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Por Hilda Cabrera En un ámbito cargado de afectos, el del Teatro Nacional Cervantes, el dramaturgo Roberto "Tito" Cossa agradeció un premio recordando otra distinción, aquella que le otorgó la Asociación Madres de Plaza de Mayo en uno de los actos de Veinte años junto a las Madres. "Cuando me entregaron ese premio y se leyó mi currículum, sentí que me achicaba. Ese reconocimiento me obligó a mirar para atrás con orgullo, pero igual sentí que me achicaba. Era demasiado fuerte para mí. Hoy me pasa un poco lo mismo." El autor, que hoy cumple 65 años, recibía el "Premio Luis Ordaz a la trayectoria" en el Salón Dorado --réplica de uno de los salones del Palacio de Oriente de Madrid-- del único coliseo Nacional de la ciudad de Buenos Aires. El ámbito no era lo de menos para Cossa, que ha definido como "una joya, que no tenemos que perder", al Teatro Nacional Cervantes. La distinción, que entregó el mismo Lus Ordaz, le fue concedida por la Asociación de Investigadores de Teatro Argentino (Aitea), que dirige Osvaldo Pellettieri (quien presentó allí mismo el segundo número de Breviarios..., del Getea). La intención fue testimoniar el agradecimiento de la comunidad teatral a Cossa por su actitud frente al teatro y a la sociedad argentina. En principio, se recordó a la inaugural Nuestro fin de semana, estrenada el 27 de marzo de 1964 en el sótano de la Asociación Ateneo de la Juventud, donde se alojaba el Teatro Río Bamba. Aquella representación estuvo a cargo de un grupo de jóvenes, dirigidos por Yirair Mossian. Pellettieri resaltó el carácter de cronista de Cossa, especialmente de la clase media, su profundidad para rescatar el drama cotidiano, el sugestivo manejo del tiempo escénico y el compromiso del autor con su época y su entorno. Ante un auditorio compuesto básicamente de actores y estudiosos del teatro, el director Omar Grasso (responsable del montaje de varias obras de Cossa, entre otras Yepeto y Ya nadie recuerda a Frederic Chopin) destacó el lirismo, las emociones fuertes y la desbordada pasión que animan a los personajes de Cossa. Asunto que fue retomado por el dramaturgo Eduardo Rovner desde otra mira. En su opinión, en tanto las obras se constituyen en "aliento" de una pasión, no se puede hablar de fracaso, sí en cambio de conflictos que el autor desarrolla -según calificó-- de manera corrosiva, congeniando mordacidad y ternura. La ensayista Mirta Arlt exaltó su coherencia dentro del realismo. Lo propio de Cossa sería un "realismo en devenir": "Ha comenzado con el realismo de Nuestro fin de semana, y con el tiempo ha tomado distintas corrientes, desde al absurdismo hasta el realismo exasperado." Con El Saludador (obra en cartel) ingresa en otra dimensión. Se trata, según Arlt, de un personaje simbólico. El afán humanitario que lo conduce a países extraños, con el propósito de participar de experiencias revolucionarias, estaría retratando -en opinión de la investigadora-- "la ingenuidad del bolcheviquismo o de la pasión por la izquierda que se tenía en los años 40 y 50. Esos tipos que se creían apóstoles de la verdad, que creían servir a la humanidad." Subrayó, por otra parte, la dificultad de escenificar esta problemática, como también la de mezclar la parodia, el sainete y el simbolismo. Otro logrado ejemplo sería La nona, de 1977. Ordaz derrochó conocimientos y practicó un recuento de las obras, además de referirse a la fundación del Teatro Independiente La Máscara, en noviembre de 1939, del que formó parte (allí estrenó su obra Ensueño), y por el cual recibió durante el acto una plaqueta de Aitea. Destacó a La pata de la sota como otro punto de inflexión en la obra de Cossa. En esta pieza de 1967, el protagonista "se cuestiona esa manera de vivir y resuelve averiguar en qué se ha equivocado" ("Inmigración, escena nacional y figuraciones de la tanguería"). En El avión negro, de 1970, obra conformada por sketches que aludían al momento político, y de la que participaron Ricardo Talesnik, Carlos Somigliana y Germán Rozenmacher, Cossa se "libera" de su manera de "empaquetar demasiado las cosas". Ordaz destacó Gris de ausencia, en su opinión "magistral", y el hecho de que el autor se haya "mantenido fiel a un concepto propio, pero evolucionando en lo formal", conservando siempre "un sentido crítico, de rebelión a una sociedad que acomoda las cosas y no deja crecer". El tramo final fue para el dramaturgo homenajeado, quien destacó el hecho de que el premio le fuera otorgado "no sólo con la cabeza, puesto que se trataba de estudiosos de su obra, sino con el corazón. Y quiero agradecerlo con el corazón aunque cuando se habla con el corazón se dicen muchas cursilerías. Me emocionan las opiniones, las presencias entrañables de mis compañeros de muchos años, y la de los actores, traidores pero queridos actores". Luego, contó la historia de su empequeñecimiento, el día de aquel premio de Madres.
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