Por Susana Viau Todos sonríen y por lo bajo
dicen negocios cuando se les pregunta por las verdaderas razones de la
imprevista llegada de George Bush. Y agregan que el verdadero interés del ex presidente
de los Estados Unidos es conocer de primera mano cómo se manejará la administración
aliancista respecto de ciertos temas de alta sensibilidad, entre otros, el destino de
Raúl Moneta y sus socios. Nadie olvida que Tom Hicks, comprador de buena
parte del paquete accionario de Moneta en el CEI, es uno de los financistas de la campaña
presidencial de su hijo George, gobernador de Texas, y que su otro vástago, Jeb,
gobernador del estado de Florida, acaba de nombrar como subsecretario de asuntos
latinoamericanos a Patricio Lombardi, un argentino que hasta ese momento se había
desempeñado como todoterreno de la SIDE (en realidad de Hugo Anzorreguy) en Estados
Unidos.
Fue en calidad de lobbysta de alto nivel que Bush realizó sus anteriores vistas a Carlos
Menem. Menem también visitó al americano en su rancho en cada una de sus giras por la
Unión. Esta vez a Bush lo trae la inquietud. La necesidad de saber de boca del caballo
hasta dónde llega la disposición del gobierno electo para continuar con investigaciones
que comprometen en escándalos de corrupción a importantes intereses económicos
americanos.
El banquero prófugo Raúl Moneta, indicaron con insistencia a Página/12 algunos miembros
del círculo presidencial y un integrante de los servicios de inteligencia, estaría en el
centro de esas preocupaciones. Moneta, todavía socio del Citibank en el CEI, recurrió a
un hombre del entorno de Bush para impedir que el desastre financiero de sus bancos
arrastrara al CEI. Fue el financista texano Tom Hicks, cabeza del fondo inversor Hicks,
Muse & Tate. Hicks es uno de los principales aportantes a la campaña de George hijo
y, según se comenta en círculos financieros norteamericanos, mantiene lazos cordiales
con el copresidente del Citibank, John Reed. Es más, no hace mucho tiempo Hicks admitió
que recibía frecuentes llamados del banquero prófugo, aunque, dijo, ignoraba desde
dónde los hacía. Raúl me dijo que es inocente y todo esto obedece a manejos
políticos, declaró a un periódico texano. Alcanza y sobra para justificar las
inquietudes de Bush. La profunda confianza que signa las relaciones entre Bush y el
menemismo se sintetiza en una designación: su hijo gobernador de La Florida puso en las
primeras líneas de su staff a Patricio Lombardi, peón de Hugo Anzorreguy en Estados
Unidos, el encargado de preparar la conferencia que, sobre lavado de dinero, dio el
señor 5 en un lujoso hotel de Miami y quien montó, por instrucciones
superiores, una provocación durante una charla de Horacio Verbitsky en el Freedom Forum.
La sutileza no es una especialidad de la CIA ni de la SIDE. Tampoco fue patrimonio de
quienes organizaron, el miércoles por la noche, la comida de Bush, Menem, Fernando de la
Rúa y los uruguayos Luis Lacalle y Jorge Batlle en casa de Carlos Puchi Rohm,
propietario del Banco General de Negocios, la entidad por la que pasaron los pagos del
escándalo IBM-Banco Nación, el contrabando de oro y la venta ilegal de armas.
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