Por Mario Wainfeld Lo hizo sin estrépito, con
pocas palabras, sin diálogo con la prensa, casi sin fervor. Fernando de la Rúa presentó
el Gabinete que lo acompañará a partir del 10 de diciembre a su manera. No se
trata de un gabinete puramente político (...) no hay un criterio de reparto entre los
sectores internos, no es un gabinete excluyente describió el presidente electo. Al
mismo tiempo la escenografía, su condición de único orador en el Hotel Panamericano,
resaltaban que la suya no fue una elección meritocrática sino el ejercicio concreto del
poder. Ejercicio que contiene premios y castigos, un marcado tono ideológico, guiños a
algunos poderes fácticos y que deja ya un primer saldo de aliados y heridos. Entre los
primeros, obviamente, el establishment económico y financiero (sobre) representados en
cuatro de los once ministerios, incluidos dos muy ajenos a las enseñanzas de Adam Smith.
Entre los segundos el sindicalismo docente, las autoridades universitarias y Franja Morada
que recibieron como un cachetazo la designación de Juan José Llach en el área
educativa.
Contra lo que dijo de la Rúa y no podía ser de otro modo su gabinete tiene
un inocultable sesgo ideológico. La City elogiará sin límite (e irá por más). El
sindicalismo docente y la militancia universitaria se pintarán la cara. Y el radicalismo
no delarruista y el Frepaso que recibieron cuotas de poder no hirientes ni
expulsivas pero sí modestas de momento avalarán mientras se lamen las heridas por
la derrota de Graciela Fernández Meijide en la provincia de Buenos Aires, que sin duda
determinó en buena medida el perfil que adoptó el jefe de la Alianza a la hora de
presentar su equipo de gobierno. El presidente electo describió a sus elegidos como
los mejores. Y ciertamente es un equipo de técnicos y políticos prestigiosos
lo que no significa que esa condición haya sido la única que iluminó la fumata blanca
presidencial.
La línea de cuatro
La marca de fábrica del Gabinete es la hiperpresencia de economistas. Dato que se
redondea con la condición muy ortodoxa de casi todos ellos (acaso el más laxo sea
curiosamente José Luis Machinea). Machinea fue ministro desde que se
constituyó la Alianza. Adalberto Rodríguez Giavarini era número puesto para Relaciones
Exteriores. Los que excedieron el cupo fueron Ricardo López Murphy y Juan José Llach,
testimoniando antes que el afán de rodearse de expertos el de poner al lado del
presidente a figuras reputadas valiosas, creíbles (y ¿por qué no? del palo)
por los organismos internacionales de crédito, los volátiles mercados y el
establishment local. Tres sectores que no siempre obran de consuno, con intereses
eventualmente contradictorios pero que a la hora de evaluar esos nombramientos
se aunaron en la sonora euforia.
La inflación de economistas es un sobregiro del gobierno entrante depositado en la cuenta
de la confiabilidad y la previsibilidad, acentuado con la
confirmación de Carlos Silvani al frente de la AFIP y con la inauguración de un peculiar
Consejo Asesor encabezado por Fernando de Santibañes cuya función será el
doble control de los organismos y empresas del estado.
Lo que le quedó al Frepaso
El presidente elogió en block a sus ministros y sólo mencionó un nombre propio a lo
largo de su exposición: el Chacho Alvarez (sic) a quien le agradeció
la amplitud de criterio en la tarea de conformar el gabinete y evaluar los
nombres. Fue uno de los numerosos y congruentes gestos públicos dispensados a sus
aliados después de las elecciones. El más ostensible fue el espaldarazo a Aníbal Ibarra
como candidato a la Jefatura de Gobierno porteña. Ayer se prodigó para que su
vicepresidente y Graciela Fernández Meijide se fotografiaran junto a él. Sin embargo, la
constitución final del gabinete y su Consejo anexo permite inferir que a la hora de la
verdad y no de los gestos públicos peso más el juicio de su amigo y consejero personal
Santibañes que el del líder del Frepaso. La presencia de Llach es una vieja obsesión
del ex financista quien también impulsaba vigorosamente a López Murphy.
Los dos ministros designados del Frepaso expresan apenas el piso de las pretensiones del
socio minoritario de la Alianza que no sólo perdió en el camino la titularidad de la
cartera de Educación sino que debió asentir (y avalar públicamente, tarea que Alvarez
asumió como propia en estos días) su cambio de rumbo ideológico.
Los frepasistas se congratulan por contar al menos con tres aliancistas convencidos en el
gabinete (Rodolfo Terragno, Federico Storani y Machinea) y se esperanzan sobre todo en la
gestión de Graciela. Pero aún así, el Frepaso contará apenas con algunos dedos de la
mano izquierda (la social) del gobierno. Fernández Meijide tendrá que pelear mucho para
tener éxito y conservar un perfil propio rodeada de economistas que harán un culto de
achicar y ahorrar gastos. Además, tendrá que lidiar con los apologistas de los
mercados quienes aseguradas las posiciones que les garantizan López Murphy,
Giavarini y Llach irán más temprano que tarde por su cabeza.
El radicalismo remanente
El Secretario de la presidencia, hermano del presidente y ocho ministros son radicales.
Si se aguza la mirada se registra que son delarruistas cuatro con marcado perfil técnico
(Rodríguez Giavarini, Lombardo, Gallo, Gil Lavedra y López Murphy). Uno es un eterno
líbero, autonónomo de las líneas internas (Rodolfo Terragno). Otro un técnico que tuvo
su corazoncito cerca del alfonsinismo (Machinea). Queda sólo un dirigente con poder
territorial e integrante de una línea interna, el ministro del Interior Federico Storani.
El reparto confirma lo que se husmeaba hace rato: la distante y hostil relación de De la
Rúa con el aparato político de su partido. Storani llegó a Interior después de que el
pulgar presidencial inclinado hacia abajo truncara su carrera hacia la presidencia de la
Cámara de Diputados.
Hace un par de semanas el radicalismo bonaerense rumiaba bronca presintiendo que lo
dejarían totalmente afuera del futuro Ejecutivo. Cuando De la Rúa convocó a Storani el
clima cambió, a extremo de fantasear con atesorar también la cartera de Defensa ( Angel
Tello u Horacio Jaunarena) y tal vez la SIDE. Era un anhelo desmesurado que dejaba de lado
los históricos deseos de De la Rúa y un dato, no menor. El ex aliado de Storani, Enrique
Coti Nosiglia, no tendrá ningún lugar ostensible en el gobierno pero sí posee buen
acceso y buena recepción en los oídos de Santibañes y De la Rúa. Un exceso de
presencia de sus ex compañeros de la Coordinadora (hoy por hoy sus acérrimos rivales) y
en especial de Jaunarena (con quien se prodigan un odio histórico) hubiera sido para él
una ofensa que De la Rúa, mucho más atento a la interna que lo que sugirió su discurso
de ayer, no estaba dispuesto a propinar.
El presidente obró con el radicalismo bonaerense como con el Frepaso. Lo involucró en su
gobierno, con representación escueta pero suficiente para no resquebrajar el frente
interno de movida. En cualquier caso, jamás de su boca se oyó para nadie una promesa
mayor a lo que en definitiva otorgó.
El enemigo flamante
Lo que en cambio sí significó una ruptura del contrato electoral de la Alianza (y en
buena medida de la propia tradición radical) fue la inclusión de Llach. Sus propuestas
rompen abruptamente la buena relación que había entretejido la Alianza con el
gremialismo docente. Y echa a un lado los (escuetos pero no por ello del todo imprecisos)
principiosestablecidos en la Carta a los Argentinos. Por obra de la casualidad, que a
veces propicia fáciles simbolismos, ayer la CTERA apoyada por buena parte de la
militancia universitaria juvenil estuvo en la calle despotricando contra el actual
gobierno y el que lo seguirá. Mientras, ante un auditorio en el que sobraban liberales y
peronistas y casi no había un aliancista de primera línea (ver páginas 8 y 9) Llach
presentaba su propuesta educativa.
El combate despuntó en un territorio en el que el radicalismo suele jugar de local.
Cierto es que ni la conducción de las universidades que ven en Llach y en Machinea
(que tiene en mente un importante recorte al presupuesto de la Universidad de Buenos
Aires) a antagonistas en ciernes fueron históricamente soldados de De la Rúa. Pero
es también verdad que lo votaron el 24 de octubre y que ahora estarán en la vereda de
enfrente. Acompañados por varios diputados y dirigentes de la Alianza quienes, en un
gesto que tal vez anuncie un modo de hacer política novedoso en la Argentina, discutieron
la decisión de sus líderes con dureza y en público.
Final abierto
Los peronistas dialogarán al menos con dos ministros proclives al pluralismo (Storani
y Terragno). Los sindicalistas de la CGT y el MTA tendrán del otro lado de la mesa a un
peronista (el frepasista Alberto Flamarique) con quien comparten una jerga común. Otro ex
peronista (Chacho Alvarez) timoneará las relaciones con los senadores del PJ. Con
tamaños interlocutores no bastan dialectos compartidos o gestos simpáticos pero está
claro que el actual gobierno ha evitado cuidadosamente ser hostil con el PJ, un recaudo
que ciertamente no tomó Raúl Alfonsín en el 83.
La Iglesia católica fue oída a la hora de los nombramientos y gracias también a
los buenos oficios de Carlos Ruckauf los responsables de Educación de la Nación y
la Provincia de Buenos Aires son hombres de fe. La City, ya se ha dicho, no tiene de qué
quejarse.
Un gobierno democrático, empero, no sólo necesita buenas relaciones con la oposición
política, el sindicalismo y los poderes económicos. También necesita del
pueblo (expresión que el radical De la Rúa usó ayer dos veces). Habrá que
ver si el perfil modélico, cuasi cavallista que eligió la Alianza para iniciar su
administración le alcanza para conservar su idilio con el electorado. El menemismo
produjo el milagro político de aunar el apoyo del establishment y el de los ciudadanos de
a pie desde el 91 hasta el 95 inclusive. De la Rúa, con su estilo, a su manera, apuesta a
conservar el afecto de ambos. Habrá que ver cómo le va.
UNA PRESENTACION CON EL ESTILO PERSONAL DEL
PRESIDENTE ELECTO
No hubo sorpresas ni estridencias
Por José Natanson
Los
hombres y mujeres que están aquí vienen a hacer cumplir el programa que el pueblo
votó, aseguró ayer Fernando de la Rúa, intentando despejar los temores que se
levantaron en algunos sectores de la Alianza luego de que se conociera el predominio
numérico que tendrán los economistas liberales en el próximo gabinete. Fue ayer por la
tarde. El presidente electo presentó oficialmente a sus ministros en un anuncio breve,
sin estridencias y, sobre todo, sin ninguna sorpresa. A lo De la Rúa.
Poco después de las cinco, De la Rúa subió al escenario del salón principal del Hotel
Panamericano. De a poco, los futuros ministros se fueron ubicando en sus lugares
identificados con unos cartelitos pegados en el piso. Era curioso observar los gestos de
cada uno. Rodolfo Terragno se paró cerca de De la Rúa, como reafirmando su rol de jefe
de Gabinete. A su izquierda se ubicaron Graciela Fernández Meijide, vestida de impecable
tailleur rosa, y Juan Llach, futuro ministro de Educación. Federico Storani sonreía,
como si recién se estuviera acostumbrando al Ministerio del Interior, un lugar que le fue
ofrecido sorpresivamente luego de que fracasaran sus aspiraciones de presidir la Cámara
de Diputados.
Adalberto Rodríguez Giavarini clavó sus ojos en el horizonte, quizá para evitar cruzar
la mirada con Nicolás Gallo, quien se encontraba a su lado. Los dos dirigentes, los
únicos que se evitaron a la hora de los saludos, tienen un viejo encono que se remonta a
la época en la que ambos ocupaban cargos en el gobierno porteño. Ricardo López Murphy,
designado ministro de Defensa, se paró un poco más atrás, con cara de edecán, muy de
ocasión. José Luis Machinea parecía un jugador de fútbol en la barrera de un tiro
libre: se cubría las partes sensibles, tal vez pensando que el pateador sería el Fondo
Monetario Internacional o alguno de los gobernadores peronistas. Alberto Flamarique estaba
serio: el futuro ministro de Trabajo todavía tiene esperanzas de que la ANSéS no sea
transferida a otra cartera. Ricardo Gil Lavedra, ministro de Justicia, se paró al lado de
quien será su par de Salud, Héctor Lombardo, contento por haber mantenido su cartera con
rango ministerial. El próximo secretario general de la Presidencia, Jorge de la Rúa, se
ubicó en el extremo opuesto al de su hermano. La imagen a dos puntas simuló un fantasmal
déjà vu.
De la Rúa pronunció un discurso breve, en el que colaboraron Luis Sthulman, ex asesor de
imagen de la campaña, y Terragno, quien agregó a último momento un par de menciones al
déficit fiscal. He elegido a los mejores, sin preguntar a qué sector partidario
pertenecían, dijo el presidente electo, que prefirió no enumerar uno por uno a sus
ministros para evitar las comparaciones odiosas entre el nivel de aplausos que hubiera
despertado cada mención. Los nombres ya se conocían desde la semana anterior, cuando se
terminó de definir el gabinete. Yo anuncié sorpresas, pero la prensa se
anticipó, se limitó a decir De la Rúa, que se hizo espacio para subrayar sin
ingenuidad la penosa situación fiscal que recibirá. Hay que terminar con el
déficit, insistió. En el último tramo del discurso aseguró que la austeridad
será uno de los ejes de su gestión. Nadie que tenga una jubilación de privilegio
puede ser funcionario, señaló De la Rúa. Fue la única vez que lo interrumpieron
los aplausos.
Unas doscientas personas lo escuchaban atentamente. A diferencia de otros anuncios, en
donde suelen dar el presente las principales figuras de la Alianza, esta vez el público
estuvo integrado por pocos dirigentes de primera línea. Había, eso sí, una gran
cantidad de familiares y amigos de los futuros funcionarios, como si se tratara de la jura
formal. O una entrega de premios.
De la Rúa terminó su discurso y se retiró por una salida lateral. Mientras el próximo
gabinete festejaba en las alturas del hotel, otros dirigentes de la Alianza se paseaban
por el lobby. A principio nos asustamos, pero la verdad es que no es un mal
gabinete. Hay que ponerorden en la Universidad, y Llach lo va hacer. Además, López
Murphy como ministro de Defensa es inocuo, se consolaba un dirigente del Frepaso.
Lo importante es que ahora vamos a dormir tranquilos, por fin, decía un
dirigente radical que fue barajado para varios cargos y que finalmente quedará en el
Congreso.
El otro tema de conversación era el nombre de los funcionarios que ocuparán las segundas
líneas de las diferentes carteras. Storani explicaba que aún no había tenido ocasión
de conversar con De la Rúa sobre sus colaboradores, entre los que el próximo secretario
de Seguridad asoma como la gran incógnita. De la Rúa quiere nombrarlo
personalmente, decía uno de los hombres de confianza del presidente electo. Roberto
Avalos, secretario privado de De la Rúa, acompañaba a Horacio Jaunarena a los
ascensores. El diputado bonaerense y el jefe radical hablaron durante un rato. Aunque De
la Rúa aún no le ofreció nada, Jaunarena suena como posible titular de la SIDE, otra
designación relevante que todavía no fue decidida.
Dos horas después del anuncio el hotel se había vaciado. Sólo quedaban unos pocos
dirigentes y cronistas. Un ex funcionario alfonsinista, sorprendido por las disputas
previas a la definición del gabinete, recordó una frase de Roque Carranza. La
formación de un gobierno es como el desembarco en Normandía: los primeros duran
poco.
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