Por Luciano Monteagudo
Desde Mar del Plata La clásica película de Luchino Visconti, II
gatopardo (1963), basada en la novela de Giuseppe di Lampedusa, lo explicaba muy bien. Una
forma de conservar el poder es hacer algún cambio, para que todo sigue igual. Con el
Festival de Mar del Plata sucede un poco lo mismo. Ahogado por la falta de recursos y sin
la posibilidad de un salvataje financiero de último momento a cargo del Poder Ejecutivo
(una costumbre desde 1966, que ahora en este período de transición se hace imposible),
Julio Mahárbiz, director onmímodo del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales y
dueño y señor de la muestra, que hasta ahora se hizo con fondos públicos, decidió hace
unos pocos meses privatizarla.Sin llamar a licitación ni dar explicación alguna sobre
las condiciones de la cesión, Mahárbiz transfirió toda la responsabilidad económica a
una recién creada Asociación de Festivales Marplatenses, presidida por el empresario
local Fernando Aldrey Iglesias, propietario del diario La Capital, de la Radio LU9 y del
Hotel Hermitage. Por supuesto, toda esta infraestructura está –como lo había estado
hasta ahora, por otra parte– al servicio del festival y los medios del Gallego
Aldrey, como le dicen aquí en Mar del Plata, se han convertido en estos días en meros
house organs de la muestra. Pero aunque las fotos con las estrellas ahora se las lleva
Aldrey, Mahárbiz sigue siendo –con un perfil mucho más bajo, al punto de que en la
ceremonia inaugural del jueves intentó pasar casi inadvertido– el director general
del festival.Esto implica que nada ha cambiado demasiado en Mar del Plata y que la
sensación sigue siendo siempre un poco la misma desde 1996: que el cine es apenas una
excusa, casi un mal necesario para la organización del festival. La programación, como
ya es habitual, está sujeta a permanentes cambios de último momento, que se actualizan
hora a hora, en unas hojas impresas en el local 44 de la Rambla, dispuesto a tal efecto,
con la mejor predisposición de los voluntarios marplatenses. Aun así, es posible
–como le sucedió a este cronista– llegar a una sala a la hora anunciada de
comienzo de un film y descubrir, ya en el hall del hermoso Teatro Colón, que la función
empezó media hora antes, “por órdenes de allá”, según señala el boletero en
dirección al cuartel general de Hermitage. El peregrinaje puede continuar entonces hacia
otra sala, el Cinema II, donde el cronista esta vez es informado de que “no hay más
cupo para la prensa” y que tendría que haber llegado, por lo menos, una hora antes.
Ganado por la decepción, se retira, para descubrir apenas un rato después, por
testimonios de quienes lograron ingresar, que esa función nunca se pudo realizar, porque
el film había llegado en una copia en 16 mm y la sala no estaba equipada con el proyector
necesario.La paciencia y el estoicismo del público marplatense siempre fueron una
constante durante estos años de festival, pero esta vez la gente pareciera empezar a
cansarse. La asistencia hasta ahora ha sido bastante más exigua que la de las ediciones
anteriores, el precio de las localidades subió y la calidad de la salas bajó. Y, para
colmo de males, este año casi no hay estudiantes de cine ni becarios, que le daban al
festival una vida y una dinámica muy particular. Como suele suceder, las deserciones
están a la orden del día –ya cancelaron sus viajes dos de los principales
directores invitados, el español Luis García Berlanga y la italiana Lina Wertmüller,
que tienen sus respectivas películas en competencia– y un problema mayor es que a
cuatro días de comenzado el festival todavía no hay catálogos, por lo cual la
desinformación es casi total.El público nunca sabe a priori (y a veces ni siquiera a
posteriori) qué es lo que va a ver o lo que vio, quiénes son sus directores e
intérpretes, o al menos cuál es la duración de film, lo que le permitiría planificar
mínimamente una tarde de cine. Sin embargo, siempre están los optimistas,aquellos que
dicen que, en fin, esta situación no deja de ser un incentivo, una verdadera cita a
ciegas con el cine, que permite la posibilidad de la sorpresa, de descubrir por azar, sin
ningún tipo de prejuicios, entre las 190 películas que promete Mar del Plata, una obra
maestra desconocida. O, si los dioses no están con uno, de sucumbir ante algún ejercicio
presuntuoso de film d’art. Y entonces volver a probar suerte, como en el casino.
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