Por Verónica Abdala El periodista
Miguel Bonasso, autor del libro Don Alfredo, lo define como un gran cobrador de
peajes, que si bien no estaba ligado personalmente con el tráfico de drogas o armas,
dejaba claro que el que pasaba (a formar parte del negocio telepostal) tenía que
pagar. El ex presidente de la Cámara de Diputados César Jaroslavsky justifica que
ocupara mano de obra desocupada de la era de la represión ilegal
(Emplear gente desocupada no es un delito). Zulema Yoma asegura que gente de
su entorno tuvo que ver en el encubrimiento de la muerte de Carlitos Menem
Junior. Un sobreviviente de la ESMA, Víctor Bazterra, recuerda que el torturador
Roberto Naya le dijo que, que con la democracia, comenzaría a trabajar en Ocasa una
de las empresas que Alfredo Yabrán habría adquirido entre 1975 y 1980, lo que
probaría que éste empleaba, por sistema, a personas vinculadas a la represión ilegal.
Uno de sus ex choferes, Pedro Ibarra, narra cómo sobrevivió a las amenazas y encierros
diarios a los que fue sometido durante nueve meses por personas allegadas a su jefe, que
deterioraron su salud física y mental. Su delito: haberse resistido a renunciar cuando se
lo exigieron. O, en palabras de Bonasso, haberse animado a enfrentar a
Yabrán. Aisladamente, estos puntos de vista no aportan mayores novedades a lo ya
conocido en torno a la historia del misterioso cartero, sus vinculaciones con
el poder político y militar y su relación con el caso Cabezas. Pero, en conjunto, las
opiniones recabadas por los realizadores de .DOC, el programa documental de la
productora Cuatro Cabezas (hoy a las 23 por Azul), permiten al espectador reconstruir
parte de la vida pública de un personaje oscuro, y para muchos representativo de lo
peores vínculos entre negocios sucios y política. El dirigente de Acción por la
República Franco Caviglia, el diputado aliancista Darío Alessandro, el empresario Raúl
Sei, el juez Norberto Quantin, el publicista Gabriel Dreyfus, Beatriz Yabrán, su hermana,
la jueza Graciela Pross Laporte, y su vocero, Wenceslao Bunge, entre otros, aportan sus
puntos de vista sobre el hombre que comenzó vendiendo helados y llegó a amasar una
fortuna de 600 millones.El seguimiento de .DOC, que hace foco en los métodos
non sanctos del empresario, se remonta a los años de plomo, y da por probado que
mantenía aceitados contactos con militares de alto y mediano rango. Los orígenes de su
imperio económico pueden situarse en esa época, en que se rodea de personajes
nefastos, según Bonasso. Alessandro asegura que poco después ya lideraba una
organización semimafiosa destinada a amedrentar a sus enemigos. Jaroslavsky
lo defiende con ardor: no sólo en el correo pasan esas cosas (por los hechos de
violencia). En cualquier actividad económica hay intereses que tienen códigos no
demasiado transparentes. Es como otro mundo. Raúl Sei, que era en 1996, el
representante del correo Federal Express en la Argentina, ofrece datos sobre el modus
operandi de Yabrán. Primero, cuanta que fue secuestrado por un grupo de hombres que le
dijeron que se alejara del negocio, que interesaba a su jefe. Sei fue con su historia a la
Casa Rosada. Cuando salí de allí, me dirigí a mi oficina que quedaba a pocas
cuadras. Allí me encontré con unos sujetos que conocían al dedillo la conversación que
acababa de mantener, y que volvieron a amenazarme. En relación a la responsabilidad
directa de Yabrán en el asesinato de José Luis Cabezas, tanto Dreyfus, amigo del
empresario, como Bonasso, se inclinan por desligarlo. Dreyfus lo defiende: Yabrán
no era la madre Teresa, pero tampoco era un asesino, y menos un asesino tonto.
Bonasso, por su parte, argumenta: Creer que puede haberles encargado a un policía
desocupado y a cuatro lúmpenes que asesinen a un fotógrafo que le había tomado fotos
varios meses antes es absurdo. Y además nos llevaría a abandonar la pista policial, que
es muy importante. Los realizadores dejan que los entrevistados hagan las preguntas
y expongan sus hipótesis. No se juegan por ninguna, y parecen decir, como la canción de
Dylan: Las respuestas, mi amigo, están flotando en el viento.
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