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Por Luciano Monteagudo El vertiginoso éxito de público y la impresionante repercusión mediática que consiguió El proyecto Blair Witch en los Estados Unidos desde su estreno en el último Festival de Sundance, en enero pasado, han convertido a la película de Daniel Myrick y Eduardo Sánchez dos estudiantes de la escuela de cine de la Universidad de Florida en un caso de estudio de tácticas publicitarias antes que de prácticas cinematográficas. De hecho, la promoción de la película comenzó mucho antes que su rodaje, cuando un programa del Independent Film Channel difundió repetidamente un clip de ese film, que aún no existía. Allí empezó a germinar una idea que encontraría su primera posibilidad de materialización en Internet, con la creación de un site fundante de toda una mitología alrededor de la historia de la bruja Blair. Para cuando la película finalmente se rodó -por unos pocos miles de dólares, la expectativa generada garantizó un lanzamiento masivo como sólo tienen las grandes superproducciones de Hollywood. No por nada The Blair Witch Project es un film que se define a sí mismo, ya desde su título, como un proyecto: es decir, como un plan, un experimento, un invento incluso, antes que como una película.Ver el film despojado de casi todo su contexto como se verá aquí en Buenos Aires, donde Blair Witch llega después de haberse revelado que todo ese mundo construido alrededor de la bruja de Burkittsville era, por supuesto, pura impostura permite, sin embargo, apreciar aquello que el film tiene de propio, de auténtico. En primer lugar, que se trata, nada más ni nada menos, que de un ejercicio de un grupo de estudiantes de cine. Un buen ejercicio imaginativo en el uso de sus escasos medios, en el aprovechamiento de sus limitaciones técnicas como recursos expresivos, pero un ejercicio al fin. La idea central de disfrazar la ficción como un documental apócrifo ciertamente no es nueva, pero Blair Witch la explota con cierta eficacia, sobre todo en la primera mitad, cuando es necesario crear las condiciones que justifiquen la tragedia de Heather, Joshua y Michael, los tres estudiantes de cine desaparecidos misteriosamente luego de haber intentado realizar un film sobre los dominios de la bruja en cuestión.Todo lo que tiene para ver el espectador es, precisamente, aquello que en apariencia filmaron los tres estudiantes desaparecidos, con las imperfecciones del caso, considerando que rodaron con una vieja cámara 16mm con película monocromática y llevaron un registro con una camarita de video Hi-8. Esos materiales en crudo habrían sido descubiertos un año después y son los que la película pone a consideración. Los primeros dos días dan cuenta de la partida, de las entrevistas con gente del lugar, de las leyendas que circulan alrededor de un cementerio en el que abundan las tumbas de niños, sin que nadie pueda dar una explicación al asunto. Unos pescadores son los últimos en ver a los cineastas, que al tercer día ya están irremediablemente perdidos en el bosque. La tensión comienza a crecer entre ellos y cuando alguien, en medio de una discusión, sugiere apagar las cámaras, Heather, que lidera el grupo, se niega. Ya después nos vamos a reír, dice, sin sospechar lo que vendrá.En Blair Witch, sin embargo, no se llegará a ver ningún monstruo, ni chorreará sangre, ni habrá efectos especiales de ningún tipo. La ilusiónde realidad que pretende crear la película durante su desarrollo le sirve a sus directores para trabajar sobre los miedos más primarios a la oscuridad, a lo desconocido a partir de aquello que en cine se denomina fuera de campo. Lo que aterroriza a los tres estudiantes de cine siempre es algo que no se llega a ver, algo que apenas se intuye en la noche, cuando la cámara ya no tiene luz y en la pantalla sólo quedan ruidos inquietantes y las voces lejanas de lo que parecen ser niños riendo. Cada espectador dirá si eso es suficiente para provocarle algún susto, pero lo que no puede dejar de señalarse es que Blair Witch a pesar de todos sus logros o, mejor aún, a causa de ellos revela una crisis de proporciones en Hollywood. Al punto de que una estudiantina ingeniosa viene a apoderarse del lugar (el cine de terror) que a las películas de los grandes estudios cada vez les cuesta más ocupar.
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