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Por Luciano Monteagudo El proceso que llevó a Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti, los dos anarquistas italianos, a la silla eléctrica de la prisión de Charlestown, Estados Unidos, la medianoche del 23 de agosto de 1927, fue uno de los acontecimientos más revulsivos de su época. Una ola de huelgas abarcó el mundo entero. Las agitaciones obreras sacudieron las principales ciudades: bombas en el barrio latino de Chicago, asalto al edificio de las Naciones Unidas en Bruselas, paro general en Buenos Aires... "Muy bien, vencieron. Pero quebraron a Estados Unidos en dos", sentenció entonces el novelista John Dos Passos, refiriéndose a las fuerzas más reaccionarias de su país. "Fue el delito más atroz cometido en este siglo por la justicia humana", afirmó a su vez Franklin Delano Roosevelt. La narradora Katherine Anne Porter, que estuvo entre los manifestantes que montaron guardia día y noche en los alrededores de la prisión de Charlestown, escribió: "El proceso fue sólo una máscara que disfrazó el crimen. Una noche para recordar y llorar eternamente. Yo estuve entre los centenares que permanecieron allí, expectantes, contemplando la luz de la torre de la prisión, porque nos habían dicho que se debilitaría en el momento de la muerte. Fue un momento de extraña congoja". Entre estas reflexiones, yace la historia negra de una injusticia deliberada, que no puede explicarse sin tener en cuenta el contexto político y social de su tiempo. En la década del veinte, Estados Unidos se debatía en el proceso de conversión económica de la primera posguerra y los grandes intereses económicos veían con temor el auge de las reivindicaciones sindicales, que frente la opinión pública se trataba de asociar a irracionales sentimientos de temor: a las ideas socialistas y a la desconfianza por los extranjeros inmigrantes. Sacco y Vanzetti (1971), el recordado film de Giuliano Montaldo que acompaña la edición de noviembre de Página/30, da buena cuenta de los sucesos de aquella época, ya en sus primeras secuencias, al poner en escena una impresionante razzia policial, reflejo de la ola de represión y violencia política que rasgaba el tejido social en Estados Unidos durante la década del 20. El que llegaría a ser uno de los acontecimientos más emblemáticos del siglo había comenzado sin embargo como un vulgar caso policial. Un asalto cometido en una fábrica de South Braintree, al sur de Boston, el 15 de abril de 1920, proporcionó la oportunidad de abrir un proceso que desviara la naturaleza social de los disturbios y convirtiera así a dos inocentes representantes del anarquismo sindical en criminales comunes. Las constancias del proceso demuestran su torva tendenciosidad, pero lo que es más grave, indican que la justicia y el poder que aquélla representaba cometían no sólo una traición al imperio de la ley sino también una dolosa ocultación de pruebas. "Puede que no hayan cometido el crimen que se les atribuye", dice el juez Webster Thayer en un pasaje del film de Montaldo. "Pero moralmente son culpables, porque son enemigos de nuestras instituciones." Ya las reacciones universales ante el hecho habían puesto en evidencia las monstruosas implicaciones políticas y económicas del engranaje: al no poderse reducir el juicio a los límites de un caso criminal, no hubo vallas para ocultar que con la muerte de Sacco y Vanzetti se intentaba atemorizar y amordazar a la clase obrera norteamericana, en un proceso de incipiente sindicalización, que terminó siendo abortado. El estilo directo del film, protagonizado por Gian Maria Volonté y Ricardo Cucciola, y entroncado en la corriente del cine político italiano que por entonces lideraba Francesco Rosi, quedó también en el recuerdo por la épica banda de sonido que compuso Ennio Morricone, con la voz cristalina de Joan Baez entonando la célebre "Balada de Sacco y Vanzetti" y el pegadizo himno "Here's to You" (el CD acaba de ser reeditado en la Argentina por el sello local independiente Aqua Records). Visto hoy, el film tiene el mérito de reconstruir paso a paso aquellos días que conmovieron al mundo y le da un sentido final a la confesión que Bartolomeo Vanzetti escribió pocos días antes de morir: "Si no hubiera sido por todo esto, ya habría vivido mi vida entre hombres despreciados. Habría muerto sin que nadie reparara en mí, anónimo, como un fracasado. Pero ésta ha sido nuestra carrera y nuestro triunfo. Jamás en toda nuestra vida pensamos que haríamos tanto por la tolerancia, por la justicia, por la compresión del hombre por el hombre, como lo hemos hecho ahora por accidente. ¡Nuestras palabras, nuestras penas no pudieron nada! ¡La pérdida de nuestras vidas lo pudo todo!"
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