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Por Juan José Panno El aplauso de compromiso y el grito apagado que cayeron sobre el atardecer de La Boca, al final del partido, sonaron como un eco del sentimiento colectivo: "allegro ma non tropo". Los hinchas habían estado demasiado pendientes de lo que ocurría en Córdoba y por eso el gustito de la victoria, se volvió ácido ante la goleada de River. "Vamos, vamos los xeneizes/ vamos, vamos a ganar/los de arriba son gallinas/los podemos alcanzar", cantaron los hinchas, como un himno de guerra, durante un largo rato, antes del comienzo del partido con Unión y aún cuando ya se sabía que Aimar de tiro libre había puesto en ventaja a River en el inicio del encuentro de Córdoba. Los boletos boquenses estaban puestos en dos ventanillas: la propia y la de Talleres, en teoría el rival más difícil de los que le quedaban a los del Pelado hasta el final del torneo. Era tanta la ansiedad, eran tantas las ganas de gritar en estéreo que casi simultáneamente con el gol de Samuel, se escuchó el clásico murmullo creciente que se vuelve ovación para celebrar el empate de los cordobeses en el Chateau. Pero había sido una falsa alegría, un festejo a lo Pinky en la Matanza, un gol de boca de urna poco rigurosa. Un rato más tarde llegó el empate oficial, verídico y legítimo de Gigena y entonces sí se sacudieron los cimientos de la Bombonera y la modorra de un partido medio plomo. "Los de arriba son gallinas...." volvió a la cabeza del ranking de cantos de la hinchada ante la buena nueva que traían las radios. Había tiempo para todo: para entusiasmarse con el arranque del pibe Ruiz en cada jugada, para lamentar que el pibe Ruiz no terminaba una bien, para aplaudir a Serna que ya se perfilaba como el mejor de la cancha, para reclamarle al desconocido Riquelme que acertara alguna, para aplaudir el despliegue de Cagna, para asustarse un poco (no demasiado) cuando la pelota pasaba cerca del área de Córdoba y para rogarle a todos los santos (Héctor incluido) que los cordobeses metieran el segundo. Fue curioso el rebote mediático del penal para Talleres: los dueños de las portátiles dieron la noticia en voz alta y el grito de los vecinos se multiplicó. En segundos todos estaban enterados de lo que pasaba y sonó un chistido colectivo pidiendo silencio, como antesala del gol que gritarían cuando convirtiera Gigena. Detrás del "shhhhh...." los dueños de las radios levantaron el volumen y cuando los relatores, en vez de cantar gol, empezaron a hablar elogiosamente de Bonano, soplaron los vientos del mudo desencanto. En el entretiempo, la gente recordaba el tiro en el palo de Moreno y los otros tres o cuatro goles perdidos en jugadas muy claras, pero más que eso se quejaba por el penal perdido en el partido que más importaba. Algunos hablaban del "boludo de Gigena", otros del "culo roto" de Bonano. Y de pronto, apenas se reanudó el encuentro de los oídos, llegó un nuevo gol de cartulina de Talleres. Lo que mató en esta caso fue la ansiedad. Resulta que Astudillo estaba sólo para el gol, un relator se apuró a cantarlo y de nuevo el murmulllo se volvió explosión. Otro grito de mentirita."Cuando estaba el Alumni esto no pasaba", pensó un veterano, pero no dijo anda por miedo a las cargadas. De ahí hasta el final hubo sólo dos gritos de verdad, pero que se dieron en el partido de los ojos: uno por el penal que le hicieron a Barhijo y otro por la conversión de Guillermo Barros Schelotto. Desde Córdoba, mientras tanto, todas las noticias que llegaban eran infaustas: expulsión de García, gol de Saviola, gol de Pereyra, ahí muchos apagaron las radios y ni se enteraron del cuarto. Y entonces cuando el árbitro dijo basta, el movimiento musical que se escuchó fue, como se dijo, "alegro ma non tropo".
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