1.
Hasta el año pasado, el programa de Marcelo Tinelli peleaba por los primeros lugares en
las mediciones con una apuesta importante a las producciones: cámaras viajando por el
mundo, los excelentes rapporteros, sketches con imitaciones de Miguel Angel Rodríguez, el
dúo de Los Insoportables, Figuretti haciendo de Figuretti, etc. etc. La lucha por el
rating le salía caro a "El show de Videomatch", pero valía la pena, en
términos artísticos y en términos de negocios. El cambio obligado de horario, y la
reducción a una hora del programa, le planteó este año al conductor una encrucijada:
debía resignar producción, lo que le abarataba los costos, pero a la vez mantener o
mejorar su rating. Tras varias semanas de titubeos, y de evidentes cambios en el staff,
Tinelli se decidió por un programa entero en el piso, el modo más barato de hacer
televisión. Los resultados parecieron demostrarle que estaba equivocado cuando gastaba
mucho, si se tiene en cuenta que el programa luce, desde hace meses, inamovible en el tope
de las mediciones. ¿Cuáles son los trucos secretos de "El show de Videomatch"?
El primer truco secreto es... un desfile interminable de niños haciendo monerías de todo
calibre. El segundo, un humorista imposible, Larry de Clay, que cuenta, mal, un
seleccionado de los peores chistes del planeta.
La figura de Tinelli es emblemática de los
años del menemismo: su meteórica carrera hacia el estrellato comenzó en abril de 1990
luego de las privatizaciones y por sus sucesivos programas fueron pasando buena parte de
los iconos de estos años, el presidente incluido. Aquel Tinelli de flequillo y remera
debajo de la camisa semiabierta que abrazaba al presidente y montaba
partidos de papi fútbol en un estudio de "Ritmo de la noche", en que todos iban
al corte bailando con las patitas arriba, parece hoy el hermano menor del próspero
empresario que factura cada segundo y cada mención que concreta, pero vive en él, qué
duda cabe. La ostensible minimalización de todo el universo Tinelli parece estar hablando
de un nuevo tiempo: el público premia hoy un retorno a la inocencia perdida, o mejor
aún, a la máscara de la inocencia perdida. Chicos haciendo de chicos y un señor gordo
contando chistes malos parece hablar al mundo de cómo el mundo fue casi siempre, hasta
que un circo beat se instaló en el poder y a fuerza de Armani, cirugías e impunidad fue
creando una hiperrealidad cada vez más difícil de desestructurar.
2. Alguna vez se
pensó que las bromas de aquel Tinelli populista, franelero y francachelero eran típicas
de los chicos de colegios privados y que los Mario Pergolini and Co. eran de chicos de
colegios estatales. El insensato proyecto inicial de Pergolini de competirle a Tinelli en
su campo y en su horario naufragó antes de la reelección de Menem: el espíritu de la
época era de un bizarrismo a lo "todo x 2 pesos". Por otra parte, uno de los
presupuestos básicos de aquel Pergolini de "La TV ataca" y "Hacelo por
mí", que había mucha gente tonta e inocente y que era bueno burlarse de ella desde
un lugar canchero, se convirtió en un boomerang. Independientemente de cómo Tinelli fue
adaptando a su tono ideas del clan Pergolini, está claro que la hora de gloria de éste
comenzó con el momento del menemismo consolidado, al promediar la década. Cuando
"C.Q.C" comenzó a transformarse sobre la marcha en una despiadada crónica de
las vanidades y tonterías de una parte de los políticos, y de sus entornos, la
televisión argentina encontró una fórmula nueva, que más temprano que tarde
comenzaría a exportar. Los chicos tremendos ya no se reían de los viejos y los
provincianos, se reían de los políticos, los poderosos y los famosos de pacotilla.
Hacían exactamente aquello que hubiesen querido hacer ciudadanos que sólo pueden
expresar repudio cuando votan, o en improbables cara a cara.
La plaga de noteros-estrella de la
televisión de hoy es uno de los resultados más evidentes de "C.Q.C", que no
hubiese sido lo que ha sido sin Andy Kuznetzoff y Daniel Tognetti, dos de los personajes
mejor construidos de la televisión argentina del último lustro. Que el programa termine,
supuestamente para siempre, con el fin del gobierno de Menem tiene una lógica inexorable:
jamás encontrará en los políticos de la Alianza un campo tan fértil para la sátira,
el escrache y la burla. La cobertura de Kuznetzoff del viaje de Fernando de la Rúa a
París, emitida la semana pasada, hacía agua por todas partes, no por su falta de
capacidad sino por la impenetrabilidad del elenco con el que debía relacionarse. No era
sólo por un problema de respeto o de simpatía que el cronista no lograba gastar a De la
Rúa. Es que éste no le daba pie. Independientemente de otros razonamientos posibles
--que Cuatro Cabezas hizo tanta plata que Pergolini no necesita ponerse ante las cámaras
para seguir generando nuevos negocios, que tiene compromisos con el gobierno entrante, que
cinco años al aire son un siglo, etc.-- está claro que el fin de "C.Q.C." es
tan producto de un viento de cambios como el brusco giro de Tinelli hacia un mundo de
inocencias. Es la sociedad la que reclama un poco de la inocencia perdida, la que necesita
de un país en que los políticos no sean mamarrachos, los conductores no sean cínicos y
los medios sirvan para otra cosa que para denunciar sistemáticamente la corrupción
reinante. No es que la corrupción desaparecerá por un cambio de gobierno ni que algunos
políticos vayan a dejar de ser mamarrachos porque sí, pero está claro, incluso desde
los votos, que la sociedad estaba harta del carnaval de Anillaco. Y que todos queremos
tener tiempo y ganas para reírnos como chicos de un chico cantando con gesto serio una
canción que apenas si llega a entender.
3. El fin de semana que acaba de
pasar, la cartelera de recitales de música de Buenos Aires parecía expresar un reinado
psicobolche: actuaron León Gieco-Víctor Heredia, Juan Carlos Baglietto-Lito Vitale, Ana
Belén. Bersuit Vergarabat-Palo Pandolfo a beneficio de Abuelas de Plaza de Mayo, los
cubanos Vicente y Santiago Feliú y Fito Páez en varios de los principales escenarios del
centro. Una retahíla de espectáculos así, dirigidos al público progresista, forma
parte del mismo espíritu de época someramente descripto: esa gigantesca legión formada
por miles y miles de personas tiene, entre algunas pocas cosas en común, ganas de
festejar que se termina, junto con el siglo, el gobierno de Menem. ¿Prepararon ya sus
botellas de champagne? Es bueno, alguna vez, tener la inocencia de suponer que todo tiempo
futuro, como planteaba Luis Alberto Spinetta en los tempranos 70, será necesariamente
mejor. Es decir la tesis contraria a la de aquel notable poeta del Medioevo español,
Jorge Manrique, que en las "Coplas por la muerte de su padre" acuñó la idea,
tremendamente reaccionaria, de que todo tiempo, por pasado, fue mejor. |