Por Julio Nudler Aunque la AFIP
(Administración Federal de Ingresos Públicos) es solamente en teoría al
menos una agencia técnica del Gobierno, la puja por ocupar su conducción dejó al
descubierto, una vez más, las tensiones entre Rodolfo Terragno (Jefatura de Gabinete) y
José Luis Machinea (Economía), además de los confusos criterios que existen en la
cúspide política de la Alianza. Un ejemplo de esto fue la intención de mantener a
Carlos Silvani en el puesto por unos seis meses, que es apenas la mitad de un ejercicio
contable. Más allá de toda otra cuestión, los especialistas en impuestos consideran
absurda esa alternativa. En otro plano, la lucha por controlar Impositiva y la
Aduana alimenta el temor de que esos instrumentos de recaudación sigan siendo
contemplados como armas políticas. El justicialista Oscar Lamberto impulsó un proyecto
para garantizarle seis años de estabilidad en el cargo al titular de la AFIP, con lo que
gozaría de un status similar al del presidente del Banco Central. Además, tanto su
designación como su remoción deberían contar con la aprobación de los presidentes de
las comisiones de Presupuesto y Hacienda de las dos cámaras parlamentarias. Tras su
higiénica apariencia, la iniciativa que el Senado respaldó y quedó varada en
Diputados apuesta en la práctica a perpetuar a Silvani. Según algunas fuentes,
éste se ganó las simpatías de varias provincias con su infinita comprensión hacia los
incumplimientos de los proyectos amparados por la promoción industrial, y beneficiados
por tanto con desgravaciones. Tampoco habría mostrado rigor en el reclamo de avales para
garantizar los diferimientos impositivos.De acuerdo a un observador de la propia Alianza,
el manoseo del tema Silvani, con el cuestionamiento público que lanzó Terragno, arruinó
toda posibilidad de mostrar su eventual reválida como un gesto de continuidad
institucional y de ubicación de esta agencia estatal por encima de las pulseadas
políticas. Ahora, inevitablemente, el desenlace dejará ganadores y
perdedores, resumió el vocero. Consideró además que cualquier designación
transitoria no lograría motivar a los 22 mil agentes del organismo y, en el mejor de los
casos, contagiaría a los focos internos de corrupción de una sensación de
urgencia.Aunque no sea función de la AFIP establecer las normas tributarias ni aduaneras,
en la práctica define por el alto nivel de evasión existente-quiénes serán
objeto de un control estricto y hacia quiénes se tendrá una actitud más laxa, a veces
de acuerdo a guiños venidos de lo alto. Lo muy poco que hizo el ente recaudador hasta
ahora para evitar la evasión que las transnacionales realizan a través del manipuleo de
sus precios de transferencia (los consignados en transacciones entre empresas vinculadas
del país y el exterior) es un ejemplo conocido de las prioridades que se fijó Silvani.La
intención de confirmarlo dejó a la vista, sin embargo, la carencia de una figura clara
para el cargo, aunque se trate de un puesto clave para el nuevo Gobierno, que tanto
énfasis coloca en la reducción del déficit fiscal. En este sentido, en ámbitos
especializados se reconoce a Silvani como un acreditado especialista en sistemas de
administración tributaria, pero sin capacidad de gestión ejecutiva. Tampoco logró
dotarse de un comité operativo que supliera su debilidad como manager. Se señala además
que no elaboró un nuevo plan estratégico que pueda servir como programa de acción para
adelante. A todo esto, desde Economía se reivindica, como obviedad técnica,
la jurisdicción que debe tener la secretaría de Hacienda sobre la AFIP, y se desliza la
sospecha de que Terragno la reclama para sí con el propósito de convertirla en una
herramienta política propia. Volverían los tiempos del sensacionalismo, de los
operativos con previa convocatoria a los medios, del show de los Intocables,
presagian sin ahorrar dramatismo.
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