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Por Carlos Rodríguez El recorrido, si las piernas responden, puede hacerse en algo menos de cinco horas, parando en todos los hitos del barrio de la Recoleta, desde la Plaza del Lector, en Las Heras y Agüero --con paso obligado por la Biblioteca Nacional--, hasta las mesas de La Biela, el mítico bar tuerca convertido en postal viviente de una de las zonas más cultas y paquetas de la ciudad. Plaza Francia, con sus artesanías y shows "a la gorra", el Museo Nacional de Bellas Artes con sus 9000 obras originales, el Centro Cultural Recoleta, el cementerio y la Basílica Nuestra Señora del Pilar, son los otros puntos fuertes del Quinto Circuito Turístico Autoguiado de la Ciudad inaugurado ayer por el Gobierno de Buenos Aires. Los interesados en hacer el paseo sólo necesitan las ganas de caminar, porque pueden guiarse sin problemas con los 100 carteles tridimensionales que informan en detalle sobre la historia de cada rincón del barrio y la ruta a seguir para ver todo lo relevante. "El turista que llega a la ciudad por cuarta o quinta vez quiere conocer cosas nuevas y para poder hacerlo necesita ser asesorado para realizar sus actividades con total independencia", explicó a Página/12 Hernán Lombardi, secretario de Turismo de la ciudad. Comentó, con visible orgullo, que han tenido "muy buena repercusión" los anteriores circuitos autoguiados que fueron inaugurados este año en los barrios de San Telmo, Plaza San Martín, Monserrat y la Boca. Para el año próximo ya se está pensando en planificar circuitos similares en Flores, Belgrano, Abasto y Mataderos. La caminata comenzó ayer, a las 15, en un día a pleno sol que hubiera sido típicamente "peronista" si el gobierno de la ciudad estuviera en otras manos. El punto de partida fue la Biblioteca Nacional, que alberga dos millones de libros, entre ellos 11.000 volúmenes guardados en la Sala del Tesoro porque datan de los siglos dieciséis y diecisiete. Hay 21 incunables y un folio de la Biblia de Gutenberg, el primer libro jamás encuadernado. Luego se hizo una recorrida por plazas donde hay monumentos que recuerdan al poeta nicaragüense Rubén Darío, al prócer uruguayo José Gervasio de Artigas, a Bartolomé Mitre y hasta una plaza dedicada al filósofo libanés Gibran Khalil. La plaza Rubén Darío se levanta en un predio que alguna vez fue la casaquinta de la aristocrática familia Unzué y que años después, ya expropiada, fue residencia presidencial. En ese lugar murió Eva Perón, el 26 de julio de 1952, y en poco tiempo se levantará allí un monumento a su memoria. El paseo incluyó una breve visita al Museo Nacional de Bellas Artes. Las decenas de personas que inauguraron el circuito vieron, en apenas un pantallazo, arte religioso --esculturas y pinturas-- del siglo XII, pinturas sobre madera inspiradas en la Biblia, esculturas de autores españoles y franceses. Después siguieron las obras, "todas auténticas", remarcó el guía del museo, de los grandes pintores como Rembrandt, Goya, El Greco, Renoir, Gauguin o Manet, además de los maestros argentinos. En camino hacia Plaza Francia, los turistas se toparon con imitadores de Joan Manuel Serrat y Silvio Rodríguez. El primero, instalado con su guitarra en el parque aledaño al museo, cantaba como si fuera en solfa "se hace camino al andar". Olvidado por el público, el Serrat vernáculo se enojó con las guías que daban información megáfono mediante: "Donde se canta no se habla, muñecas, que ya bastante bla, bla, bla hay en el éter", gritó descomedido el falso catalán. El Silvio trucho, en cambio, ni siquiera notó la presencia de la comitiva, ya que el pastito estaba lleno de fans que lo aplaudían casi como al verdadero. Para dar una visión "más integral" a los turistas, algunos de los cien carteles tienen imágenes de los edificios más importantes de la zona, incluidas residencias privadas --que no pueden ser visitadas-- como el Palacio Naval o el Palacio Anchorena. Los afiches, tridimensionales, informan sobre la disposición interna, para que al menos tengan una idea de lo que se están perdiendo de conocer a fondo. También hay información en detalle sobre el viejo Palais de Glace, la primera pista de patinaje sobre hielo de Buenos Aires que luego se convirtió en uno de los recintos elegantes a los que primero llegó el tango, procedente de los suburbios de la ciudad.
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