Nadie especuló con el posible dúo, pero las presunciones flotaban en el aire. Sin embargo, sólo hubo dos shows de signo bien diferente. |
Por Esteban Pintos Desde Córdoba No sucedió. Esa es la noticia: Luis Alberto Spinetta y Charly García, los dos más grandes músicos de rock argentino de este siglo, compartieron el cartel principal de un extraño festival celebrado en el estadio Chateau Carreras de la capital cordobesa, pero no hubo contacto musical. Apenas visual: fue a la medianoche del viernes, cuando promediaba la actuación de Spinetta, al frente del sólido trío de siempre, potenciado por Claudio Cardone en el piano. En ese momento, García no se pudo tener más dentro del vestuario local y asomó por la manga que lleva hacia el campo de juego. Desde allí observó y acompañó con leves movimientos un furioso jam eléctrico que descargaba el cuarteto. Hizo un par de gestos hacia el escenario (¿esperaba que lo invitaran a subir?) que no fueron correspondidos, al menos explícitamente, y simplemente vio la actuación. Al rato, se dio media vuelta y volvió a su jaula--camarín. Es que la soñada noche del viernes en el estadio, con unas 7.000 personas ocupando la platea techada, no parecía tener un atractivo equiparable con la supuesta --nunca anunciada, ni siquiera sugerida, en verdad-- reunión de los hombres que han escrito las mejores canciones de los últimos treinta años del rock hecho en Argentina, además de las participaciones de los jóvenes rockers Turf y el muy querido aquí Javier Calamaro. A esta altura de sus carreras y de sus vidas, parece difícil --y a algunos jóvenes les debe resultar hasta increíble-- pensar que ambos, Charly y el Flaco para la memoria colectiva, en otro momento (hace ya quince años, en 1984), hayan llevado adelante casi hasta el final el proyecto de un gran disco doble, el doble soñado del rock nacional nunca concretado. Un dream team de dos que apenas alumbró un par de gemas ("Rezo por vos", la más popular) y otros tantos cruces sobre el escenario, y que se quedó ahí. Después, pasó mucha agua bajo muchos puentes y de aquel amor, poco queda, sólo un inmenso respeto tácito. En realidad, está claro que ambos representan hoy extremos de conducta y actitud rockera. Spinetta parece un maduro ejemplar de una raza en extinción, que prefiere la seguridad de una reserva natural en donde retozar. García también está en peligro pero, en cambio, elige quemarse en su propio fuego, brillar --aún desde el patetismo-- y seguir levantando multitudes con algunas de esas canciones que concibió en la década del ochenta. La impresión fue patente aquí en Córdoba, con dos shows completamente opuestos en intensidad y gestos. Spinetta subió al escenario después de una larga espera --las demoras por "inconvenientes" de producción, otro tema para este evento auspiciado por el gobierno cordobés-- y a partir de ahí descargó un arsenal de electricidad que, en ciertos momentos, orilló la monotonía de una banda de tres (o cuatro) brillantes instrumentistas tocando para ellos solos. Salió de todo esto --hubo algún adelanto de un nuevo disco que aparecerá en diciembre-- cuando surgieron las imbatibles "Los libros de la buena memoria" y "Despiértate nena" en una nueva versión groove. El público, que quería fuego y por eso clamaba por Charly, escuchó respetuoso, como hipnotizado por el hombre de pelo amarillo marca Palermo (otra vez) y camiseta rojo shocking. Así, sobriamente y sin ninguna estridencia, saludó y se fue, no sin antes anunciar elípticamente al siguiente artista. El siguiente artista desarrolló una rutina más o menos habitual en su conocida imprevisibilidad cuando sale a la ruta. Llegó con la noche al aeropuerto cordobés --había perdido el vuelo previsto inicialmente-- y de ahí fue al estadio, en donde ingresó triunfalmente ante la mirada de una decena de fanáticos que lo observaban fascinados a través de las ventanas, en los pasillos internos del estadio. Después, mientras Spinetta desarrollaba su clase musical, concretó (dicen) una performance que podría igualarlo al personaje de Martin Sheen en Apocalypse now, esperando por salir al combate. Se pintó la cara y las manos, rompió algún espejo, tocó la guitarra a todo volumen, arrojó algún elemento contundente contra las paredes, salió a ver a Spinetta, volvió y esperó hasta pasada la una de la mañana para emerger. Antes, en el único momento de tensión real, Charly casi recibió una poco amistosa "visita" de dos representantes de la policía cordobesa, que fue impedida justo a tiempo. Su show, como puede suponerse más o menos fácilmente, transitó por los carriles habituales de su actual estadio Say no more: canciones inolvidables tocadas como se pueda y cantadas por la gente ("Cerca de la revolución", "Promesas sobre el bidet", "Pasajera en trance", "Demoliendo hoteles"), otras más olvidables (pertenecientes casi todas a esta última época), mucho caos instrumental impuesto por él mismo y un largo final, ya con Pipo Cipollati --especie de bufón de la corte de un rey loco--, en donde amontonó arranques de covers y algunos temas del anunciado proyecto Cerebrus, en homenaje a "Titanes en el ring". Eso fue todo. El final de la noche, bien entrada la madrugada del sábado, dejó un par de imágenes que resumen de qué fue este encuentro fallido. Mientras García parecía no querer bajarse nunca del pequeño tablado (no se podría llamarlo escenario) y hacía ruido con todo lo que se le cruzaba, Spinetta ya estaba reclinado en un cómodo sillón de su hotel, en pleno barrio Alberdi. Después, cuando ya estaba por aparecer el inmenso sol cordobés, después del show y del after show, García inició una recorrida "matinal" por algunos bares y boliches de la ciudad todavía abiertos. Spinetta, a esa hora, dormía plácidamente.
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