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Por Martín Pérez Desde Mar del Plata ![]() Si en algo coincide toda la prensa presente en Mar del Plata, es que ésta es la peor sección competitiva de la era Mahárbiz de un festival cuyo fuerte nunca fue, precisamente, dicha sección. Si bien, al recorrer los premiados de los festivales anteriores, es posible recordar bochornos como los presentados este año (e incluso, por qué no, tal vez inminentes galardonados), también saltan a la vista cierta clase de films excluyentes que este año brillaron por su ausencia. Con lo que no hay demasiados candidatos previos, siquiera para ser traicionados por la elección de un jurado oficial que históricamente ha sido diplomático antes que justo. Ante este panorama, no se puede menos que lamentar el hecho de que la cadera de Luis García Berlanga no le haya permitido acompañar su París-Tombuctú, tal como se había anunciado previamente. Porque, si se hacía presente, tal como están las cosas, se llevaba todos los Ombú en un carrito de supermercado. Aun a pesar de que su film no deslumbró, el cinismo, el desparpajo y aun la desprolijidad de un histórico son suficientes razones para merecer algún gran premio. Otro que brilló entre la mediocridad es el desquiciado Joao César Monteiro, cuyo desparejo film Las bodas de Dios regaló algunos de los mejores momentos de la muestra oficial. Si semejante capricho libertario --odiado por el diario marplatense La Capital, virtual órgano oficial de la organización-- se lleva algún merecido premio, será una clara muestra de que el jurado está a la altura que se supone luego de recorrer los nombres de sus integrantes. Apenas un escalón por debajo de semejantes candidatos aparece A ciegas, sin dudas el mejor film de toda la competencia oficial. Cuarto opus del director finlandés Matti Ijas, este cuento de iniciación juvenil carece sin embargo de toda la grandilocuencia y las grandes aspiraciones que suelen ser necesarias para anotarse algún premio en los festivales. Eso sí: los espectadores, agradecidos. Algo parecido sucede con SLC Punk, un film entusiasta al que un jurado rocker con veinte años de promedio tal vez le daría todos los premios, pero que aquí ni califica. A la hora de portar apellido, hay que recordar la prolijidad de Agnezka Holland para armar la excesivamente hollywoodense El tercer milagro, con Ed Harris encarnando a un cura lleno de dudas; la liviana farsa histórica Ferdinando y Carolina, de Lina Wertmüller, y El dulce rumor de la vida, la desencajada y prefabricada elegía actoral del otro Bertolucci, Giuseppe, con Francesca Neri y Rade Serbedzija. Si se habla de grandilocuencia, hay que tomar nota de films como Rembrandt, de Charles Matton, un qualité con estrella protagónica (Karl María Brandauer) y biografía para contar. O sino de la denuncia romántica de Domingo triste, que reescribe Casablanca en Budapest, con nazis que salvan judíos sólo para que la historia los absuelva. Y no hay que dejar de lado el capítulo argentino. Sin un Buenos Aires Viceversa como en el '96, un Pizza, birra, faso como en el '97 o siquiera un Mala época como el año pasado, ya se ha escrito en estas páginas que el trío de films locales seleccionados (Angel, la diva y yo, de Pablo Nisenson; El mar de Lucas, de Víctor Laplace y Sólo gente, de Roberto Maiocco) para la competencia volvieron a mostrar todos los vicios del más fallido cine argentino. Pero, en la mediocridad que los rodea, es justo señalar que ningún Ombú les queda demasiado lejos. Es más, salvo las excepciones señaladas en primer lugar, todos --los portadores de apellido, los grandilocuentes y los locales-- están demasiado cerca. Hoy será la hora de la verdad.
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