Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira


El menemismo es algo más que Menem mismo

Los vientos de la historia hicieron que manos insospechadas se alzaran contra Bussi. Los usos del vocablo “menemismo”. La gestión de Silvani y su curiosa confirmación. Nadie tiene plata afuera.


OPINION
Por Mario Wainfeld

na06fo01.gif (27526 bytes) t.gif (862 bytes)  Alzó la mano sin ostentación, diríase sin ganas. Mantuvo en los días previos y en la sesión un perfil entre bajo e inexistente que le queda tan incómodo como un traje tres talles más chico de lo necesario. Votó a la par que la Alianza y el PJ porque así venía la mano, contra su pasado, tal vez contra su pensamiento. ¿No había dicho, acaso, unos meses atrás "Bussi y yo tenemos la misma ideología"? Puesto en situación, con votación nominal, con televisación en directo y pensando en la Jefatura de Gobierno porteña y en la tapa de los diarios, Domingo Felipe Cavallo puso su granito de arena para que el asesino Antonio Domingo Bussi no jurara como diputado nacional.

Esa viñeta lateral subraya lo que tuvo de peculiar la sesión de Diputados del miércoles pasado. Alfredo Bravo estuvo en la que siempre fue su trinchera, en la batalla por los derechos humanos, dedo en ristre. Su discurso, una catilinaria tan fundada como teñida de emoción, fue un hito culminante, pero a la vez esperable de su vida de luchador. En cambio, que el dictador quedara solo de total soledad, defendido apenas por su hijo --quien en manifiesto tributo al clima cultural imperante se albergó en el lenguaje de sus fiscales, acudiendo a citas de Bertolt Brecht o a los Tratados de Costa Rica-- es un cabal dato de época. Que la Alianza y el PJ en pleno, y aun Acción por la República acompañaran (por convicción, por necesidad, por oportunismo) una propuesta con la impronta de los organismos de derechos humanos es todo un cambio.

Esa escena y la detención de Carlos Guillermo Suárez Mason acusado por el robo de bebés jalonaron la penúltima semana del largo mandato del presidente Carlos Menem. Y dan testimonio de que muchas de las cosas que ocurren en la Argentina no derivan de su voluntad.

Las acepciones de "menemismo"

El sustantivo y adjetivo "menemismo" sirvió por largo rato para demasiados usos, especialmente para simplificar. Menemista fue el gobierno, también cierta estética, menemista se bautizó la tendencia pasatista de vastos sectores sociales, menemista es el rumbo que la globalización impuso a la Argentina. Menemistas son, al fin, la sociedad fragmentada, la desaprensión e impunidad de los dueños del poder.

¿Dejarán de ser menemistas la política, la sociedad y la economía argentinas el viernes, cuando Menem, a regañadientes, se vaya de Olivos y de la Rosada? La pregunta, claro, procura resaltar la banalidad del planteo. Una pereza analítica y conceptual depositó en la --ciertamente pintoresca y atractiva-- figura presidencial todos los signos epocales. Menem (todo) lo hizo, coincidieron menemistas y antimenemistas despreciando (o como poco, desconsiderando) que muchas cosas ocurrieron más allá de Menem o contra Menem.

En tiempos de sobredeterminación económica, de comunicaciones y finanzas globales, de preeminencia de los organismos internacionales de crédito, de achicamiento de las soberanías nacionales, y de los mismos márgenes de la política atribuir los vertiginosos cambios sucedidos en un pequeño país dependiente a la voluntad, el capricho, el don de mando, la sabiduría, la frivolidad o lo que fuera de su presidente (RE) es una nimiedad, excusable en el propio Menem, al fin y al cabo un hombre limitado y vanidoso, pero muy miope en otros ojos.

Tanto aliados como adversarios de Menem se han dedicado a compararlo con Juan Perón, sea para ensalzarlo o denostarlo (en muchos casos también para sellar retrospectivamente polémicas sobre el propio Perón). Un ejercicio alternativo interesante sería imaginar qué hubiera pasado con la Argentina si Eduardo Angeloz le hubiera ganado las elecciones de 1989. Sin delirar mucho, podría inferirse que la hiperinflación hubiera sido vencida (no hay país en la tierra que haya sucumbido a ella), que las privatizaciones habrían tenido lugar (no hay país en el Cono Sur que no haya sucumbido a ellas), que la explosión de las comunicaciones telefónicas, de la TV privada, y por cable, la entrada abrupta en la globalización financiera hubieran acaecido acaso algo menos brutalmente. Que los sindicatos estarían, nomás, más débiles que en los 80. El método comparativo induce a pensar que mucho de lo sucedido tenía el signo de lo irresistible.

Claro que Menem no fue un gobernante pasivo, débil o neutral. Fue capaz de usar y acrecentar al máximo posible el menguado poder político que recibió y de darle un signo propio. Eligió acelerar la pendiente hacia una modernización acelerada y desaprensiva, excluyente e inigualitaria, nefregándose de los costos sociales de sus decisiones. Implantó un estilo de gestión que se despreocupó de las normas democráticas y a menudo de las legales, agravando los efectos nocivos de la retirada del Estado al corroerlo con niveles de corrupción inéditos. Y fue defensor y promotor calificado de valores individualistas, insolidarios y elitistas que trasvisten en virtud ética a las llagas más dolientes del capitalismo en acción. Menem no lo hizo todo, ni lo hizo solo, pero hizo mucho en relación con el poder disponible. Y en la (exigua) medida de lo humanamente posible hizo lo que quiso.

Un desafío con poco tiempo

"Cuando llegó, Menem no hacía falta saber el cuadro de situación. La híper simplificaba todo y daba manos libres. Cuando llegó Raúl Alfonsín, no teníamos ni idea de lo que íbamos a encontrar. Bueno, ni teníamos idea de que íbamos a ganar" explica, riendo, un funcionario radical que participó en esa gestión y confía en hacerlo en la que empieza el 10 de diciembre. "Ahora, todo es predecible, mensurable, hay diagnósticos, propuestas. Este es un país más previsible" explica.

¿Menem lo hizo? En cualquier caso, saber qué contiene el paquete no siempre es un sedante. Un ejemplo: un paper que manejan los hombres del entrante equipo económico encabezado por José Luis Machinea remata en una paginita titulada "Radiografía de la evasión tributaria". Son apenas unos pocos párrafos con datos de la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP). Vale la pena espigar algunos:

* Sólo 1300 sociedades (esto es el 2,5 por ciento del total) declaró para el ejercicio 1997 una ganancia neta imponible de más de un millón de pesos. "Es difícil creerlo" asume el informe.

* Menos de la mitad de las personas físicas que presentaron declaración jurada manifestó haber obtenido ganancias. Y sólo el 3 por ciento reconoció ganar más de 90.000 pesos al año. "Es una cifra espectacularmente baja para nuestro país", detalla el paper.

* Sólo 10.267 argentinos reconocieron poseer bienes en el exterior.

* Apenas 241.000 contribuyentes declararon tener autos, "cifra llamativamente baja si se la compara con el parque automotor del país".

Un diagnóstico brutal que podría trivializarse diciendo que hay muchos contribuyentes menemistas.

Sin ánimo de bromas, los hombres de Machinea diagnostican que el sistema fiscal realmente existente, amén de ser regresivo, carece de "equidad horizontal": no consigue que contribuyentes con similares situaciones tributen en forma parecida. Con ese legado, rezongan, fue un error intentar confirmar a Carlos Silvani al frente de la AFIP, entuerto aumentado porque se limitó su poder fijándole un mandato a plazo fijo.

También, en riguroso off the record impuesto por el presidente electo, integrantes del ala política del gabinete cuestionan que se haya expuesto a Machinea a llevar personalmente la deteriorante negociación con los gobernadores peronistas. "La discusión debió quedar a cargo de dirigentes políticos. Debimos preservar a 'Machi' de esa pulseada" detallan.

Con todo, Machinea y sus huestes confían en cerrar, antes de asumir y sin mayores escoriaciones, un acuerdo con los gobernadores peronistas y también se tienen fe para negociar, en poco tiempo, disminución de tarifas con las privatizadas. "Un impuesto a las ganancias extraordinarias es inviable" explican y añaden "a los fines de mejorar la competitividad global una baja de tarifas es más funcional". Puede que sea así, pero es también real que el mero rumor --generado por el propio De la Rúa-- de que se estudiaba ese impuesto avivó los instintos lobbistas de las privatizadas que son Menem... incapaces de solidarizar sus superganancias.

Los cabildeos acerca de Silvani, el innecesario esmerilamiento de Machinea, las demoras para definir segundas líneas sugieren que el presidente electo Fernando de la Rúa despliega una velocidad menor que la que imprimía el hiperquinético Menem. Tal vez sea diferencia de estilo, tal vez sólo una ilusión óptica. En cualquier caso es demasiado prematuro cotejar eficiencias. Como fuera, todos los miembros del gobierno entrante saben que corren contra reloj. El sistema institucional vigente (¿Menem y Alfonsín lo hicieron?) pondrá raudamente a la Alianza frente a dos pruebas de fuego: la elección de jefe de Gobierno porteño el año próximo y la que renueva la totalidad de los senadores y la mitad de los diputados nacionales en el 2001. Para revalidar sus títulos, De la Rúa deberá mostrar algo más que un estilo diferente y transparencia: desempeños eficaces que satisfagan no ya a "los mercados" que a la hora de sumar votos poco cuentan sino a mucha gente de a pie. Para lograrlo en una sociedad de poderes concentrados y avezados en la ciencia ¿menemista? de evadir la ley, deberá reencarnar --a su manera-- una de las características que adornaron al presidente que se va: la decisión política. La capacidad de conservar el poder, acrecentarlo y ejercitarlo.

De la Rúa llega con el mandato de no ser prepotente y despectivo de la legalidad como su predecesor. Pero, a la hora de volver a medirlo en las urnas, los ciudadanos no le perdonarán si transforma en techo ese piso y deja que el poder político --uno de los pocos que bien usado sirve para compensar desigualdades-- se le escurra entre los dedos.

 

PRINCIPAL