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Es domingo y no está de más ensayar un juego de ingenio. Arme el lector una frase sencilla, de actualidad, no muy larga, que describa un hecho verídico y que contenga las expresiones "IBM", "Banco Nación" y "corrupción". Tiene diez segundos. Un pálpito: tal vez la que acudió presta a su mente no es la que adornó los diarios de esta semana, que podría sintetizarse así: un grupo de directivos de grandes empresas, entre los que se cuenta un ex gerente general de IBM, recalará en las magníficas oficinas del Banco Nación para ejercitar una inédita auditoría de los organismos y las empresas del Estado, en pos de garantizar eficiencia, transparencia y batallar contra la corrupción. Una suerte de Estado paralelo, compuesto por diez apóstoles que harán gestión pública ad honorem, en un gesto que pretende ser ejemplar, dejando abierto el enigma de si carece de idoneidad para esos cargos quien no tenga diez o cien millones dentro del colchón. El proceso privatizador, dijo alguna vez el sociólogo José Luis Coraggio, fue el traspaso del patrimonio del Estado corrupto a manos del capital privado que lo corrompió. En nombre de la eficiencia y la pureza, cabría agregar. Los primeros pininos del gobierno de Fernando de la Rúa tienden a completar un círculo comenzado una década atrás: ahora los empresarios se integran, haciendo docencia ética gratuita, al Estado atomizado. La tríada IBM-Nación-corrupción sugiere a oídos del argentino medio una relación armónica y no antagónica --y hay millones de motivos para que así sea-- pero hoy día soplan vientos de cambio y ahora tal vez el gran capital --o, a fuer de ser rigurosos, sus gerentes-- se dedique a predicar honestidad a un Estado en ruinas. El Estado dentro del Estado que --abusando del simbolismo-- controlará a la Rosada desde las oficinas de un banco, encabezado por Fernando de Santibañes, augura una serie de choques con el gabinete convencional. Nada indica que tendrá funcionalidad esa quinta rueda del carro, una traspolación que suena entre voluntarista y marciana, del management empresario a la lógica política. Y que es, primero que nada, una señal de las varias que emitió el flamante gobierno dirigida a los poderes fácticos que controlan los hilos de la Argentina. Inflación de economistas La segunda es la inflación de economistas que --si se confirman las designaciones que se daban por ciertas en el Hotel Panamericano-- rodeará a De la Rúa en las reuniones de gabinete. Puede que sean cuatro los mosqueteros de la macroeconomía, cifra que excede cualquier equilibrio político y cuya única traducción sensata es ser una reverencia a los poderes financieros. El primer damnificado por esa hiperpresencia es José Luis Machinea, cuyo poder ya fue aminorado con la creación del Ministerio de Infraestructura que --aunque Ricardo López Murphy estuvo a punto de birlárselo-- parece que quedará en manos de Nicolás Gallo. En sordina, como han sido hasta ahora todas las disputas del futuro gobierno, Machinea resistió ese recorte (en rigor, lo aceptaba a condición de que el ministro no fuera Gallo) y fue vencido. Pero esa mutilación es nimia si se la compara con el lastre que le significará tener a tres colegas con piné para sustituirlo y alma de ajustadores corriéndolo por derecha en un gobierno que mira con cariño ese lateral. El vicepresidente Carlos "Chacho" Alvarez suele bromear con "Machi" llamándolo "el último neokeynesiano". Tal vez deberá abstenerse de usar esa chanza, que en sus labios suena amigable, en las reuniones de gabinete, pues se corre el riesgo de que tres ministros pidan ahí nomás la excomunión de Machinea. De las "otras" tres designaciones, la de Adalberto Rodríguez Giavarini (otro que tiene cuentas pendientes con Gallo) era la más previsible. Se suponía que Ricardo López Murphy había cavado solito su fosa cuando en abril propuso reducir los salarios de los trabajadores en un 10 por ciento. En ese momento, en campaña, De la Rúa y Alvarez se apuraron a desautorizarlo. Pero mucha agua ha pasado bajo los puentes y ahora lo quieren a su lado. Pero entre todos los nombramientos que, al cierre de esta columna, parecen de cajón, el que más miga deja es el de Juan José Llach. Un apellido breve, que no tiene en castellano rimas consonantes obvias y que, sin embargo, posiblemente resuene con asiduidad en consignas callejeras. Porque la unción de Llach es tanto un guiño al establishment cuanto una mojada de oreja a los sindicatos docentes, a las conducciones de la Universidad y de Franja Morada. Nixon in China Discó y lo atendió el contestador automático. Dejó el mensaje en voz baja, cual es su costumbre. "Marta. Soy Juan Llach. Quiero invitarte a la presentación de mi libro el miércoles y hablar con vos cuanto antes." Un par de horas después, repitió el recado. Marta Maffei ya había pensado en Llach esa mañana cuando hojeó los diarios. En un reportaje a El Cronista Comercial, el ex número dos de Domingo Cavallo había deslizado sus ideas sobre educación y había acusado al sindicalismo docente de practicar doble discurso. "Cómo puede decir eso si nunca habló con nosotros", rezongó sin levantar la voz. Y se enfureció cuando supo de los rumores que daban a Llach como seguro ministro de Educación. "Le vamos a hacer un rascacielos de carpas blancas", broncó ante un puñado de amigos. Y no respondió las llamadas. "Vamos a formar otro Grupo de los Ocho", gritó casi en paralelo una ex peronista, actual dirigente del Frepaso que seguramente tendrá un cargo ejecutivo en el gobierno entrante. Ninguna de las dos repetirá públicamente esas palabras ni las cumplirá en el corto plazo, ya que otras son sus estrategias y no son las actuales etapas de desmesuras o rupturas apresuradas, pero su furia revela que el nombre de Llach es --para el sindicalismo docente y para los dirigentes de la Alianza que trabajaron cerca de CTERA por más de dos años-- una provocación tan brutal como --para ellos-- inesperada. Siempre se pensó que Educación era uno de los ministerios que De la Rúa iba a confiar a sus aliados del Frepaso. Esa convicción aminoró cuando Chacho impulsó a Graciela Fernández Meijide a Acción Social. De la Rúa concedió pero quedó claro para todos que Graciela y Alberto Flamarique completaban el cupo frepasista en el gabinete. La ecuación, entonces, se hizo difícil sobre todo porque De la Rúa, además, quería fumata blanca de la jerarquía eclesiástica. Así y todo, hasta el miércoles los frepasistas y radicales que trabajan en el área de Educación (Adriana Puiggrós, Irma Parentela, Mary Sánchez, Adolfo Stubrin, Gabriel Dumón, Andrés Delich entre otros) creían que el ministro iba a ser un político, un radical confiable para De la Rúa. Acaso uno entre ellos o Juan Carlos Palmero. No eran los únicos. El mismo miércoles, un dirigente del Frepaso de primera línea, uno de los pocos que expresa siempre y cabalmente el pensamiento de Chacho Alvarez, le explicó a Página/12 que era imposible que Llach recalara en Educación (posibilidad que había anticipado este medio). "En este tema hay que concertar, armar una gran mesa de negociación. Sentar a CTERA, a la Iglesia, a todos los sectores. No podemos poner a un cavallista a hacerlo", aseguró, confiado. Pero, para sorpresa de los frepasistas y los radicales, primó un viejo anhelo de Santibañes, quien viene calentando las orejas de Llach desde hace tres meses. De la Rúa le ofertó la cartera al ex mediterráneo, quien es proclive a aceptar el convite de su viejo amigo. En el reportaje ya mencionado anticipó una comparación sugestiva: el peronismo pudo avanzar con las privatizaciones y vencer la resistencia sindical porque tenía con sus adversarios una pertenencia común. La Alianza es "próxima al pensamiento" de la Universidad y los maestros y tal vez por eso pueda reformar más a fondo sus áreas. Traduce al criollo el adagio "Nixon in China", urdido por politólogos y periodistas norteamericanos para explicar la falta de oposición que tuvo el giro copernicano que le imprimió Richard Nixon, un republicano de derecha, a la relación de su país con China. Cualquier otro que hubiera intentado el acercamiento vertiginoso que encabezó Nixon, explican teóricos y cronistas, hubiera sido sospechado, acusado de proizquierdista. Como el cambio lo lideró un macartista, nadie podía macartearlo. Y logró avanzar lo que nadie. Menem pudo con los sindicatos, pareció decir Llach. Tal vez De la Rúa y Alvarez puedan con la Carpa Blanca. De momento, vientos de fronda rondan la Carpa a la que hace tiempo De la Rúa y Alvarez acudían con asiduidad, costumbre que han olvidado y que --por aplicación del teorema de Baglini-- tal vez empiecen a practicar los peronistas. Primeras señales En esta semana se completará el gabinete y recién entonces se podrá hacer el primer saldo de los gestos de De la Rúa. Si es, al fin, el que los diarios (incluido Página/12) contienen hoy será el gabinete más cercano a la derecha económica con que haya iniciado su gestión cualquier gobierno democrático en Argentina. Todos los nombramientos y los gestos del presidente electo han tenido como norte la City, desde su rápida abjuración de tener en estudio un impuesto a las ganancias de las empresas privatizadas, hasta su apuesta por poner a un avanzado del Banco Mundial en el área educativa, hasta su designio de sumar a todos los economistas que los diarios de la City ponderan como confiables a su gabinete. Eso, sumado a su permanente interlocución con la jerarquía eclesiástica y algunos datos menos ostensibles pero significativos (una sola mujer en un gabinete de once ministros) otorgan un tinte más que conservador al gobierno entrante. "No se engañe. De la Rúa no es un reaccionario. Es un moderado, que militó toda su vida en un partido popular. No gobernará para la derecha, irá lento pero seguro, combinando lo posible con el progresismo. Los progresistas estaremos en segunda línea, pero en cuatro años vamos a tomar algunas colinas y mejorar nuestra posición", explicó a Página/12 un radical no delarruista que estuvo en el gobierno con Raúl Alfonsín, que se autodefine como progresista y revista en el oficialismo. Algunos dirigentes del Frepaso suelen formular comentarios similares. Las primeras movidas del presidente electo sugieren que la City está demasiado cerca y las colinas, ay, algo lejanas.
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