En el bar, alguien arroja al aire la palabra matrimonio: --Matrimonio, cementerio del amor. Un temblor recorre la fila de clientes acodados al mostrador. Esta noche nos visitan cuatro señoras. Se extingue el eco de la sentencia y una dice: --Después de una larga experiencia personal, después de considerar las experiencias de amigas y conocidas, me he preguntado si la traición, la deslealtad, la inmadurez y la inestabilidad no constituirán una condición ineludible de la naturaleza masculina. Lo comento sin ánimo de criticar. Toma la palabra un parroquiano: --Lo que me pregunté a lo largo de mis años y después de observar a mi alrededor es si la especulación y el creciente desinterés por el otro (una vez instaladas, con hijos, el techo asegurado y el hombre reducido casi a la condición de un pensionista que ocupa una parte de la casa) no formarán parte ineludible de la naturaleza femenina. También sin ánimo de criticar. Interviene nuestro filósofo Espoleta: --Naturaleza femenina, naturaleza masculina, lo evidente es que los hombres son incorregiblemente machistas y las mujeres inevitablemente calculadoras, esto forma parte de la condición del género humano y con semejantes socios no hay empresa que pueda prosperar: el matrimonio estará siempre condenado al fracaso. Amén. Las definitivas palabras de Espoleta causan fuerte impresión y el ambiente se vuelve más bien depresivo. Interviene otro parroquiano: --Creo que tienen una visión excesivamente derrotista de la condición humana y de la institución del matrimonio. Me gustaría contarles la historia de mi madre y mi padre. --Historia antigua --dicen varios--, otros tiempos. --Puede ser, pero tal vez valga la pena. Primero aclaro que mis padres se amaron siempre, remaron juntos y criaron a los hijos para que fueran independientes y supieran defenderse solos en la vida. Como todas las parejas, también ellos tuvieron sus tropiezos. Hubo un tiempo en que mi mamá se había despreocupado bastante de mi papá. Siempre había sido una mujer coqueta, pero estaba abandonada. La casa era una tristeza. Un día mi papá la llevó al café de la esquina y le dijo: Dolores, vos sabés que te quise desde que éramos chicos y te sigo queriendo, la idea de la separación para mí es una cosa insoportable, pero no puedo ocultártelo más, conocí a alguien y estoy viviendo una pasión. --¿Y su madre qué hizo? --Mi mamá primero se desmayó y después fue a la peluquería. Se compró vestidos nuevos, zapatos nuevos e hizo un curso de cocina. También renovó su equipo de ropa interior. La vida en el hogar recuperó el brillo que había perdido. Mi papá empezó a volver cada vez más temprano. A las nueve nos daban las buenas noches y se metían los dos en el dormitorio. Esas vacaciones las pasaron solos en las sierras de Córdoba, mientras nosotros fuimos a visitar a los abuelos. --Es un ejemplo un poco unilateral --dice una de las señoras. --Espere que no terminé. Hubo otra época en que mi papá se la pasaba en el club. Tenía una barra de amigos, jugaban a las cartas, comían algún asado. Volvía tarde y un poco achispado. Lo veíamos poco. Los sábados y domingos, como estaba cansado, no quería salir a ningún lado y se dedicaba a leer el diario y a mirar deportes por TV. Un día mi mamá lo invitó a tomar un café en el bar de la esquina y le dijo: Mirá Guido, vos sabés que te quiero mucho, que sos el gran amor de mi vida, te respeto como buen padre y compañero noble, nunca hemos tenido secretos, así que te lo tengo que confesar, no me preguntés cómo pasó, pero estoy viviendo un romance apasionado. --¿Y su papá qué hizo? --La presión le subió a veinticinco y el mozo del bar tuvo que llamar a la ambulancia. Al día siguiente, a mi mamá empezaron a llegarle flores. Grandes ramos de rosas de su color favorito. Todos los días el cartero le traía cartas cuyo remitente tenía la misma dirección de la destinataria. Tres o cuatro veces por semana mi viejo se aparecía con entradas para conciertos, teatros, cines. Argumentaba que eran regalos de amigos y que sería una lástima desperdiciarlas. Compró unos pasajes a crédito y se fueron a Brasil. Volvieron tostados, sonrientes y agarraditos de la mano. De ahí en más, cada vez que a uno de los dos se le acababa la batería y se empezaba a distraer un poquito, el otro le tocaba el hombro con un romance nuevo. Así fue como mi mamá conoció a un capitán de ultramar, mi papá a una geisha, mi mamá al director técnico de un equipo de fútbol, mi papá a una entomóloga, mi mamá a un poeta inédito, mi papá a una ecuyère, mi mamá a un espeleólogo, mi papá a una quiromántica. --¿Y ahora? --Ahora la vieja andaluza y el viejo tano están de viaje. Juntaron los ahorros de toda la vida, nos sablearon a los hijos, vendieron una casa que mi papá había heredado en Italia, y están dando la vuelta al mundo. Nadie sabe cuándo volverán. No quiero ni pensar los desastres que andarán haciendo por ahí. |