Por Horacio Bernades Es una lástima
que Tus amigos y vecinos, segundo film de Neil La Bute, no tenga en Argentina el
lanzamiento que merece. Primero hubo una serie de cavilaciones, luego se anunció su
lanzamiento en video, y ahora se estrena en medio de un cono de silencio, como si sus
propios distribuidores no quisieran que nadie se enterase. No llama la atención. Feroz,
procaz y corrosiva, la película de La Bute está en las antípodas de la clase de films
que a las majors les encanta lanzar con bombos y platillos. De 36 años, el neoyorquino La
Bute había pegado muy fuerte y ganado premios a diestra y siniestra (desde Sundance a
Cannes, donde se llevó la Cámara de Oro a la mejor opera prima) con su primera
película, In the company of men, que también se verá aquí dentro de unos meses. En
ella, dos yuppies aburridos se dedicaban a abusar de una chica sorda, tanto como para
divertirse un rato. Comedia moral sobre monstruos sociales, Tus amigos y vecinos continúa
decididamente ese discurso, amplificando ahora la fauna de víctimas y predadores. De modo
coral, el film se organiza alrededor de seis personajes hiperurbanos, cuyos solos nombres
denotan la cáustica ironía con que el realizador los observa. Se trata de Cary, Jerry,
Terry, Cherry, Barry y Mary. Cary (Jason Patric, también productor ejecutivo del film) es
un predador sexual que se entrena para sus combates fornicatorios, sostiene que no
hay mejor polvo que el que se echa por venganza y cuyo mejor recuerdo erótico es el
de aquella vez en que violó a un compañerito de colegio. Profesor de teatro clásico,
Jerry (Ben Stiller) es incapaz de satisfacer a su pareja, Terri (la gran Catherine Keener,
icono del mejor cine independiente). Y además, en cuanto puede, intenta serle infiel con
Mary (excelente Amy Brenneman). A Mary, a su vez, no le va mucho mejor con Barry (Aaron
Eckhart, actor fetiche de La Bute). Convencido de que no hay mejor partenaire amoroso que
uno mismo, Barry se revela impotente a la hora de hacerlo con su mujer. En versión
morocha, pero tan fascinante como siempre, la superbella Nastassja Kinski reaparece en el
papel de Cherry, empleada de una galería de arte a la que todos los hombres del elenco
intentarán seducir. En lugar de ellos, Cherry elegirá a Terri, harta ya del insoportable
de Jerry. Así como existe la palabra misógino, debería poder hablarse de su contrario,
la filoginia, para definir a quien toma partido por las mujeres. Si así fuera, La Bute
sería el más filógino de los cineastas actuales. Tanto como In the company
of men, Tus amigos y vecinos es despiadada con sus protagonistas masculinos, a quienes
presenta como una bolsa de cobardías, narcisismo y egoísmo. Machismo, sobre todo.
Fierrero de gimnasio, aceitado y musculoso, desplegando un homoerotismo henchido de
testosterona que es incapaz de asumir, el galán Jason Patric resulta una revelación en
el personaje de Cary, uno de los tipos más repulsivos que el cine haya dadoen años. Pero
sus amigos (algún nombre hay que darle a esta forma de rivalidad viril) no
son mucho mejores que él. Contrariamente, la mirada que el film lanza sobre sus mujeres
es totalmente empática. Sobre todo, Terri aparece como una heroína, mandando al cuerno
al desagradable de Cary y cortándole el rostro como se merece a Jerry. De lenguaje crudo
y cortante, la puesta en escena de Tus amigos y vecinos (título de por sí
intranquilizador) resulta igualmente filosa, con encuadres en los que La Bute destripa a
sus sociópatas de la normalidad. Nos encontramos junto al busto de Voltaire, cerca
de La edad de la razón, dice alguien como al descuido, en lo que
constituye una soterrada declaración de principios. Con cruces de parejas dignos de un
vodevil feroz, La Bute, moralista contemporáneo, pinta las lacras de su tiempo con la
misma cruel ironía que el filósofo francés en Cándido. Denuncia, sin decirlo
directamente, que aquellos principios de la Ilustración terminaron siendo reemplazados
por el puro y simple salvajismo. Una afirmación altamente subversiva.
UNA SEÑAL DE ESPERANZA, CON ROBIN
WILLIAMS
Otro happy end para la Shoah
Por Luciano Monteagudo
Sí, creo que somos el pueblo elegido, pero hubiera preferido que el Todopoderoso
eligiera a otro, dice con triste ironía Jakob Heym (Robin Williams) cuando, en
medio de los padecimientos de un ghetto judío durante la ocupación nazi en Polonia,
alguien le pregunta por sus convicciones religiosas. La línea no está nada mal, pero si
hubiera que definir de alguna manera a Una señal de esperanza, se diría que es un film
culposo. Culposo porque, a diferencia de Tren de vida, que asumía el humor judío, aun en
tiempos del Holocausto, como parte esencial de su relato, Una señal... se siente en la
obligación de justificar sus chistes, de explicar que siempre hay lugar para una sonrisa.
Así como La vida es bella era el show personal de Roberto Begnini, aquí todo está al
servicio del histrionismo lacrimógeno de Williams. Y no resulta difícil ver qué es lo
que le interesó al actor del proyecto. En la piel de este pastelero polaco convertido
inadvertidamente en héroe del ghetto, Williams se siente autorizado a poner sus ojos
llorosos y elevar su mirada al cielo (aun estando bajo techo). Como el psicoanalista de En
busca del destino y el marido ejemplar de Más allá de los sueños, su nuevo personaje
también es viudo, lo que le permite extorsionar lástima. Como sus doctores de
Despertares y Patch Adams, la misión de Williams es, una vez más, llevar la esperanza. Y
como en uno de los primeros éxitos de su carrera, la sobrevalorada Buenos días, Vietnam,
difunde su mensaje a través de una radio, aunque en este caso sea de fantasía. El azar
quiso que todos a su alrededor creyeran que Jakob es poseedor de un aparato capaz de
sintonizar la BBC y él no hace sino retransmitir las noticias que todos querrían
escuchar. Si Williams ha hecho de sí mismo un eterno payaso trascendente, aquí cumple
con el último mandato de Hollywood, desde La lista de Schindler a La vita e bella: hacer
de la Shoah un espectáculo regido por la moral del happy end.
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