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SUBRAYADO
Vital, móvilo minimizado

Por Julio Nudler

Nadie se acuerda ya en la Argentina, por supuesto, del salario mínimo, vital y móvil, que parece evocar remotos tiempos de cosas buenas y malas: la justicia social, la inflación y los límites puestos por los gobiernos al libre albedrío del mercado. Pero precisamente en Estados Unidos, usina de neoliberalismo, está esparciéndose la tendencia a imponerles a ciertas empresas el pago de una retribución mínima (que, por supuesto, parece todo menos mínima en términos argentinos). Esta medida ya rige en cuarenta ciudades, y están estudiando implementarla otras cincuenta. El grupo de municipios donde tiene vigencia crece a razón de uno por mes.Estas normas comprenden a toda empresa que disfrute de alguna ventaja otorgada por el Estado, por lo común municipal: desgravaciones impositivas, alquiler de espacios públicos, concesión de servicios, etcétera. En Los Angeles, por ejemplo, la ordenanza obliga a las firmas en cuestión a pagar un salario no inferior a 8,76 dólares la hora, una remuneración que muchos trabajadores argentinos ganan en todo un día. Las empresas alcanzadas van desde un simple restorán que opere por ejemplo en una zona turística subsidiada, hasta la United Airlines. La que no cumpla se expone al descrédito público y a la cancelación de su contrato.Además de un piso salarial, también se está exigiendo que los dependientes gocen de cobertura de salud, estabilidad y hasta alicientes para que se sindicalicen. El blanco de este movimiento, del que participan desde sindicatos hasta iglesias, son los trabajadores que ganan menos de 8 dólares horarios y que, según datos publicados por el New York Times Service, representan el 25,7 por ciento de la fuerza laboral norteamericana, o sea 28,5 millones de personas. Por ahora apenas 44.000 son los beneficiados por las ordenanzas de salario vital.En la Argentina, la coalición de empresarios y economistas (no todos, pero sí los más gravitantes) consiguió inculcar la idea de que el salario, cuanto más bajo mejor. A la baratura del trabajo se le llama competitividad, sobre todo si, además de ganar muy poco, los asalariados trabajan más horas y en peores condiciones. Como esto restringe el mercado interno, y como por otras razones las exportaciones no crecen o caen, la economía vive enferma de recesión. De esta manera, cuanto más se reduce el salario, más aumenta el desempleo, porque la ecuación “menor precio/más demanda”, que se aplica a la mayoría de las mercancías, no rige para el trabajo, aunque la alta tasa de desocupación sea usada como pretexto para depreciar cada vez más la mano de obra.

 

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