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En sólo dos noches, Blur confirmó todas sus virtudes y sus vicios

El grupo inglés ofreció en el Luna Park dos shows impecables, signados por la experimentación más ambiciosa y un alto poder sonoro. Al mismo tiempo, eliminó los bises y se fue del escenario antes de la hora y media. Pero lo visto alcanzó para confirmar un status que la ubica mucho más allá de Oasis.

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Damon Albarn junto al baterista Dave Rowntree, ofreciendo una de sus contadísimas sonrisas


Por Eduardo Fabregat
t.gif (862 bytes)  Las operaciones de marketing, tan habituales en la era superprofesionalizada de la música, producen un curioso efecto residual que lo distorsiona todo. No por ello, claro, dejan de hacer historia. En los '60, la maniobra de enfrentar a The Beatles y The Rolling Stones resultó altamente "productiva", abriendo dos espacios allí donde había sólo uno y generando una cascada de popularidad. Eso explica fácilmente varias otras dicotomías que vinieron después, y por supuesto explica el manotazo de ahogado de una Inglaterra herida en su orgullo por Nirvana y sus secuaces. A medida que el grunge estadounidense arrasaba todo, los medios ingleses se encarnizaron más y más en el particular partido de fútbol puesto en escena para Oasis y Blur. Tenían todos los elementos a mano: los primeros eran rockeros y de clase trabajadora, los segundos cultivaban el pop inglés más elegante y hacían exhibición de su buena posición social. La "pelea", condimentada por algunas declaraciones altisonantes de cada lado, parecía dirimir sus rounds en el momento de comparar las cifras de venta. La música era casi un dato anecdótico.

Esa anécdota, sin embargo, es lo que termina de aclarar todos los tantos con respecto a las dos bandas inglesas más importantes de los últimos tiempos. O al menos las dos que consiguieron meter tanto ruido como para dejar en un segundo plano ofertas tanto o más apreciables como Radiohead, Pulp o Suede. Oasis tocó en el Luna Park en marzo de 1998. Blur dio dos shows en el mismo lugar. Y la torcida conclusión que dejó la doble experiencia es que resulta algo atrevido poner a una banda como Oasis --alto carisma y sólo un par de ideas-- a la altura de Blur.

Para comprender cabalmente las intenciones del cuarteto, hubo un momento específico de los shows en Buenos Aires que sirvió para concentrarlo todo: "This Is A Low", una de las canciones más ambiciosas de esa biblia del llamado brit pop que se llamó Parklife. En esa canción oscura y potente, rebosante de personalidad, Blur deja sentada su intención de ir más allá de los límites convencionales fijados para la música de las Islas Británicas. Esa fue la síntesis, aunque las cosas quedaron claras en el mismo comienzo de la velada en el Luna: cuando el cuarteto tomó el escenario con los aires gospel de "Tender", primer caballito de batalla de 13, pareció que todo iba a condecirse con esa imagen de chicos elegantes y refinados, más allá de del desastrado vestuario. Pero apenas terminada la sensible canción dedicada por Albarn a su ex pareja Justine Frichman (integrante de Elastica), el grupo se embarcó en "Bugman", y todas las presunciones quedaron sepultadas por el vendaval eléctrico.

La del grupo, por otra parte, es una alquimia extraña. Albarn, de mirada fría y súbitos accesos de furia descontrolada --el viernes llegó a golpearse la cabeza con el micrófono como un demente--, comparte el liderazgo del grupo con Graham Coxon, un guitarrista sumamente versátil e impredecible, capaz de sostener instrumentalmente al grupo a quince metros de altura... a pesar de estar muy evidentemente fuera de sus cabales. James y Rowntree juegan su papel con la tranquilidad que les da su segundo plano. Un lugar de todos modos nominal, si se tiene en cuenta la importancia de su labor en la triple andanada de pura potencia de "B. L. U. R. E. M. I.", "Advert" y "Popscene". Los cuatro, con el anecdótico aporte de la tecladista Diana Gutkind, hicieron una demostración de solvencia para pintar paisajes sonoros relacionados tanto con los Beatles ("Beetlebum" fue el mejor ejemplo) como con David Bowie, The Who y hasta el concepto--Pink Floyd, como pudo apreciarse en la larga experimentación sónica de "Battle", el tema más complejo de su más reciente disco.

Lo que se vio de Blur en Buenos Aires sirvió para confirmar su estatura. El repertorio estuvo dominado por las canciones de 13, toda una declaración de principios recordando que se trata de su disco más jugado. Y las alusiones al pasado estuvieron teñidas por el mismo espíritu de experimentación, como el extraño clima de "End of A Century" y "This Is A Low" (de Parklife), la única referencia a The Great Escape de "The Universal" y el country deforme de "Country Sad Ballad Man", de Blur. Apenas hubo una concesión a su reputación de pop perfeccionista, en el aire disco de "Girls & Boys", que le dio a la gente la posibilidad de bailotear un poco entre las incómodas sillas.

En la otra mano, Blur mostró también el peor vicio de los músicos ingleses: la negligencia. Por momentos alejados de toda emoción, Albarn, Coxon, James y Rowntree eliminaron dos temas de la lista y se marcharon a la hora veinte de show, sin retornar para ningún bis y dejando afuera un par de hits que hubieran dejado a la gente con la sensación de un festín completo. Según se pudo saber después, Albarn (que en el medio del show no pudo resistir la tentación de tocar "No llores por mí, Argentina" en una melódica, un gesto superfluo) terminó malhumorado por lo que suponía una reacción demasiado fría de la gente. La gente, claro, se quedó pensando lo mismo de él.

 

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