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LA INCREIBLE FUGA DE UN CENTRO QUE SERA CONVERTIDO EN MUSEO
Gracias, Lucas

El intendente electo de Morón, Martín Sabbatella, de la Alianza, planea abrir una Casa de la Memoria en el parque Gorki Grana, donde se alzaba la el centro clandestino de detención de Mansión Seré. El relato de dos secuestrados que huyeron en 1978.

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t.gif (862 bytes)  Ataron las frazadas con fuertes nudos, con el clavo abrieron la ventana, sacaron los alambres con las que estaban atadas las persianas de hierro, pasaron con sigilo al balcón, tiraron la soga y bajaron de a uno Daniel Rosomano, Claudio Tamburrini y Carlos García. Tras una pausa que para los tres fue interminable, salió Guillermo Fernández. Se había demorado escribiendo "Gracias, Lucas" en la pared, para endilgarle la huida al más sádico de los guardias. Así fue como los cuatro se fugaron del campo de concentración Mansión Seré, que la Alianza de Morón proyecta convertir ahora en Museo de la Memoria.

La casona donde funcionó el centro clandestino de la Fuerza Aérea fue demolida; el terreno del centro de detención fue reciclado en parque deportivo y el ex intendente Juan Carlos Rousselot mandó construir en 1997 una casa valuada en 300 mil dólares, para tener mayor privacidad durante su controvertida gestión municipal. Ahora los aliancistas quieren convertir la lujosa residencia de dos plantas en un museo de homenaje a los desaparecidos. Dos sobrevivientes del campo de detención, Tamburrini y Fernández, opinaron sobre el proyecto mientras recorrían el lugar y reconstruían ante Página/12 su fuga del 24 de marzo de 1978 cuando se escaparon desnudos, encadenados y esposados, colgando de una soga hecha con frazadas.

Fernández es actor. Vive en Montpellier, Francia, tiene 42 años, un hijo --Simón--, está en la Argentina visitando a sus padres y fue secuestrado cuando militaba en la Unión de Estudiantes Secundarios. Tamburrini fue arquero del club Almagro, militante de la Federación Juvenil Comunista y viene seguido a la Argentina por su profesión de filósofo e investigador de la Universidad de Gotenburgo, Suecia, donde vive junto a su mujer, Mari. Tiene 45 años y cree en la necesidad de dar testimonio para que la historia no se olvide. "Si el intendente electo quiere hacer la Casa de la Memoria, me parece correcto. Me gustaría que se haga como un puntapié inicial de un proyecto de información a los jóvenes de lo que pasó. Que no sea simplemente un monumento, una piedra, una placa, un par de flores, palabras bonitas y después nada más. Que se haga realmente en el marco de un proyecto, al cual, obviamente, nos prestamos".

Fernández concuerda, pero exige además que participen los que sufrieron en carne propia el terrorismo de Estado. "Me parece importante que tengamos una participación en lo que fue nuestra historia." Tamburrini, que vive en Suecia preocupado por el resurgimiento de la ultraderecha fascista en Europa, sintetiza la idea con el ejemplo de los testigos del Holocausto. "El testigo te empieza a describir lo que vivió, lo que sufrió, y eso es irrefutable. No se puede negar la historia."

A la hora de dar testimonio, Fernández asume el rol de narrador. Como actor, está acostumbrado, pero igualmente la emoción se le escapa cuando rememora el momento más tenso del escape. "Salimos corriendo cuando, de repente, en la calle pasa un auto. Nos tiramos al pasto, que estaba alto, y yo me di vuelta y miré hacia atrás. La ventana seguía abierta de par en par, la luz salía por allí, y la cuerda formada por frazadas y sábanas anudadas, todavía colgando, se agitaba. Esa imagen la tengo grabada", cuenta mientras camina por el parque arbolado.

"Todo empezó un día en que me sacaron de la pieza sin pegarme", narra Fernández. "Me llevaron a una de las piezas, me hicieron sentar y un tipo con voz calma me preguntó cómo estaba. Yo pensé que era un médico, y le respondí: 'Me está saliendo pus de las quemaduras de la picana'. El tipo me cortó y dijo: 'No, yo soy el juez'. '¿Me van a llevar al PEN (Poder Ejecutivo Nacional)?', pregunté. 'No, soy el que va a decidir si seguís vivo o te matamos. Nos tenés podrido, hace mucho que estás acá, nos venís contando pavadas, ya estamos cansados. Te doy una semana, pensá lo que nos tenés que decir, o te reventamos. Porque antes de matarte te vamos a hacer mierda'." Fernández no dudó. "Volví a la pieza y hablé con todos (Tamburrini, Rosomano y García): 'Acá nos van a matar a todos, no va a quedar nadie'". Y entonces decidieron que la fuga era la única alternativa que les quedaba.

Fernández y Tamburrini proponían la fuga, aunque sus compañeros de celda dudaban. El filósofo y ex arquero explica: "Fernández estaba más apretado por los milicos y yo estaba muy desesperado". Por eso comenzaron a "hacer un trabajo de seducción" con los otros. Porque sabían que la fuga sólo era viable si se escapaban los cuatro. "Los asustábamos, a veces agrandándoles un poco lo que habían dicho los guardias, para que se convencieran de que los iban a matar a ellos también. Porque ahí adentro te mantenían ilusionado diciéndote que, si te portabas bien, te largarían. Por eso, había que convencerlos de que era mentira", confiesa Fernández. "Después hubo que pensar cómo carajo irse."

El primer plan de fuga no pudo concretarse. Con la plancha para cocinar bifes como única arma, pensaban reducir a la guardia y ocupar la Mansión. Pero algo cambió cuando Fernández encontró un clavo en la pieza. "'Un clavo, para qué carajo sirve...', pensé primero. Pero de repente vimos que la ventana que había en la pieza no tenía manija, sólo el agujerito donde ésta debía estar. Entonces pensamos que con el clavo se podía abrir la ventana, y desde ese primer piso --la casa era de construcción antigua, con techos altos-- tirar una cuerda con las frazadas anudadas. Los otros dudaban por los nudos, pero al final nos decidimos. Hicimos una prueba para ver si al abrir la ventana ésta hacía ruido. Eso fue a la tarde del mismo día en que nos íbamos a escapar, aprovechando que había más ruido en la calle. Al lado estaba la pieza donde dormían los guardias."

"Abrimos la ventana, la cerramos, escondimos el clavo y alguien dijo: 'Listo, esperemos a esta noche'. Pero los hijos de puta no tuvieron mejor idea que venir a cambiar la lamparita y eso nos desmoralizó. Teníamos todo controlado, sabíamos que estábamos cerca del tren Sarmiento y de la avenida Rivadavia, en el oeste del Gran Buenos Aires, pero ahora había que convencer de nuevo a los otros", explica Fernández. Tamburrini lo sigue con la mirada, atento. "En un momento, me levanté, lo vi a él despierto y le dije 'bueno, nos vamos'." Y se fueron.

(Investigación de Martín Piqué.)

 

Houdini, contra toda lógica

t.gif (862 bytes) "¡Bien, Houdini!", susurró Claudio Tamburrini, cuando Guillermo Fernández logró abrir con un clavo la ventana que les prometía la libertad. Estaban realizando la fuga que habían preparado forzados por los acontecimientos y las amenazas. Y aun así, en esas condiciones, se guardaron un momento para el chiste. Hoy lo recuerdan emocionados y Fernández se ríe sin pudor.

El escape de los cuatro prisioneros obligó a la Fuerza Aérea a desmantelar el centro de detención, a blanquear a los restantes detenidos poniéndolos a disposición del Poder Ejecutivo, y a incendiar la vieja casona que Cacciatore les había entregado a los pilotos para organizar un "chupadero". Los buscaron con helicópteros y autos, en un operativo que los vecinos todavía recuerdan, pero no los pudieron capturar porque no siguieron ninguna lógica.

"La lógica indicaba que teníamos que estar separados, y todo lo que hicimos fue en contra de eso. Por eso no nos engancharon. Tendríamos que habernos ido para la avenida Rivadavia, no tendríamos que haber dado vueltas en la zona durante una hora buscando un auto. Porque así fue que tuvimos que tocar el timbre en una casa a 400 metros de la Mansión y escondernos en un garaje en construcción, al lado. Estuvimos los cuatro juntos, cuando eso no es recomendable", explican --con experiencia--Tamburrini y Fernández. Sin embargo, 21 años después, creen que esta falta de lógica los benefició. "Salió bien justamente por eso", coinciden.

 

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