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Yabrán, convertido enun modelo para armar

La emisión de hoy del programa “.DOC” gira en torno la figura del misterioso empresario y sus vinculaciones con los poderes políticos.

Alfredo Yabrán, misterioso.
Se suicidó en mayo del ‘98.

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Por Verónica Abdala

t.gif (862 bytes)  El periodista Miguel Bonasso, autor del libro Don Alfredo, lo define como “un gran cobrador de peajes, que si bien no estaba ligado personalmente con el tráfico de drogas o armas, dejaba claro que el que pasaba (a formar parte del negocio telepostal) tenía que pagar”. El ex presidente de la Cámara de Diputados César Jaroslavsky justifica que ocupara “mano de obra desocupada” de la era de la represión ilegal (“Emplear gente desocupada no es un delito”). Zulema Yoma asegura que gente de su entorno “tuvo que ver en el encubrimiento de la muerte de Carlitos Menem Junior”. Un sobreviviente de la ESMA, Víctor Bazterra, recuerda que el torturador Roberto Naya le dijo que, que con la democracia, comenzaría a trabajar en Ocasa –una de las empresas que Alfredo Yabrán habría adquirido entre 1975 y 1980–, lo que probaría que éste empleaba, por sistema, a personas vinculadas a la represión ilegal. Uno de sus ex choferes, Pedro Ibarra, narra cómo sobrevivió a las amenazas y encierros diarios a los que fue sometido durante nueve meses por personas allegadas a su jefe, que deterioraron su salud física y mental. Su delito: haberse resistido a renunciar cuando se lo exigieron. O, en palabras de Bonasso, “haberse animado a enfrentar a Yabrán”. Aisladamente, estos puntos de vista no aportan mayores novedades a lo ya conocido en torno a la historia del misterioso “cartero”, sus vinculaciones con el poder político y militar y su relación con el caso Cabezas. Pero, en conjunto, las opiniones recabadas por los realizadores de “.DOC”, el programa documental de la productora Cuatro Cabezas (hoy a las 23 por Azul), permiten al espectador reconstruir parte de la vida pública de un personaje oscuro, y para muchos representativo de lo peores vínculos entre negocios sucios y política. El dirigente de Acción por la República Franco Caviglia, el diputado aliancista Darío Alessandro, el empresario Raúl Sei, el juez Norberto Quantin, el publicista Gabriel Dreyfus, Beatriz Yabrán, su hermana, la jueza Graciela Pross Laporte, y su vocero, Wenceslao Bunge, entre otros, aportan sus puntos de vista sobre el hombre que comenzó vendiendo helados y llegó a amasar una fortuna de 600 millones.El seguimiento de “.DOC”, que hace foco en los métodos non sanctos del empresario, se remonta a los años de plomo, y da por probado que mantenía aceitados contactos con militares de alto y mediano rango. Los orígenes de su imperio económico pueden situarse en esa época, en que “se rodea de personajes nefastos”, según Bonasso. Alessandro asegura que poco después ya lideraba una organización semimafiosa destinada a “amedrentar a sus enemigos”. Jaroslavsky lo defiende con ardor: “no sólo en el correo pasan esas cosas (por los hechos de violencia). En cualquier actividad económica hay intereses que tienen códigos no demasiado transparentes. Es como otro mundo”. Raúl Sei, que era en 1996, el representante del correo Federal Express en la Argentina, ofrece datos sobre el modus operandi de Yabrán. Primero, cuanta que fue secuestrado por un grupo de hombres que le dijeron que se alejara del negocio, que interesaba a su jefe. Sei fue con su historia a la Casa Rosada. “Cuando salí de allí, me dirigí a mi oficina que quedaba a pocas cuadras. Allí me encontré con unos sujetos que conocían al dedillo la conversación que acababa de mantener, y que volvieron a amenazarme.” En relación a la responsabilidad directa de Yabrán en el asesinato de José Luis Cabezas, tanto Dreyfus, amigo del empresario, como Bonasso, se inclinan por desligarlo. Dreyfus lo defiende: “Yabrán no era la madre Teresa, pero tampoco era un asesino, y menos un asesino tonto”. Bonasso, por su parte, argumenta: “Creer que puede haberles encargado a un policía desocupado y a cuatro lúmpenes que asesinen a un fotógrafo que le había tomado fotos varios meses antes es absurdo. Y además nos llevaría a abandonar la pista policial, que es muy importante”. Los realizadores dejan que los entrevistados hagan las preguntas y expongan sus hipótesis. No se juegan por ninguna, y parecen decir, como la canción de Dylan: “Las respuestas, mi amigo, están flotando en el viento”.

 

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