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Por Cecilia Hopkins Dirigida nuevamente por Lía Jelin, la narradora Ana María Bovo abandonó esta vez el ámbito reducido de sus presentaciones usuales para instalarse en un escenario de corte tradicional. Abandona también el clásico formato del programa de cuentos literarios, seleccionados en base a algún tema en común. Pero no deja de lado, por suerte, lo que caracteriza su arte. Es que en Maní con chocolate, el tema del cine funciona como una nueva excusa para que Bovo siga narrando. A partir de libretos propios y de Mario Tobelem, el espectáculo no pretende rendir un homenaje a las películas sobresalientes de los últimos 50 años sino utilizarlas para trazar un recorrido personal que tiene que ver con la propia biografía... más allá de no existir confirmación cierta sobre los datos que la narradora revela como propios. De este modo, si La mentira candente, con Bárbara Stanwyck en el papel protagónico, ocupa un lugar preponderante en el espectáculo, no es porque haya significado un hito en la historia del cine; en realidad, su verdadera significación tiene que ver con el hecho de que fue la película que una comadrona de pueblo tuvo que dejar por la mitad, ante la inminencia del parto que traería al mundo a la propia narradora. La evocación de la última vez que lloró en el cine impulsa a Bovo a narrar con ironía e impecable síntesis el melodramático argumento de Los puentes de Madison. El vestidito de poplín de la protagonista permite un nuevo enlace con la historia de la propia familia, gran consumidora del cine de Sandrini, Zully Moreno y Niní Marshall. Asimismo, la imagen de su hermano sentado a horcajadas en el sillón del living guía el discurso de la narradora hacia las películas de cowboys, con el muchachito de turno descansando de sus hazañas, adormilado en el campamento que amenizan los frijoles fritos y los sones de una armónica. Entre otras figuras de su infancia, regresa también la del panadero que atendía a la clientela mientras contaba con pelos y señales el último de los estrenos, a la sazón, una comedia dramática con Deborah Kerr y Cary Grant. Así, Muerte en Venecia, de Luchino Visconti, y Ultimo tango en París, de Bernardo Bertolucci, se unen a las más recientes Carne trémula, Tiempos violentos y Don Juan de Marco. En esa cabalgata cinematográfica, la narradora aminora su discurso para valorizar una frase atribuida a John Travolta o Johnny Depp, y amplifica deliberadamente el instante de una despedida o el comienzo de una relación. Su afición por los detalles, por otra parte, la lleva a describir con picardía o inocencia la tela de un vestido, sus drapeados o puntillas. Bovo pone en juego una estudiada mezcla de naturalidad y teatralidad en su modo de contar. Las pausas se prolongan en su mirada como calculando el efecto producido en la platea, buscando el momento justo para dejar caer la frase de remate. Pero, a pesar de la mayor libertad que se permite en este espectáculo para poner en contexto cada historia, los seguidores de sus anteriores presentaciones extrañen tal vez aquella cercanía de la narradora con su público, que conseguía acentuar aún más el sortilegio de su voz, sus gestos y sus ademanes.
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