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Por Pablo Rodríguez Las elecciones presidenciales en Chile del próximo domingo pueden tener sorpresas en el último minuto. En mayo de este año, el socialista Ricardo Lagos había avasallado en las internas de la oficialista Concertación al candidato de la Democracia Cristiana, Andrés Zaldívar. Todo apuntaba, entonces, a que Lagos vencería cómodamente a Joaquín Lavín, candidato de una derecha siempre vencida desde que Augusto Pinochet dejó el poder en 1990. Pero ahora Lagos y Lavín están prácticamente empatados en las encuestas. Y el oficialismo representado por el candidato socialista viene de ser derrotado por el Senado, que rechazó la reforma laboral propuesta por La Moneda. El gobierno sigue intentando la vuelta de Pinochet, detenido desde hace más de un año en Londres, porque eso obligaría a Lavín a "quedar pegado" al ex dictador, de cuyo gobierno fue asesor. En su edición de ayer, el diario oficialista La Nación afirmó que la derecha chilena estaría en una campaña activa detrás de la dilación del juicio contra Pinochet ante la Alta Corte de Londres. Hace un mes, el gobierno chileno obtenía su primera victoria en su causa para traer de vuelta al ex dictador: el ministro del Interior británico, Jack Straw, había accedido a que Pinochet se sometiera a exámenes médicos por parte de médicos ingleses para agilizar una salida humanitaria rumbo a Chile. Lo que nadie preveía es que ahora el entorno de Pinochet está postergando el momento del chequeo. Además, los abogados del ahora senador vitalicio chileno propusieron la tardía fecha del 20 de marzo para continuar con el juicio en Londres, cuando jueces y fiscales habían ofrecido enero o febrero. Para La Nación, el asunto es claro: "Hay una falta de disposición de Pinochet y de su entorno, lo que estaría directamente relacionado con los cálculos electorales de la derecha". Estos mismos cálculos son los que hacen de Lavín, representante de todos los que defienden la obra de la dictadura de Pinochet, un candidato populista que ni quiere oír hablar de su "Tata". "Pinochet es parte del pasado", declaró Lavín en una entrevista publicada ayer por el diario derechista El Mercurio. A tal punto llega su lavado de cara, que el candidato de la Alianza por Chile ahora dice que "los familiares de los detenidos desaparecidos tienen derecho a saber dónde están los cuerpos o, al menos, en qué circunstancias murieron", y rechaza cualquier forma de Ley del Punto Final, ya que los derechos humanos "nunca pueden tener un término formal". El novedoso perfil de Lavín provocó continuos remezones dentro de la derecha, especialmente dentro de su propio partido, la Unión Demócrata Independiente (UDI). Varios dirigentes de la UDI y de Renovación Nacional (RN, el otro partido de la Alianza por Chile) criticaron a Lavín por su distanciamiento de Pinochet, pero ahora las encuestas acallaron las protestas derechistas. Y las internas cruzaron la vereda. El gobierno del presidente Eduardo Frei, cuya Democracia Cristiana tardó un buen tiempo en apoyar decididamente a su propio candidato, relanzó hace 15 días un proyecto de reforma laboral donde se fortalece el mecanismo de huelga, se impulsan las negociaciones colectivas de trabajo y se impide la contratación de personal de reemplazo en caso de paros. El proyecto no fue aprobado por la mayoría derechista en el Senado, una mayoría inflada por senadores "designados" que no surgieron de la votación ciudadana sino de la Constitución que legó Pinochet. Pero sobre todo hizo que muchos democristianos en el gobierno, como el ministro del Interior, Raúl Troncoso, y el de Hacienda, Eduaro Aninat, criticaran la medida porque "perjudica a los empresarios". Si esta polémica se traduce a términos electorales, significa que podría haber un sector de la Democracia Cristiana que no está para nada cómodo con tener que votar a un candidato socialista por más que sea el candidato de la Concertación. Antes ese problema no existía: tanto Frei como su antecesor, Patricio Aylwin, eran democristianos. La derecha confía en que un triunfo en la primera vuelta, aunque sea por un margen ínfimo, desate a esos democristianos a no votar por Lagos en el ballottage del 16 de enero. El candidato socialista, mientras tanto, confía en que eso no pasará. Y si ocurre, los votantes de los otros partidos, como el seis por ciento que obtendría la candidata comunista Gladys Marín, le darían una mano para ese entonces. Pero hace seis meses, seguramente, Lagos no se imaginaba que debería pensar en el asunto.
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