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OPINION
El imperio de los cinco dedos
Por José Pablo Feinmann

Roger Corman sabe hacer películas baratas. Peter Bogdanovich, cierta vez, lo definió como un “avaro compulsivo”. Esa compulsión –a comienzos de los ochenta– trajo a Corman a nuestras costas y el llamado “Rey de la Clase B” coprodujo con Aries un par de películas de esas que se llamaban de “espada y brujería” y cuyo máximo exponente había sido Conan, el bárbaro con Arnoldo y todos sus músculos. La peli que se hizo y que dirigió un tal John Watson –empleado de Corman– fue simpática y aunque Maltin le pone BOMB, tal vez mereciera algo más, un punto o uno y medio. Lo importante es que la protagonista de la peli era nada menos que Barbi Benton, es decir, la primera mina que había llevado al altar a Hugh Heffner (foto), el todopoderoso creador de Playboy. Bien, es el momento de decirlo: yo conocí a Barbi Benton.Fue así: estaba en casa, estaba posiblemente leyendo a Hegel o a Kant, o a Condorito, algo así, cuando se abre la puerta y entra mi mujer hablando en inglés con una mina chiquita pero muy, muy fuerte. Era Barbi Benton. Mi mujer era la diseñadora del vestuario de la peli (cosa divertidísima porque tenía que vestir a guerreros y guerreras medievales) y venía charlando con Barbi muy dispuestas a tomarse un té en casa. Barbi estaba muy atraída por ciertos diseños de mi mujer y así se armó la inesperada reunión. Entran entonces en casa, me levanto, saludo a Barbi y ahí aparece el galán argentino de la peli, que no diré quién es porque es muy conocido y no hay derecho y por ahí se enoja y qué sé yo. De este modo, Barbi y mi mujer se quedan charlando sobre telas y diseños y yo me tomo un café, aparte, con el galán argie, a quien conocía de uno que otro rodaje. El tipo tenía aire de fatigado. Suspira y con cierta resignación, dice: “Aquí me tenés, viejo. Cumpliendo con los deberes del macho argentino”. La miro a Barbi y la veo reluciente, feliz. Por lo visto nuestro hombre nos estaba haciendo quedar bien. Con cierto deslumbramiento, le digo: “Te felicito, hermano. La estás poniendo donde la puso Hugh Heffner”. Chiste que no entendió, sutil ironía que se deslizó vanamente ante él... porque no sabía quién diablos era Hugh Heffner.Heffner es el creador del imperio Play Boy. No debe ser un buen bicho. En Star 80, el último film que hizo Bob Fosse, lo interpreta Cliff Robertson y es casi el villano de la película. Pero Heffner creó Playboy, la gran revista pajera del siglo XX. La que hace de la mujer sólo un objeto para solitarios voyeuristas. La que las transforma en conejitas.Cierta vez, en un show de Johnny Carson, Heffner, muy incómodo, se pone a discutir con una feminista. La mina le da veinte vueltas, lo aniquila con su dialéctica y al final remata su argumentación: “¿Usted andaría por el mundo con un pompón de peluche en el culo?”. Heffner no sabía qué decir. Sólo decía: “No vine para esto”. Heffner vino para otra cosa. Para elegir la playmate del mes. Playmate significa “compañera de juegos”. Y así son las playmates: acompañan a los lectores de Playboy en el juego más solitario y más viejo de todos los tiempos.No tengo nada contra la paja. Por ahí hablo de resentido nomás. Aquí, los pibes de los años cincuenta (yo era uno de ésos) no teníamos nada como Playboy. Sólo un par de lastimosas revistas que se llamaban Cabeza Fresca, Dinamita o algo así. Teníamos tan poco material erótico que ardíamos con sólo mirar una foto de Gabriela Mistral. Por qué no decirlo: ¡qué bien nos hubiera venido Playboy! Además, insisto, la paja no es mala. (O, si lo prefieren, la masturbación, palabra que no me gusta. Me gusta más la nuestra: la vieja y venerable palabra paja.) Woody Allen –creo que en Sueños de un seductor– dice: “¿Qué tiene de malo masturbarse? Sólo es hacer el amor con alguien que uno aprecia y conoce desde hace tiempo”. Y en Manhattan, luego de que Mariel Hemingway elogia sus dotes de amante fogoso, dice: “Es que practico mucho cuando estoy solo”.Pero hay una diferencia. La paja de Allen no es la de Heffner. Heffner trabaja con el costado carenciado, con la soledad irreparable de millones de tipos, tipos que jamás harán el papel del macho argentino ante BarbiBenton. Aunque, si lo pensamos, acaso tampoco quieran hacerlo. Acaso sólo deseen ver, mirar. Porque es verdad que cogiendo se conoce gente. Pero ¿quién dijo que eso es mejor? El pajero no quiere conocer gente. Sólo quiere mirar, estar solo y, socráticamente, conocerse a sí mismo. Coger -piensa– siempre trae problemas. Por una sencilla razón: siempre hay que hacerlo con alguien más y donde hay más de uno empieza el conflicto. Con la paja nunca pasa nada. Pero en serio, eh. Nada. Tal vez sea triste y solitaria. Pero es infinitamente cómoda. Por eso existe Playboy. Por eso Heffner hizo tanta, tanta guita. Porque vivió de la paja. Hizo de ella un imperio y él fue su emperador. Así, se constituyó en uno de los grandes protagonistas del siglo XX, del llamado siglo de la imagen. Del voyeurismo. De Heffner. De la paja.

 

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