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EL ESTRENO DE "SIN VOCES", DE MARCELO DELGADO
Los sonidos de las catacumbas

 


Por D.F.
t.gif (862 bytes)  "Traer las voces. Rehacer los murmullos para que todo sea contado. Hacer, en el lugar del hueco, una historia que no será nunca la misma historia", canta la cantante. "Es un decir, porque el tiempo tiene otra forma, es más grande, más pesado, más vacío que la memoria", dicen los actores. Cualquier mención que pueda hacerse en la Argentina a la ausencia, a los que no están ni vivos ni muertos, a los que deambulan en un no lugar, tiene resonancias inevitables. Entonces, aunque sus autores sostengan que no es una obra política, Sin voces lo es en el mejor sentido posible. Aquí no hay declamación ni didactismo. Mucho menos una historia de buenos y malos. Apenas un texto de potencia y calidad poética deslumbrantes, una música tan sutil como devastadora y una puesta que excede con creces la propia idea de "puesta" y llega a constituirse como objeto en sí mismo.

Que la temporada de este año del Centro Experimental (¿el no lugar del Colón?) se cierre con la09.jpg (19050 bytes) obra más interesante y riesgosa que pasó por esos sótanos en muchos años, es un dato alentador. Porque --casi por primera vez-- podría decirse que las catacumbas del teatro no jugaron a disimular su condición subterránea y ruinosa, no buscaron imitar (mal y con pobreza) la estética de arriba (es decir, del Colón fino y con mayúsculas). Esta vez, Emilio García Wehbi se internó en las suciedades, usó todo el espacio, incluyendo las galerías generalmente escondidas, expuso la arquitectura cancerosa --sus columnas, sus laberintos-- y decidió que en su abordaje no hubiera atisbo de blandura ni coqueteo. Es cierto que en la estética de El Periférico de Objetos, del cual Wehbi es integrante, algunos recursos son ya iconos reconocibles y previsibles, y que su apuesta por lo abyecto sin ocultamientos puede convertirse, también, en un lugar común. Pero los desnudos, un cerdo decapitado y crucificado en escena, el imaginario sadomaso de las vestimentas, los monstruos heredados de Hyeronimus Bosch y los cuerpos cubiertos de polvo, combinados con la formidable música de Delgado y con un texto sin concesiones, tienen un efecto deslumbrante. Parte de ese efecto, por otra parte, tiene que ver con el hecho de que en esta producción --que contó con el auspicio de la Fundación Antorchas-- todo responde a una idea compositiva: una cantante --Silvia Pérez-- acostumbrada a cantar con un vibrato controlado, actores capaces del compromiso físico demandado por el director y un grupo de músicos notable, para el que el compromiso y la entrega resultan tan importantes como la técnica.

 

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