Por Luciano Monteagudo ¡Por Tutatis! Ni
los dioses de la Galia podrían haber impedido lo inevitable: que la versión
cinematográfica de las aventuras de Astérix, el gran héroe de la historieta francesa,
sucumbiera ante el embate del cine. Los franceses que ya habían hecho unos alegres
dibujos animados a partir de los personajes de Gosciny y Uderzo desde hacía tiempo
sentían que se debían una gran producción alrededor de Astérix y Obélix. Y después
de muchos intentos, el responsable de llevarla a cabo finalmente fue Claude Zidi,
factótum de viejos éxitos de Pierre Richard. El resultado es previsible: la película
tiene el humor torpe y prosaico del cine cómico francés industrial y le falta la
agilidad y el candor de la bande dessinée original. Con treinta álbumes editados y más
280 millones de copias vendidas en todo el mundo, Astérix se convirtió, desde mediados
de los años 60, en uno de los principales productos de exportación de la cultura
popular francesa. Era natural entonces que el cine se quisiera aprovechar de ese filón,
en principio para satisfacer la demanda interna (la película arrasó con la boletería de
su país) y luego para intentar colocar en el mercado internacional un producto destinado
a pelear pantallas contra Hollywood, en coincidencia con el espíritu rebelde y obstinado
del personaje. Se diría que lo único que le faltó a esta superproducción de Berri
que reunió una inversión superior a los 50 millones de dólares es haber
aprovechado aunque más no fuera unas gotas de la poción mágica que hace invencibles a
los galos...Esa habría sido quizás la única forma de que los logros de la película
hubieran ido más allá del único que está claramente a la vista: el casting. Christian
Clavier parece salido directamente de los dibujos de Uderzo, mientras que cuesta imaginar
a otro actor que no sea Gérard Depardieu en la gruesa piel de Obélix. El actor alemán
Gottfried John (Fassbinder, Doris Dörrie) está perfecto como el César, lo mismo que
Michel Galabrú como Abraracourcix, Claude Pieplu como el druida Assurancetourix y
Jean-Pierre Castaldi como el sufrido centurión Caius Bonus. El único que parece
impostado, calzado a fuerza por necesidades de producción, es Roberto Benigni, como el
romano Detritus.El problema es que, una vez transcurrida la primera media hora, en que
puede ir reconociéndose uno a uno a todos los personajes de la historieta, la película
se agota, como si ya no tuviera más nada para ofrecer. A pesar de que Zidi y compañía
contaron con toda la biblioteca de Asterix para tomar ideas (la adaptación no se reduce a
un solo álbum), las aventuras nunca cobran cuerpo, los momentos cómicos se tornan
reiterativos y la película va muriendo poco a poco, víctima de su propio, inmenso peso.
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