Por Martín Pérez Apenas percibió
que quienes tenía a su lado eran periodistas, la mujer no pudo contenerse. Ustedes
no saben lo que sufre el público de este festival, dijo. Para comprar
entradas para ver las películas del Auditorium, por ejemplo, hay que hacer colas
inmensas, porque no las venden con anticipación. Y, para colmo, hay una desorganización
terrible y nadie sabe nada. De año en año todo no hace más que empeorar, agregó.
Claro que cuando se le comentó que, a pesar de todo, la gente aplaude cuando aparece el
logo del festival, la cinéfila se encogió de hombros. Es que al festival igual hay
que aplaudirlo, fue su respuesta. Y su actitud resume la mezcla de callada
resignación pero esperanzado orgullo que campea entre los locales por la andanada de
películas de cada mes de noviembre. Sin demasiados apretujones sin estudiantes de
cine, por ejemplo, las exhibiciones de los clásicos no tienen público , y sin el
entusiasmo de otros años, el festival sigue con todo su circo se anuncia la
llegada, sin película alguna que lo justifique, de Charlie Sheen y Jean-Claude van Damme,
por ejemplo y, por suerte, también con sus películas. Porque, por fin, apareció
una pequeña joya en la decepcionante competencia oficial. Algo que merece celebrarse.
Mírenme, les pide el niño a sus padres apenas comenzada la película,
después de su primera travesura. ¿No estoy brillando?, pregunta, confundido
porque no haya funcionado su panzada de luciérnagas. Lleno de preguntas sin respuesta, e
impelido a buscar la calle por la inconstancia matrimonial de su padre, la historia del
pequeño Jontti es un magnífico cuento de iniciación. El mundo de A ciegas es
tierno y cruel, escribió el guionista y director finlandés Matti Ijas en el
cuadernillo de presentación del film. Es una película sobre la amistad, el amor y
la fe de un niño. Estructurado a la medida de cierta tradición melancólica del
más reciente cine de iniciación norteamericano, A ciegas cuenta la historia de los diez
años de Jontti en un pequeño pueblo finlandés, con una hermana recién nacida que le no
interesa en lo más mínimo. Su vida cambia cuando aparece en su barrio el terrible Lanki,
y descubre que su padre tiene una amante. Con Lanki, Jontti aprenderá a romper todas las
reglas; ante la infidelidad de su padre, intentará todo por hacerlo volver a casa en vez
de denunciarlo. Jugando con los ecos de la cultura norteamericana de los sesenta (los
peinados, el twist), así como con ciertas referencias latinas (en una escena suena
El cumbanchero, en otra se escucha un tango), Ijas construyó con sus propios
recuerdos personales el mundo de un film pequeño pero hasta aquí excluyente a la hora de
los Ombú. Si A ciegas resultó ser la sorpresa de la jornada de ayer, a los fanáticos
del Dogma no los sorprendió el estreno de Amantes, el debut como director del actor
francés Jean-Marc Barr (Azul profundo, La peste), que -luego del aplazamiento de la
función del lunes en el Neptuno por rotura del proyector finalmente se exhibió en
la sala Colón. Filmado primero y luego amparado bajo el decálogo de Von Trier, Amantes
es conocido como el Dogma 5, y es más que nada un simpático ejercicio cinematográfico
de la cotidianidad de un amor a primera vista entre una francesita enamoradiza y un
yugoslavo exiliado en París. Tan encantador y molesto como un enamorado obsesivo, el film
de Barr se sostiene en mayor medida por la interpretación de la pequeña y talentosa
Elodie Bouchez, una de las dos protagonistas de La vida soñada, que aquí también da
sobradas muestras de su magnetismo cinematográfico y a la que siempre es un placer ver en
pantalla.
|