The Guardiande Gran Bretaña
Por Larry Elliott y John Vidal Desde Seattle Fue una semana
que se suponía iba a mostrar en toda su gloria a la ciudad de Seattle y daría lustre al
país más poderoso del planeta. Pero mientras los negociadores comerciales discutían
entre ellos y la Guardia Nacional patrullaba las calles, la ciudad esmeralda
sólo podía rezar para que la pesadilla terminara pronto. Dentro del centro de
conferencias, los diplomáticos todavía discutían la posibilidad de llegar a un acuerdo.
Pero los ánimos estaban decaídos luego de días y noches de discusiones mayormente
inútiles. Finalmente, la delegada comercial norteamericana Charlene Barshefsky tuvo que
admitir tristemente ayer en una breve ceremonia de clausura que, aunque se
registraron progresos muy sustanciales en algunas áreas, hay cuestiones que son muy
complicadas y no pueden ser superadas rápidamente. Pero fue quizás el director
general de la OMC, Michael Moore, quien resumió de manera más concisa los
acontecimientos de la última semana cuando dijo que, éste ha sido un encuentro
notable. Los problemas habían comenzado aún antes de que los manifestantes y los
ministros comenzaran a arribar el domingo pasado a la ciudad. Se había avanzado poco en
la desmesurada versión preliminar de la declaración conjunta de ministros, de la cual
sólo se habían acordado dos párrafos. Las divisiones entre los 135 delegados eran
fuertes. Irónicamente, en la misma ciudad que engendró a Microsoft, las comunicaciones
no eran buenas. Los teléfonos celulares no parecían funcionar bien, y cuando llegaban a
la calle los periodistas se quejaban amargamente por la falta de líneas directas para
enviar sus artículos. El lunes fue aún peor. Una amenaza de bomba en la sala de
conferencias determinó que la policía realizara un segundo rastrillaje de seguridad, lo
que clausuró el edificio por seis horas y demoró un simposio en que el director general
Moore, y ministros tales como la secretaria de Desarrollo Internacional británica, Claire
Short, se proponían discutir con algunas ONGs. Cuando se reabrió el edificio, furiosos
delegados tuvieron que hacer cola por más de una hora para entrar. Sin embargo, el lunes
no fue nada comparado con el martes, el día en que se suponía comenzaría la conferencia
ministerial con una ceremonia en el Paramount Theather. Se planeaba que, además de Moore,
Kofi Annan, el secretario general de la ONU, y Madeleine Albright, la secretaria de Estado
norteamericana, pronunciarían un discurso. Pero, como se esperaba, más de 60.000
personas marcharon en espíritu de carnaval hacia la sala de conferencias. Ambientalistas,
estudiantes, y representantes de una ecléctica gama de causas se juntaron con
trabajadores metalúrgicos y estibadores y comenzaron a llenar el centro de la ciudad con
color y ruido. La policía había acordonado 20 calles, pero aun así los manifestantes
lograron impedir que muchos delegados asistieran a la ceremonia inaugural. La policía
aumentó la confusión al confinar a algunos delegados en sus hoteles, aun cuando no
había manifestantes cerca. Al final, la ceremonia inaugural fue cancelada porque la
policía no pudo garantizar la seguridad de los delegados en las calles, que se estaban
transformando rápidamente en algo parecido a una zona de guerra debido a las acciones de
una minoría violenta de manifestantes. A diferencia de Gran Bretaña, donde la policía
siempre establece una amplia zona estéril alrededor de las conferencias
partidarias, las autoridades de Seattle permitieron que los manifestantes sometieran a
asedio la sala de conferencias, el principal hotel de conferencias y el Paramount. Como
dijo John Gummer, un ex secretario de Medio Ambiente: Primero la policía estaba mal
preparada, y después reaccionó de más.Dentro de la sala de conferencias, Moore
anunció que establecería cinco grupos de trabajo para atender los temas clave. Pero hubo
pocas señales denegociaciones, ni hablar de progresos. Bajo los efectos de los gases
lacrimógenos, después de haber sido zarandeados y hostilizados, los delegados estaban de
mal humor, y descargaron su furia entre ellos, contra la policía y contra el secretariado
de la OMC. Los países latinoamericanos y del Caribe emitieron un comunicado en el que
expresaban enojo por la falta de organización y la falta de preocupación
sobre cuestiones de seguridad. Se planeaba que el miércoles fuera el día del presidente
norteamericano Bill Clinton. Se suponía que el presidente iba a llegar por avión, dar
algo de ímpetu político a las negociaciones y ofrecer algunas concesiones a los países
más pobres del mundo con un paquete que les daría acceso libre de impuestos a los ricos
mercados estadounidenses. La visita fue un fiasco de comienzo a fin. Al cortejar a la
opinión pública de su país destacando la necesidad de incluir condiciones laborales
mínimas dentro de los acuerdos de la OMC, enfureció a las delegaciones de los países en
vías de desarrollo. Y tampoco cumplió con sus concesiones a los más pobres. Con la
policía forzada a contener a los manifestantes para que no entraran al lobby de su hotel,
Clinton no perdió tiempo en volar de regreso a Washington. Afuera de la sala de
conferencias, las cosas eran aún más caóticas. Habiendo recibido críticas por arrestar
a sólo 70 manifestantes en el primer día, las autoridades de la ciudad decidieron
imponer el toque de queda y declarar el estado de emergencia civil. La policía pasó
entonces a arrestar a 500 personas en una pocas horas, lo que les valió duras críticas
de grupos de derechos civiles. Las consecuencias de la visita de Clinton se hicieron
evidentes el jueves. Los países en vías de desarrollo abuchearon a la delegada
norteamericana Barshefsky cuando intentó abrir una sesión a la mañana. Y cuando Estados
Unidos intentó llamar a una sesión informal para discutir condiciones laborales,
Pakistán declaró que tal encuentro era ilegal y que a menos que fuera detenido de
inmediato suspendería su participación en todos los grupos de trabajo. Enfrentado con
una hostilidad similar desde una docena de otros países, Estados Unidos dio marcha
atrás. El país anfitrión tuvo demasiado protagonismo: propuso demasiadas cosas a
la vez, consideró ayer el delegado tailandés Kobsak Chutikul.El jueves pasó sin
pausa al viernes, con los manifestantes rodeando la prisión donde 500 de ellos estaban
detenidos y con los negociadores trabajando en sección trasnoche. Para cuando las
negociaciones entre la Unión Europea (UE) y Estados Unidos se interrumpieron, todavía
había desacuerdos sobre todos los asuntos principales. El humor todavía era de gran
amargura. Los manifestantes y la policía estaban aún en las calles. No habría milagros
de última hora para esta cumbre. Traducción: Gabriel Alejandro Uriarte.
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