Antonio
Domingo Bussi vuelve por sus fueros. ¿Qué otra cosa que fueros puede querer el general
cuando pelea esa banca en una Legislatura que le será hostil, en una ciudad peligrosa
para un individuo como él? ¿Irá el general con custodios a las sesiones de la Cámara?
¿O se atreverá a andar a cuerpo y caminar sin mirar atrás por la avenida Rivadavia?
Todas estas alternativas debe estar evaluando el general. En favor de esta opción debe
recordar que ya pasó por esa prueba, años atrás, y sin embargo aquí está. Aunque,
claro, las condiciones no son las mismas: los hijos han crecido y están en edad de
escrachar, las madres envejecen y no tienen tanto tiempo de espera por delante. Pero él
está dispuesto a apostar fuerte a esta, su única chance, porque igual que en el poema
que Juan Gelman no pensó para él, sin fueros no puede ni irse ni quedarse. Afuera está
esa fantasmagórica Interpol, con una orden de captura de Baltasar Garzón; aquí dentro
cualquier despabilado limpia hoy con él una foja de servicios poco clara.
El general es bestial pero no tiene un pelo
de tonto. Ha descubierto que su salvación está en la democracia. Contradictorio para un
golpista. Tan contradictorio como haber encontrado refugio en los fueros. Y, vaya
paradoja, fuero --forum-- era la plaza pública, el tribunal de justicia. Exactamente
aquello de lo que el general Antonio Domingo Bussi tiene la santa intención de escapar. |