería la cocina "a ojo" y sobre todo nunca, nunca hay que confiar en una torta light. "Más vale comer una fruta, o una gelatina dietética. Es un tema complicado, porque en este país la gente le presta muchísima atención al peso, cuando hace mucho que no te ve lo primero que te dice es 'estás más gorda', o '¡adelgazaste!', en vez de preguntarte si estás bien o mal. Mucha gente que vive con restricciones me dice que cuando ve las tortas, se quiere morir." Ella misma rehúye a la tentación de las exquisiteces barrocas que prepara: "Si probás de todo, terminás rodando. Además, para mí los tachos de dulce o la masa cruda son trabajo, ni se me ocurre comérmelos".

Bicho raro de una generación que encumbró la manía del envío a domicilio (delivery), Botana no les da tregua. No admite como excusas la reivindicación de la mujer ni la falta de tiempo ni otras cuestiones de la vida moderna. "De mi círculo de conocidos de mi edad, soy la única que invita a su casa", subraya. La cuestión es simple. "Las mujeres que no cocinan o no reciben en sus casas son unas vagas. No quieren que les ensucien ni tener que lavar un plato. Lo veo lógico: a muchas mujeres les parece que la cocina no pertenece al mundo de hoy."

 

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