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Por Diego Fischerman La relación entre los cantantes de jazz y el show entendido como estética siempre fue una relación tensa. Billie Holiday, Sarah Vaughan, Johnny Hartman y, por supuesto, Frank Sinatra, se movieron en esa tensión. En algunos casos la supieron aprovechar y en otros fueron fagocitados por ella. Lo que si es claro es que si Sinatra puede ser visto como un showman que recurrió al jazz, la figura de su amistoso rival Tony Bennett bien puede ser leída como su contracara. En todo caso, es imposible omitir que uno de los grandes discos de la historia del jazz lo tiene como uno de sus dos protagonistas. En el álbum que grabó junto al pianista Bill Evans descansa mucho de lo que hace a Bennett, todavía hoy, un cantante diferente. Un cantante que aún cantando canciones de moda y haciendo shows de hoteles de lujo nunca dejó de frasear con su voz de una manera innegablemente jazzística. Su último CD, en que rinde homenaje a Duke Ellington, deja claro, en todo caso, que en el jazz es donde Bennett se siente más cómodo y el resultado, sobre todo en baladas como Mood Indigo o In A Sentimental Mood, es magnífico.El disco, llamado Hot & Cool y editado por Sony, cuenta con dos grupos básicos. Por un lado un cuarteto conformado por el trío de siempre, dirigido por el pianista Ralph Sharon, con el agregado del guitarrista Gray Sargent. Un grupo sin demasiado brillo a la hora de los solos (salvo en el caso del guitarrista) pero eficacísimo para acompañar a un cantante al que conocen ya como a sí mismos. Por otra parte, una Big Band y, también, una orquesta arreglada con sutileza y oficio por el argentino Jorge Calandrelli (compositor entre otras cosas de un Concierto para clarinete y orquesta que alguna vez grabó Eddie Daniels y que la Sinfónica Nacional estrenará en Buenos Aires este viernes en el Auditorio de Belgrano). Pero además hay un pequeño (no tan pequeño) plus. En Chelsea Bridge, Shes Got It Back (And That Aint Good) y Mood Indigo el solista de trompeta es Wynton Marsalis. Y si el trompetista, en sus últimos trabajos como líder, parece resignar su lugar de virtuoso en aras del lucimiento ajeno, aquí aparece con todas las luces su solo con sordina, en Chelsea Bridge, es una lección de construcción y de dominio técnico del instrumento.Con Bennett, además, sucede algo curioso. Tal vez por su cercanía mayor con el jazz, su manera de cantar resiste formidablemente la pérdida de juventud de su voz. Es decir: para el jazz el envejecimiento nunca fue grave. Es más, para muchos, las controvertidas últimas grabaciones de Billie Holiday, en que la cantante estaba destrozada, son las mejores. Y son muchos también los que eligen la voz raspada de los últimos años de Ella Fitzgerald por sobre la transparencia de sus comienzos. A diferencia de Sinatra (una comparación todavía inevitable), el Bennett maduro resulta tan interesante como el juvenil. Es cierto que su timbre carece de la frescura del pasado, que la afinación tambalea un poco en los registros extremos y que los agudos suenan un poco forzados. Pero el swing y la calidez del cantante convierten en virtudes estos defectos. La voz de Bennett, en estas bellísimas canciones de Ellington (muchas de ellas compuestas como temas instrumentales y convertidas en canciones más tarde), parece tener una carga adicional. Algo más que la simple entonación de las melodías. Es una voz que informa acerca de todo lo que ha vivido y ha cantado. Una voz que canta desde una experiencia transformada en sabiduría. Bennett sabe exactamente cómo atacar cada nota, cómo manejar la dinámica, cuándo susurrar y cuándo explotar. Al fin y al cabo, él es uno de los muy pocos cantantes a los que los músicos con los que tocó consideraron un igual. Es decir: un músico.
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