Por Romina Calderaro
¿Realmente le gusta atendernos todas las mañanas?, preguntó un cronista.
Carlos Vladimiro Corach pensó unos segundos, la mirada perdida, el gesto serio. Era hora
de balances. Después de todo, él mismo había invitado a desayunar a la patria
movilera para despedirse de tres años y medio de encuentros matutinos. No sé
si me gusta, pero esta modalidad le ha sido útil no sólo al gobierno sino también al
periodismo, se sinceró el ministro del Interior, al menos por una vez en todos
estos años. Y admitió, ante un sutil reproche periodístico: Es verdad que
contesto lo que quiero, como todo el mundo, pero escucho atentamente lo que me
consultan. En el cónclave también hubo tiempo para bromas. Corach dijo que
intentará que su nombre sea incluido en el libro Guinness de los records, porque
soy el funcionario del mundo que más conferencias de prensa ofreció: según mis
cálculos, son unas 1800. La cita fue en la confitería Puente Bull (ex The Horse),
ubicada en Libertador y Bullrich, a media cuadra de la casa del ministro. Allí, el 4 de
noviembre de 1997 ocurrió la anécdota más escabrosa de las improvisadas ruedas de
prensa con el ministro. Corach estaba soplando las velas de su torta de cumpleaños cuando
se enteró de la aparición de un cadáver en el estacionamiento de la confitería. La
fiestita se acabó enseguida, y el hombre encargado de poner la cara por el presidente
Carlos Menem terminó respondiendo sobre la problemática de la seguridad en el país.
Ayer, todo fue más relajado. El ministro apareció poco después de las ocho e improvisó
su agradecimiento a los movileros. No tengo más que palabras de reconocimiento a
todos ustedes que nos han acompañado durante más de tres años y medio en todas las
circunstancias, con noticias importantes y sin noticias importantes, dijo. Lo que
vino después fue una retahíla de preguntas casi psicológicas: ¿Usted cree que contesta
lo que le preguntan?, ¿nos mintió alguna vez? ¿miente cuando dice que nunca mintió?
¿Se arrepiente de algo?Fue fácil para Corach decir que no, que nunca mintió, todo entre
risas, pero la pregunta del arrepentimiento lo volvió a dejar pensando, la mirada perdida
y su habitual cara de poker. No, o por lo menos no lo visualizo en este
momento, dijo, pero enseguida reconoció que francamente una de las cosas que
me duelen de mi gestión es no haber podido ver el esclarecimiento definitivo de esos dos
bárbaros atentados, por los ataques a la AMIA y a la Embajada de Israel.Un movilero
le preguntó si le interesaría figurar en el Guinness. Seguramente vamos a enviar
algún requerimiento para figurar aunque sea modestamente ya no en la historia formal sino
en esta pequeña historia cotidiana que relata ese libro, se despachó el ministro.
Y reconoció también el provecho personal que le sacó al contacto matutino en estos
años: Me fue útil en el sentido de que prácticamente hablo una sola vez por día
y esa vez contesto todo lo que puedo contestar, de manera que el resto de la jornada no
tengo compromisos periodísticos como otros funcionarios, dijo. También destacó
que los encuentros se dieron naturalmente, sin ningún tipo de
preparación.Pese al festejo, los temas del día no
estuvieron ausentes, y la rutina volvió a repetirse. Los movileros le preguntaron a
Corach sobre las contradicciones de Menem en el tema de la viuda Gaviria, el eventual
indulto a Seineldín, el PJ capital, la situación en Corrientes. Después, el ministro
quiso desayunar en silencio, aunque a diestra y siniestra lo flanqueaban periodistas y
camarógrafos que deglutían medialunas y tomaban café con leche. El también desayunó:
se comió un tostado, apuró un café y se levantó para irse. No sin antes saludar uno
por uno a los forzados compañeros de tantas mañanas. ¿No se va a aburrir a la
mañana después del 10 de diciembre? -preguntó Página/12. No... voy a dormir
más. Y algo voy a encontrar respondió el ministro.Probablemente tenga razón.
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