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OPINION

Las relaciones sagradas

Por Washington Uranga

"Comienza una nueva etapa" se escucha decir por aquí y por allá estos días en Roma en referencia a las relaciones entre el Estado argentino y el Vaticano. La frase está en boca de algunos obispos argentinos, pero también de miembros de la curia romana. Todos coinciden en el "cambio de época", aunque no todos le atribuyen el mismo sentido. Hay quienes se alegran porque suponen que la nueva situación será mas positiva y otros se lamentan, de un lado y del otro, porque parten de la base de que "nada volverá a ser como en estos últimos tiempos".

El relevo de gobierno que habrá de producirse el próximo 10 de diciembre es de por sí un hecho significativo, pero no alcanza a reflejar sólo la magnitud del cambio que habrá de producirse en este espacio tan particular de las relaciones entre una nación que se dice católica y un estado-iglesia como es el Vaticano.

Esa magnitud tiene que ver con el tipo y el estilo de las relaciones que Carlos Menem, teniendo como "escudero" a su amigo personal Esteban Caselli al frente de la delegación diplomática en la Santa Sede, fue tejiendo con el Vaticano y con algunos de sus personajes curiales, soslayando incluso a las autoridades de la jerarquía católica argentina.

Dos años y medio de trabajo de Caselli le sirvieron para construir con el Vaticano un tipo de relaciones que, si bien sería impropio calificar de "carnales", se podrían llamar de "relaciones sagradas" basadas en la mutua conveniencia de interlocutores de ambas partes. Porque también es cierto que ni todos los argentinos, ni tampoco toda la Iglesia argentina ha salido favorecida de ello, y que tampoco cuantos se encargan en Roma de las relaciones con los estados están satisfechos con el trato privilegiado que la Secretaría de Estado y otros organismos vaticanos le han dado al gobierno argentino de Carlos Menem mientras desoían las observaciones en contra de muchos obispos de nuestro país.

En su propio balance de gestión, Esteban Caselli expresa los dos principios que han guiado su trabajo. "La Argentina es un Estado laico, ante el cual todos los cultos no son iguales, al modo de la mayoría de las naciones europeas (incluso las de tradición católica como Italia y España) sino un Estado que, en forma institucional, reconoce las raíces católicas de la nacionalidad, y le brinda a la Iglesia un particular status constitucional y legal". He dicho: somos los más católicos entre los católicos. Agreguemos y sumemos el segundo argumento: "Si la Argentina es una nación católica, no debe ocultar este hecho sino, por el contrario, afirmarlo con orgullo ante el mundo". Lo dicho: si somos católicos, que se note. Desde otro lugar, se puede decir que Argentina y el Vaticano han construido relaciones de pragmática mutua conveniencia para los interlocutores de turno en ambos bandos. Debilitada su influencia en la jerarquía de la Iglesia Católica, primero porque los obispos "amigos" fueron desplazados y luego por la muerte del cardenal Antonio Quarracino, Menem logró --a través de Caselli-- "puentear" a las autoridades de la Iglesia local encabezadas por Estanislao Karlic que hablaban de autonomía y respeto y que decidieron no callar ante los graves datos que comenzó a arrojar la crisis económica. Del lado Vaticano, el cardenal Angelo Sodano (número dos de la jerarquía vaticana) obró con el mismo pragmatismo: las posiciones de la Iglesia Católica en materia de familia se quedaban sin consenso en los foros internacionales, porque ni siquiera los países latinoamericanos que tradicionalmente apoyaron estaban dispuestos a hacerlo. Menem sí. Caselli, por mérito propio, con la ayuda de un séquito de obispos argentinos y del nuncio Ubaldo Calabresi, armó ese intercambio: apoyo incondicional de una nación católica al discurso oficial del Vaticano. A cambio la Santa Sede guardaría silencio oficialmente respecto de las denuncias y los reclamos de gran parte de los obispos argentinos acerca del hambre y la pobreza de muchos. El Vaticano cumple sus pactos: de nada sirvió el reclamo de algunos obispos argentinos el día que se corrigió la versión original de un discurso del Papa para hacer desaparecer una mención en la que se aludía a la pobreza creciente en nuestro país. Menem también: los obispos fieles al menemismo fueron favorecidos por el Gobierno con numerosas dádivas que no tuvo, por ejemplo, Caritas cuando Rafael Rey reclamó solidaridad para los pobres.

Con el fin del gobierno de Menem y el regreso de Caselli nada será igual en las relaciones entre Argentina y el Vaticano. "Comienza una nueva etapa" subraya un obispo argentino designado en un importante cargo de la Conferencia Episcopal. Se menciona a Norberto Padilla como posible secretario de Culto de la Alianza y al actual embajador en Israel, Vicente Espeche Gil, como uno de los posibles sucesores de Caselli. Ambos tienen excelentes relaciones con la mayoría de los obispos, pero son defensores de las relaciones de colaboración y autonomía entre la Iglesia y el Estado. Todos aquellos que "reinaron" en tiempos menemistas tendrán que reacomodarse ahora. En el Vaticano saben todos, para alegría de algunos y para tristeza de otros, que a partir de ahora todo será diferente. Menem intentará mantener su relación privilegiada con el Vaticano por fuera de su salida de la presidencia. Porque nunca está de más tener amigos en Roma y que alguien en el Vaticano lo considere útil a su causa. Quizás algún día pueda llegar a necesitar de esas amistades.

 

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