Por D.F.
"Traer
las voces. Rehacer los murmullos para que todo sea contado. Hacer, en el lugar del hueco,
una historia que no será nunca la misma historia", canta la cantante. "Es un
decir, porque el tiempo tiene otra forma, es más grande, más pesado, más vacío que la
memoria", dicen los actores. Cualquier mención que pueda hacerse en la Argentina a
la ausencia, a los que no están ni vivos ni muertos, a los que deambulan en un no
lugar, tiene resonancias inevitables. Entonces, aunque sus autores sostengan que no es
una obra política, Sin voces lo es en el mejor sentido posible. Aquí no hay
declamación ni didactismo. Mucho menos una historia de buenos y malos. Apenas un texto de
potencia y calidad poética deslumbrantes, una música tan sutil como devastadora y una
puesta que excede con creces la propia idea de "puesta" y llega a constituirse
como objeto en sí mismo.Que la temporada de este año del Centro Experimental (¿el no
lugar del Colón?) se cierre con la obra más interesante y riesgosa que pasó por
esos sótanos en muchos años, es un dato alentador. Porque --casi por primera vez--
podría decirse que las catacumbas del teatro no jugaron a disimular su condición
subterránea y ruinosa, no buscaron imitar (mal y con pobreza) la estética de arriba
(es decir, del Colón fino y con mayúsculas). Esta vez, Emilio García Wehbi se internó
en las suciedades, usó todo el espacio, incluyendo las galerías generalmente escondidas,
expuso la arquitectura cancerosa --sus columnas, sus laberintos-- y decidió que en su
abordaje no hubiera atisbo de blandura ni coqueteo. Es cierto que en la estética de El
Periférico de Objetos, del cual Wehbi es integrante, algunos recursos son ya iconos
reconocibles y previsibles, y que su apuesta por lo abyecto sin ocultamientos puede
convertirse, también, en un lugar común. Pero los desnudos, un cerdo decapitado y
crucificado en escena, el imaginario sadomaso de las vestimentas, los monstruos heredados
de Hyeronimus Bosch y los cuerpos cubiertos de polvo, combinados con la formidable música
de Delgado y con un texto sin concesiones, tienen un efecto deslumbrante. Parte de ese
efecto, por otra parte, tiene que ver con el hecho de que en esta producción --que contó
con el auspicio de la Fundación Antorchas-- todo responde a una idea compositiva: una
cantante --Silvia Pérez-- acostumbrada a cantar con un vibrato controlado, actores
capaces del compromiso físico demandado por el director y un grupo de músicos notable,
para el que el compromiso y la entrega resultan tan importantes como la técnica.
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