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Por Raúl Kollmann "A los del Servicio Penitenciario el motín les conviene. Se queman diez colchones y ellos oficialmente ponen que se quemaron cien; ellos dicen que desaparecieron todas las pastillas de la enfermería, sobre todo los psicofármacos, y la verdad es que así blanquean que las estuvieron vendiendo a los presos; ponen que desapareció la comida, armas, todos los elementos que se vinieron robando. El motín es un negocio. Pero además, juntan plata haciendo la vista gorda cuando vamos entrando, en partes, las armas para hacer el quilombo. El motín les sirve también a ellos para que haya un ajuste de cuentas entre las bandas, como ocurrió en Sierra Chica, donde acuchillan a un montón de tipos conflictivos. Ellos lo provocan, los muertos son obra indirecta de ellos. Ahora, después de Ramallo, después de lo que ocurrió en Temperley y San Juan, y con la tristeza que trae un fin de año especial, los motines se están preparando en todos lados. Esta es la tumba, hermano. Acá no sos un ser humano. Tenés que salir o salir". El Tucán, preso desde hace años en una cárcel bonaerense, redondea así un diagnóstico que el Servicio Penitenciario conoce bien. Fuentes de ese organismo admitieron a Página/12 que hay fuertes indicios de que se viene una oleada de motines. Este diario realizó una extensa investigación sobre una historia en la que confluyen miles de hombres detenidos, cárceles que sólo sirven para empeorar a los presos y un servicio penitenciario bajo cuyo paraguas existe una corrupción inaudita. "Ya sabemos lo que se viene --le reconoció a Página/12 un hombre del Servicio Penitenciario Bonaerense--. La toma de rehenes está de moda y encima hay un clima muy pero muy caldeado. Los rumores que nos llegan hablan de preparación en casi todas las cárceles. Estamos trabajando para ver cómo lo evitamos". Para los presos, el caso Ramallo, el de Temperley --detenidos en una comisaría que se fugaron y tomaron como rehén a una familia-- y el de San Juan --presos que lograron huir con rehenes-- no cambian la forma de hacer las cosas: en los intentos de fuga y los motines, siempre hubo y habrá rehenes. Lo que cambió es la probabilidad de éxito. En las cárceles están seguros de que ya no les dispararán a quemarropa como antes. "¿Sabés qué pasa? --rezonga El Viejo, otro detenido -- Los pibes están llenos de pastillas que les venden los del Servicio Penitenciario. Una te tranquiliza, unas cuantas te ponen loco. Y encima se acerca el fin de año, la mayoría no tiene condena, te tratan como la mierda y estás más triste que nunca. Te agarra la desesperación. Eso es lo que está pasando. Se viene un gran quilombo". Todos los presos coinciden: al Rohypnol lo llaman corajil, y lo venden en 60 pesos, el Octanil vale 50, hay otra a la que apodan Alucinal, que cuesta 20. Y por supuesto está la cocaína, que se usa menos que las pastillas. La otra forma de sobrevivir es el pajarito: un brebaje en el que se mezclan arroz, naranja, levadura, té, whisky --una botella de Criadores vale 30 pesos-- y pastillas, todo fermentado. "Ni te das cuenta de que estás preso. Te vuelve loco". Los detenidos aseguran que los proveedores son siempre los mismos: los guardias. "Cuando salís del pedo en el que te metiste, estás en los buzones (celdas de castigo) y no sabés ni cómo llegaste. Seguro que hubo pelea, quilombo, pero uno no se acuerda de nada", concluye El Viejo. "Las fugas y los motines las organizan, sí o sí, los cabeza de poronga de cada pabellón. Entre esos cabecillas y los del Servicio Penitenciario siempre hay acuerdo, porque si no los cambiarían de lugar, le ponen otra gente o lo que sea. Pero no, los cabezas de poronga tienen mulas --chicos jóvenes que son sirvientes en todo-- y los del Servicio dejan que las cosas corran, porque así los cabecillas mantienen el pabellón tranquilo y ellos hacen plata. La entrada de las armas, el pase al lugar donde se inicia el motín, todo se hace con las requisas arregladas y con los guardias arreglados. Si vos no participás, tarde o temprano te cortan", relata El Negro. Una de las claves del motín o el intento de fuga es el tipo de rehén que se consiga. El jefe del penal no sirve para nada: es un hombre de carrera y tiene la obligación de jugársela en contra de los presos. Normalmente lo largan, a menos que no tengan otros. Los rehenes apreciados son los guardianes más rasos, pero sobre todo los civiles, especialmente los periodistas. El caso de San Juan es paradigmático: los presos hicieron ingresar un grupo de cronistas, los tuvieron de rehenes y después obligaron a las autoridades a negociar. Si los presos tienen de rehén a un jefe de la prisión, no hay obligación de negociar; si tienen un civil, no tienen otro camino que el diálogo con los amotinados. "El objetivo que uno tiene siempre es la fuga --insiste El Tucán--. El motín más reivindicativo se arma en general cuando la fuga se hace imposible y necesitás hacer un gran escándalo para que los penitenciarios no te revienten. Tienen una especie de grupo Halcón, entrenado en karate, que te destroza, de manera que se trata de negociar para que la masacre y los castigos no sean tan tremendos. Para hacer el escándalo, la orden baja de los porongas a las mulas. Si el Servicio Penitenciario fuera una cosa decente, si te trataran como persona, si no mezclaran a viejos detenidos con pibes que recién empiezan, todo sería diferente. Imaginate que nunca hay comida más o menos aceptable porque la carne se la roban los funcionarios y son ellos los que venden todo, hasta las cosas para hacer el motín. La tumba (como le dicen a la cárcel) no mejora a nadie, arruina a todos y no sólo a los que están adentro. --¿Cómo es eso? --preguntó este diario. --Si vos adentro tenés que pagar casi todo, ¿de dónde te creés que sale la plata? El preso le pide a la familia que consiga el dinero de cualquier forma. A veces los obliga a robar y necesita que la banda siga funcionando. Otras veces presiona para que alguien de la familia se prostituya. Algunos adentro les tienen que pasar plata a los porongas y es como tener una espada sobre la cabeza: si no consiguen, los cortan. Por eso la familia afuera hace cualquier cosa. Si el Servicio Penitenciario fuera algo decente, todo esto no pasaría", remató El Tucán. El clima de desesperación, el fin del milenio y la increíble confabulación de dinero y poder entre los porongas y los hombres del Servicio Penitenciario son el transfondo de los motines e intentos de fuga que se preparan. "Después que los cabecillas toman la decisión --explica El Viejo--, el plan de fuga o motín puede tardar tres o cuatro semanas en concretarse. Se usan los turnos de los guardianes arreglados para pasar un revólver desarmado o cualquier arma que sirva. Las cosas se pasan en la yerba, la torta o lo que sea. Después se estudia el turno, siempre el más débil, en el que empezar el quilombo y, ya sabés, todo se paga. Pasar al teléfono en un momento, encontrar algún arma más, el guardián que se entrega. A veces es cuestión de plata, a veces es cuestión de miedo, otras es arreglo puro. Ya te dijimos que los tipos hacen un blanqueo gigantesco. En el motín supuestamente se queman decenas y decenas de colchones. Es mentira. El preso nunca quema su colchón. Pero ellos así hacen plata. Desaparecen los medicamentos, las cosas para la limpieza, toda la comida, palos, armas, ropa, lo que sea. Todo lo hacen plata. No creas que para ellos el motín es un desastre, es plata, hermano, es plata". En el medio de la tensión, todos saben que las próximas semanas pueden ser un infierno. Es lo que se dice en los penales recorridos por este diario. --¿El preso común qué hace? --preguntó Página/12. --No puede hacer nada --responde El Tucán--. Aunque esté por salir en dos semanas, se tiene que prender porque si no lo cortan. Va o va. Y además te digo una cosa: los que estamos en la tumba estamos jugados. Tenemos que salir como sea. Esto es peor que estar muerto".
"En Sierra Chica con el gordo Gaitán hicieron albóndigas"
Por R.K. "La mayoría de los muertos fueron por el ajuste de cuentas entre las bandas --cuenta el Apóstol 13--. En verdad, eran casi todos contra la banda de Agapito, que arruinaba guachos (o sea que violaba a los detenidos más jóvenes). En la cárcel, las bandas más fuertes son las de los chorros y no toleran que toquen a los chorros más pibes. La bronca era tremenda y los del Servicio Penitenciario lo sabían. Por eso dejaron correr el motín. "Los porongas habían hecho quilombo en varios penales bonaerenses y por eso el Servicio Penitenciario los juntó. Si no los metían a todos en Sierra Chica no pasaba nada, pero estuvo todo calculado", sostiene. "De entrada eran todos contra la banda de Agapito, pero después, te imaginás que hay otros ajustes de cuenta. Tipos que se tienen bronca, algún buchón, internos que se la tienen jurada a otros por cuestiones de sexo o lo que sea --explica--. El más odiado era el Gordo Gaitán, por eso lo degüellan. Los pedazos de carne se metieron en la máquina de picar que había en la cocina y después hicieron las albóndigas. Yo no comí, me daba asco. Pero otros comieron: algunos de bronca, otros porque después de varios días ya no había nada para comer". "A Agapito le metieron primero el tiro, después lo pinchan y al final le cortaron la cabeza. La imagen de los internos pateando la cabeza a veces no me deja dormir". "Los muertos fueron 16 o 17, pero se arregló con las familias para tapar todo. La cifra oficial que se dijo fue de siete. Los cuerpos, como ya se sabe, se metieron en el horno de la panadería y no quedó nada porque esos hornos funcionan a una temperatura infernal. Los peritos sólo encontraron unos dientes. Claro que la orden la dieron los cabecillas y los que hicieron todo fueron los giles. También los giles son los que tuvieron que trabajar para hacer el túnel. Creeme que los cabecillas no laburan nunca". "Todo empezó cuanto se tomó Control. Un cabecilla salió al teléfono, porque todo estaba arreglado. Después encaran a la guardia y le sacan las armas. También en la jefatura del penal había un par de armas, que en realidad está prohibido que las tengan. A partir de ese momento, empezó la masacre, pabellón por pabellón. "Nosotros pedimos a la jueza María Malere, porque siempre se portó bien con los presos. Siempre estuvo en contra del mal trato que sufríamos. Después la chupamos, la tomamos como rehén, porque la necesitábamos. Estaba en un lugar al que no entraba nadie, sólo los cabecillas. En total tuvimos como 17 rehenes, aunque algunos eran familiares de presos". "Te insisto. El Servicio Penitenciario fue el culpable de todo. Lo armó
alevosamente, porque sabía que iba a producirse la masacre. Para el Servicio
Penitenciario sólo servimos para que nos saquen plata, no somos seres humanos. Si no
hubieran juntado las bandas en Sierra Chica, no pasaba nada. Nada de nada. Los muertos
fueron culpa de ellos". Palabra del Apóstol Trece.
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