Salvo
durante sus esporádicos intervalos militaristas, cuando todo se subordinó a una extraña
versión castrense de la seguridad, la Argentina siempre ha sido una república de
abogados, es decir, de especialistas en probar que lo que no es sí es, o por lo menos
debería ser, por razones jurídicas irrefutables, y que si por algún motivo la realidad
discrepa la anomalía así supuesta podría corregirse enseguida mediante una nueva ley.
¿Hay una relación directa entre el imperio larguísimo de esta cofradía, producto de un
sistema de educación superior que Victor Klemperer, autor de la mejor crónica de la vida
alemana bajo el nazismo, juzgó "fabulosamente bárbaro" cuando estaba de visita
allá en los años veinte, y la evolución político-económica del país? Es de suponer
que sí, de modo que puede entenderse la expectativa que ha ocasionado la decisión de
Fernando de la Rúa --quien, al igual que Carlos Menem, Raúl Alfonsín y muchos otros, es
abogado-- de dar tanto poder a aquellos enemigos mortales de los "letrados" que
son los economistas. No es que todos los abogados se hayan visto expulsados del paraíso
gubernamental, lo cual sería imposible porque son ubicuos, sino que ya no estarán en
condiciones de llevar la voz cantante.
Por desgracia, la Argentina de los
economistas es un lugar deprimente en comparación con la Argentina abogadil. Este sí es
un país maravilloso, con todos los derechos concebibles garantizados por ley, sobre todo
si uno es riojano, pero la verdad es que nunca ha tenido mucho que ver con el país en que
la mayoría vive. ¿Se aproxima más al país efectivamente existente la Argentina
estadística de los economistas? Sin duda, lo cual es una lástima porque, lejos de estar
a punto de convertirse en un monumento a la sabiduría humana, necesitará décadas para
reducir la brecha que lo separa del único mundo que cuenta, que es el
"primero".
A su manera, los abogados, incluyendo a los
más cosmopolitas, encarnan la tradición hispánica, mientras que los economistas, aun
cuando hayan conseguido sus diplomas en un nido de herejes como París y se burlen de la
ortodoxia neoliberal, representan la anglosajona. Por eso, es de prever que el gobierno
encabezado por De la Rúa sintonizará muchísimo mejor con los de Washington o Londres
que el de Menem que, como sabemos, se entregó con voluptuosidad a las relaciones
"carnales" por entender que el amor auténtico requeriría cambios más
profundos, y para muchos ya desagradables, ya inimaginables, que los exigidos para jugar
al golf con los amigos George y Bill. |