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Por Cecilia Hopkins ![]() ![]() La evocación de la última vez que lloró en el cine impulsa a Bovo a narrar con ironía e impecable síntesis el melodramático argumento de Los puentes de Madison. El vestidito de poplín de la protagonista permite un nuevo enlace con la historia de la propia familia, gran consumidora del cine de Sandrini, Zully Moreno y Niní Marshall. Asimismo, la imagen de su hermano sentado a horcajadas en el sillón del living guía el discurso de la narradora hacia las películas de cowboys, con el muchachito de turno descansando de sus hazañas, adormilado en el campamento que amenizan los frijoles fritos y los sones de una armónica. Entre otras figuras de su infancia, regresa también la del panadero que atendía a la clientela mientras contaba con pelos y señales el último de los estrenos, a la sazón, una comedia dramática con Deborah Kerr y Cary Grant. Así, Muerte en Venecia, de Luchino Visconti, y Ultimo tango en París, de Bernardo Bertolucci, se unen a las más recientes Carne trémula, Tiempos violentos y Don Juan de Marco. En esa cabalgata cinematográfica, la narradora aminora su discurso para valorizar una frase atribuida a John Travolta o Johnny Depp, y amplifica deliberadamente el instante de una despedida o el comienzo de una relación. Su afición por los detalles, por otra parte, la lleva a describir con picardía o inocencia la tela de un vestido, sus drapeados o puntillas. Bovo pone en juego una estudiada mezcla de naturalidad y teatralidad en su modo de contar. Las pausas se prolongan en su mirada como calculando el efecto producido en la platea, buscando el momento justo para dejar caer la frase de remate. Pero, a pesar de la mayor libertad que se permite en este espectáculo para poner en contexto cada historia, los seguidores de sus anteriores presentaciones extrañen tal vez aquella cercanía de la narradora con su público, que conseguía acentuar aún más el sortilegio de su voz, sus gestos y sus ademanes.
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