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AFINIDADES
Por Juan Gelman

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 t.gif (862 bytes) Nadie sabe qué pasa por la cabeza de ciertos académicos. Por la del profesor estadounidense Albert Goldman, por ejemplo, muy respetado especialista en Thomas De Quincey, que hace unos años cometió una enjuta biografía de Elvis Presley. Es verdad que, haciendo a un lado ciertos pormenores -–la nacionalidad, uno inglés, el otro yanqui; el siglo y medio exacto que separó los nacimientos respectivos; el oficio, uno, polígrafo entendido en historia, geografía, psicología, economía, metafísica alemana, el otro, cantante de rock--, no deja de haber afinidades: ambos consumían drogas en apreciable cantidad.

De Quincey se hizo famoso en 1821 con su libro Confesiones de un opiómano, con el que intentó, desde adentro de la experiencia, advertir al lector sobre los peligros de esa adicción y el daño social que infligía. Este "opiómano asiduo y confirmado" -–se autocalificó-- aventura en esas páginas que, para él, "todo eso quedó atrás". Mentía, desde luego: hasta el fin de sus días era posible verlo, a veces, visitar con frecuencia la garrafa llena de láudano que se colgaba al hombro. Cuando Elvis murió, se supo que su médico le había recetado unos 9 mil comprimidos de anfetaminas, sedantes y narcóticos de enero a agosto de 1977, un promedio de 37 por día. No es fácil imaginar de dónde sacaba tiempo para cantar.

El "coronel" Tom Parker, su representante, lo ayudó mucho a desperdiciar los milagros de su voz. En los años 60, cuando la música popular acuñada por los negros ganaba riqueza y espacios en EE.UU., el que enloquecía a multitudes tuvo que actuar en películas de quinto orden interpretando canciones perfectamente olvidables como "No hay lugar para la rumba en un auto deportivo". El "coronel" ganaba más que su representado, insistía en hacerlo trabajar. Lamar Fike, uno de los ayudantes más cercanos del cantante, lo recordó actuando en Las Vegas los siete días de la semana, a dos shows por noche, durante un largo mes: "Estaba tan cansado que se ponía bizco. Por eso le daba a la droga, para aguantar". Elvis ingería píldoras de todo tipo y catadura, incluidas vitaminas y tabletas desodorantes de clorofila de esas que se usan para el baño, con la misma voracidad con que comía. Tal vez tenía fe en lo que le entraba por donde salía su talento.

En Elvis Aaron Presley, una biografía de Alanna Nash et al, se recoge el testimonio de Marty Lacker y Billy Smith, otros dos colaboradores íntimos del ídolo al que seguían por una lealtad a toda prueba y no por sus sueldos, increíblemente bajos. Los años de claustrofobia de Elvis no lastimaron esa devoción, aunque su comportamiento era cada vez más extraño. Una vez los mandó a comprar diez diccionarios y diez cuadernos y lapiceras porque había descubierto que las palabras entusiasman. Reunidos, Elvis abría un diccionario, se detenía en una palabra y la pronunciaba separándola por sílabas. "Y entonces nos pasábamos el día repitiéndola en voz alta", Lacker rememoró. Muy pegado a su madre -–lo acompañó a la escuela hasta sus 15 años--, Elvis casi enloquece cuando ella falleció. Le presentaba en el ataúd a quienes llegaban al velorio: "Aquí está Eddie, ma. Lo conociste en Texas".

Odiaba a los drogadictos y consideraba que su espesa adicción propia era de otra categoría porque recetas médicas la legalizaban. Soñó con pertenecer al cuerpo de represión del narcotráfico y se entrevistó con Nixon sobre todo para pedirle la chapa de agente federal. Se la dieron, pero el único arresto que hizo en su vida fue bastante lamentable: detuvo a Hamburger James, inofensivo miembro de su séquito encargado de comprar hamburguesas, de quien sospechaba que le había robado ciertas fotos comprometedoras. En sus últimos años, Elvis nunca salió de su casa sin un farolito de policía en el techo del auto, linterna y bastón de reglamento y varias pistolas. "Aquí vamos, a servir a la ley y el orden", dijo Fike que Elvis decía. Se ignora si esa voluntad imperiosa dimanaba de su fascinación infantil por las historietas del Capitán Marvel, pero éstas quizás hayan impuesto la capa al look del cantante en los 70.

Este ex chofer de ómnibus de Memphis, que se hizo solo y famoso de golpe en 1956, no se llevaba bien con los 60. Apoyó con énfasis la guerra de EE.UU. contra Vietnam, se quejó de los hippies, les criticó la falta de respeto a la bandera nacional y su cultura drogadicta. Repudiaba el uso de la heroína en especial, y cuando empezó a consumir dilaulida, que es más fuerte, se la hacía inyectar por otro. El no se autoinyectaba, no era un junky cualquiera.

Tuvo un final patético. Cito a Phil Baker: "Un poco de alta cultura es bueno para los ricos; les confiere un aura de decoro y dignidad y les ofrece algo en qué gastar su dinero. Pero Elvis nunca la tuvo, y nunca gozó de su protección contra la anomia de hamburguesas infinitas. El mundo se ahorró la existencia de la Colección de Arte Elvis Presley, pero bien podría haberle salvado la vida". Sí.


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