La capital de Chechenia estaba ayer prácticamente reducida a escombros, y el presidente ruso no le andaba lejos.
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La guerra crecía ayer con extrema virulencia en Chechenia ajena a la visita a Moscú del presidente de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), el noruego Knut Vollebaek, a quien se le negó la entrada al territorio en conflicto pese a los acuerdos de la reciente cumbre de Estambul. La ofensiva rusa se redobló a partir del fin de semana y testimonios directos daban cuenta de que Grozni, la capital, era prácticamente tierra arrasada. A este cuadro se agregó la internación en un hospital del presidente Boris Yeltsin, aquejado de neumonía y posiblemente en estado grave, a tres semanas de unas elecciones legislativas que han creado un avispero de conspiraciones palaciegas en el Kremlin. Vollebaek logró por fin que el ministro ruso de Relaciones Exteriores, Igor Ivanov, "encontrase tiempo" para recibirlo y discutir el cumplimiento de lo acordado en la reciente cumbre de la OSCE de Estambul, cuando los líderes de 53 países criticaron a Boris Yeltsin, y le pidieron que cesara la ofensiva, emprendiese negociaciones de paz y permitiese la visita de una delegación de la OSCE a la zona de conflicto. En ese momento, Moscú accedió al pedido, para luego retractarse. Posteriormente, el Kremlin volvió a decir que sí, pero Vollebaek no logró ayer la luz verde para la misión, aunque Ivanov dijo que pasará la petición al gobierno para que éste decida. Si el viaje se concreta, probablemente se limitará a los campos de refugiados de Ingushetia y al territorio checheno que controla Rusia. Muy lejos de Moscú, en el Cáucaso Norte, se libraba otro tipo de diálogo, el de las armas. De la información disponible podía deducirse que la ofensiva rusa halla una resistencia feroz en su intento de tomar Urús Martán, al sudoeste de Grozni, y clave para completar el cerco de la capital. En ésta, las bombas reducen barrios enteros a escombros, pero los milicianos se refugian en los sótanos, cavan trincheras, minan accesos y entierran combustible para levantar una barrera de fuego si se produce el asalto. El presidente checheno Aslán Masjádov dijo ayer por televisión que tiene 700 prisioneros rusos y que "la verdadera guerra aún no ha comenzado". Según él, se emplea una defensa activa para ganar tiempo sin sufrir muchas bajas mientras se espera una solución política. Los chechenos aseguran que han reconquistado dos localidades. Los rusos reconocieron el domingo la pérdida de una de ellas, Novogroznenski, pero dijeron que la recuperaron ayer. Más confusas son las noticias sobre una de las mayores batallas de la guerra, ocurrida el 17 de noviembre cerca de Jaratchoi, al sudeste de Grozni. El mando ruso admite la muerte de 12 paracaidistas y la captura de otros dos, heridos, y se atribuye la muerte de 65 chechenos. Estos, por su parte, dicen que causaron más de 200 bajas al enemigo, y muestran imágenes de más de 40 cuerpos con uniformes rusos. Entre tanto, Nikolai Koshman, viceprimer ministro ruso para Chechenia, aseguraba ayer que sólo quedan unos 45.000 civiles en Grozni, una ciudad que llegó a tener 400.000 habitantes. Añadió que la capital de la república caucásica será Gudermés, ocupada por las tropas federales sin encontrar resistencia y tras negociar con los líderes civiles de la ciudad. Mientras tanto, la salud del presidente sumaba un elemento de preocupación adicional. Aunque se buscó poner paños fríos sobre las especulaciones, las previsiones optimistas de los médicos se han visto sobrepasadas en otras ocasiones por una realidad más cruel. El empleo de una política informativa casi soviética ha ocultado con frecuencia el estado de salud real del presidente. En 1996, por ejemplo, entre las dos vueltas de la elección presidencial, Yeltsin sufrió dos infartos, no reconocidos oficialmente y sobre los que los medios de comunicación rusos guardaron un silencio total. Cuando, el pasado jueves, se anunció que Yeltsin se retiraba unos días a Gorki-9, se especuló con que la suya podía ser una enfermedad "diagnosticada" por los militares, para quitarlo de en medio, e incluso una dolencia imaginaria para evitar firmar el polémico tratado de unión con Bielorrusia. Pese a su hospitalización, Yeltsin no entrega el poder, pero su ausencia refuerza el peso del primer ministro, Vladimir Putin, quien capitaliza la marcha de la guerra en Chechenia e incluso (como hizo el pasado miércoles en la Duma) la relativa recuperación económica. Todas las encuestas lo sitúan como el candidato con más probabilidades de llegar al Kremlin. Si Yeltsin no le retira su apoyo, y siempre que las cosas no se tuerzan en el Cáucaso, parece difícil frenarlo. Pero eso puede suscitar los celos de Yeltsin --como ya ocurrió con el ex premier Yevgueni Primakov--, quien además no está seguro de que Putin les garantice inmunidad a él y a su "corte" una vez que deje el poder el año que viene.
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