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TODA LA OBRA DE FRÉDÉRIC CHOPIN EN UN ÁLBUM DE 17 CDS
Una estética de la ilusión

Martha Argerich, Maurizio Pollini, Claudio Arrau, Mstislav Rostropovich, Daniel Barenboim y Krystian Zymerman, entre otros, recorren la obra completa de uno de los compositores más originales de la historia.

Entretenimiento: Para el mundo artístico e intelectual de París, en 1830, el entretenimiento era una forma del arte. Como lo era la propia vida.

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Por Diego Fischerman

t.gif (862 bytes)  La figura de Chopin es enigmática. No porque se sepa poco de él. Tampoco porque su música sea impopular. Más bien todo lo contrario. Pero lo que se sabe oculta tanto como lo que muestra, y su popularidad se debe sólo a algunos de los aspectos de su música. Entendido como símbolo más perfecto del romanticismo del siglo XIX y como ejemplo indiscutible de un arte que demanda un alto virtuosismo interpretativo, podría decirse que el verdadero Chopin no está ni en el melodista que alguna vez sirvió para musicalizar un teleteatro con Soledad Silveyra ni en el vehículo para el lucimiento de pianistas sobrehumanos. O, por lo menos, no sólo allí.El compositor Sergio Hualpa solía señalar a sus alumnos cómo las bellas melodías de Chopin eran más aparentes que reales y de qué manera era la armonía la que hacía atractivos a esos encadenamientos de notas. La idea de ilusión, en todo caso, le sienta bastante bien a una música que en muchos aspectos anticipa la estética impresionista. Nada, en Chopin, está puesto para lo que parece. Sus disonancias, por ejemplo, tienen más que ver con la generación de un efecto de color o de inestabilidad rítmica que con un verdadero papel de tensión o de dilación en la resolución de un conflicto armónico. Una clave la da el pianista y compositor Ignaz Moscheles: “Escuché tocar a Chopin –cuenta en una carta– y recién en ese momento lo entendí; todas esas disonancias que en la partitura parecen duras y extrañas, cuando él toca, con ese deslizarse sobre el teclado, son como una sombra o una luz difusa que se filtra sobre la música”. Resulta significativo que un contemporáneo de Chopin se refiriera a su música con términos como “luz difusa” y que hiciera referencia a la idea de luz filtrada –conceptos que tiempo después servirían para hablar de Monet o Renoir–. Si algo resulta claro frente a la maravillosa integral recién editada por Deutsche Grammophon es hasta qué punto la obra de Chopin conforma efectivamente un cuerpo indivisible. A diferencia de otros autores, en su producción no hay una verdadera diferencia entre composiciones mayores y menores. Tal vez porque todas ellas son en alguna medida menores. O, quizá, porque Chopin encontró la manera de hacer arte con esas pequeñas piezas de entretenimiento que alimentaban la vida social de los salones parisinos del 1830. Para el mundo artístico e intelectual de esa época y ese lugar, el entretenimiento era una forma del arte. Como lo era la propia vida. Los artistas vivían su biografía como parte (y a veces parte fundamental) de su obra y para ellos no había un corte entre sus poemas, novelas y cuadros, y las conversaciones y amoríos que sostenían aplicando sus enseñanzas. Las mazurkas, valses, polonesas, nocturnos y baladas de Chopin formaban parte de ese mundo cultural y en todos los casos desarrollan hipótesis similares con respecto al lenguaje musical. Incluso las sonatas y conciertos o las obras más abstractas –estudios y preludios– gozan de esa misma suerte de liviandad aparente. Entonces, este lujoso álbum de 17 CDs de precio medio (se vende en los comercios a aproximadamente $ 300) tiene la particularidad de no incluir nada prescindible. Hasta las canciones juveniles (en que el piano, curiosamente, se limita a un acompañamiento bastante esquemático) tienen la virtud de completar a la perfección el cuadro. Un magnífico librito y la calidad sonora de las grabaciones (o las remasterizaciones, en el caso de grabaciones históricas como la de Stefan Askenase –uno de los maestros de Martha Argerich– del Rondo à l krakowiak, registrada en 1959) aumentan los atractivos pero, obviamente, lo importante está en la música. Las Baladas por Krystian Zymerman, los Estudios por Maurizio Pollini, los Preludios por Argerich, quien además toca en dúo con Mstislav Rostropovich en las obras para cello y piano, Arrau en las piezas breves con orquesta, están entre las mejores versiones grabadas en disco. Y las canciones, por Elzbieta Szmytka y Malcolm Martineau, nunca habían sido editadas hasta el momento.

 

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