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ENTREVISTA AL MÍTICO MÚSICO RANDY NEWMAN
Felices los que pierden

Detrás del cantautor que llegó a la Argentina para promocionar su trabajo en "Toy Story 2" hay un personaje entrañable, cínico y desopilante, que construyó su leyenda moviéndose en los márgenes de la industria

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Por Martín Pérez
t.gif (862 bytes)  Una de las pocas ventajas de ser pianista y estar de gira latinoamericana para promocionar la última película de Disney es que el cuarto que le toca al pianista a la hora de las entrevistas es decididamente el más grande. Porque no sólo debe entrar en él cómodamente el gran troquelado con las figuras de Buzz y Woody, los protagonistas de la saga de Toy Story, sino que también tiene que haber lugar para un piano. Un piano en el cual Randy Newman se sienta apenas ingresa en la habitación, y comienza a tocar la canción que lo ha traído hasta Buenos Aires. "You got a friend in me", canta, y John Lassiter --el director de Toy Story-- no puede evitar sonreír de oreja a oreja. "Es genial, ¿no es cierto?", pregunta sin esperar ninguna respuesta. "Lo mejor con Randy es que apenas uno le escucha hacer uno o dos acordes al piano, enseguida se da cuenta de que se trata de él", dice el jefe de todos en Pixar, el estudio que ha revolucionado el mundo de la animación con sus computadoras. Es que el jefe Lassiter es también, qué duda cabe, un auténtico fan de Randy Newman. Con toda una carrera de cantautor que ya lleva más de tres décadas, y una decena de discos, este hombre de anteojos y camisa hawaiana que toca despreocupadamente sus canciones en una suite de un hotel porteño aun hoy es una leyenda entre sus pares. Capaz de comenzar un álbum --el maravilloso Sail Away, de 1972-- con una canción en la que el dueño de un barco trata de convencer a los negros africanos de que se suban a él porque en Norteamérica "no hay leones ni tigres, y sólo le cantarán a Jesús todo el día", y terminarlo con un tema en el cual Dios dice que ama a la humanidad porque "son lo suficientemente locos como para poner su fe en mí, que no hago nada por ellos", Randy Newman siempre ha podido convocar a sus proyectos a músicos de la talla de Jeff Lynne, Mark Knopfler o Tom Petty. Para su versión de Fausto, editada en 1995, por ejemplo, logró reunir a Elton John, James Taylor, Don Henley, Linda Ronstadt y Bonnie Raitt. "Fue un fracaso, y si uno recorre los nombres reunidos se da cuenta de que sólo hay uno alejado del éxito: el mío", dice Newman, revolcándose feliz en su rol del eterno perdedor. Un perdedor, eso sí, que ha logrado éxitos al ser cantado por otros: "Mama told me not to come" fue un éxito cantado por Three Dog Night allá lejos y hace tiempo, mientras que "You can leave your hat on", interpretado por Joe Cocker en la película Nueve semanas y media, tal vez sea su tema más conocido en todo el mundo.

Un clásico nativo de Los Angeles desde hace cincuenta y seis años, hijo de un médico de Bel Air especializado en curar a estrellas, y con dos tíos compositores en Hollywood --el más famoso, Alfred, ganó ¡nueve premios Oscar! por films como Una Eva y dos Adanes o Cómo casarse como un millonario--, la carrera de Randy comenzó a mediados de los años sesenta, cuando fue contratado para escribir canciones por encargo en oficinas al estilo de las que muestra Allison Anders en su film Canciones del corazón. Sin embargo, pese a su estilo clásico --en el que no faltan orquestaciones de cuerdas, blues o ragtimes--, Newman aun hoy se considera parte del rock'n'roll.

 

--En Internet circula una lista de los 100 mejores momentos del rock, escrita por el periodista Bill Wyman, en la que se destacan el solo de Keith Richards en "Gimme Shelter" o el último verso de "A hard rain's a gonna fall". Esa lista incluye un tema suyo, "Rednecks". ¿Por qué se lo sigue considerando dentro del rock cuando su último disco, el flamante Bad Love, tiene poco y nada de rock?

--Porque siempre he llamado rock a lo que hago, no importa si es una balada o una orquestación. Para mí la mayoría de la música pop hecha después de 1954 es rock'n'roll, y lo mío entra dentro de esa categoría. No me importa mucho si se llama punk o metal. Siempre lo he llamado así, y me siento parte de ese mundo. Creo que lo que los Beastie Boys y yo estamos tratando de decir, más allá de los estilos, es exactamente lo mismo.

--Sin embargo, usted no se caracteriza por tener un exitoso oído pop...

--Eso también es verdad. Tengo muchas anécdotas sobre eso. Y un montón de malos sentimientos también, porque cuando uno entra a grabar en los estudios de Los Angeles lo más común es cruzarse con músicos capaces de ganar cien millones de dólares en un fin de semana. Algo que no me puedo imaginar. Una vez recuerdo que estaba grabando en un estudio y al lado estaba Cristopher Cross, que grababa su primer disco. Yo lo escuché un poco, y me volví hacia la persona que estaba conmigo y le dije: no va a andar (se ríe). Hace poco me sucedió otra vez: estaba ensayando y del cuarto de al lado venía un sonido terrible, que me pareció que no tenía nada en particular. Era Limp Bizkit. Parece que todos los que graban en el cuarto al lado del mío se hacen millonarios (risas).

 

--En la última entrega de los Oscar, usted batió un record: tres nominaciones, ninguna estatuilla. Ya lleva doce nominaciones sin ganar ni un Oscar. ¿Espera ganarlo alguna vez?

--Es algo que no me obsesiona. Sé que si sigo en este negocio, alguna vez llegará el momento de subir a leer mi lista de agradecimientos. Pero tengo claro que el hecho de ganarlo no tiene nada que ver con los méritos de lo que uno hizo. El del Oscar es un mundo que conozco desde hace cuarenta años a través de mi tío Alfred, y sé muy bien cómo funciona. Imagináte: yo voto por el mejor vestuario y mirá como estoy vestido (se señala su camisa hawaiana). Sucede lo mismo con los que votan sobre música: no tienen ni idea. Algo que es muy común dentro de este negocio...

 

--No parece tener una buena relación con el negocio del cine...

--Es que tengo problemas con la autoridad. No me gusta que la gente me diga lo que tengo que hacer con mi música, particularmente cuando... no son músicos.

 

--Pensé que iba a decir que son sordos...

--A menudo también son sordos, aburridos o simplemente seniles. La relación que tengo con Disney, y particularmente con John Lassiter, es la mejor que he tenido en este negocio. John me comprende y yo lo comprendo a él. Pero, por lo general, los directores de cine son terribles. Hay que conceder que están en su medio, lo que les permite decirle a todo el mundo qué es lo que tienen que hacer. Pero con la música no es tan fácil. No entienden nada. Suelo decir que el director con el que mejor me he llevado es con Milos Forman, porque nunca vino a una sesión de grabación (se ríe). --¿Nunca tuvo un problema similar con los productores de sus discos?

--Nunca dejo que nadie me diga lo que tengo que hacer en un estudio. Ningún productor me dijo jamás que no hiciera tal cosa. Mark Knopfler lo intentó once años atrás cuando produjo algunos temas de Land of Dreams, mi disco de canciones anterior a Bad Love. Estaba tocando una canción para él al piano, y de pronto me agarró la mano. Nunca me había pasado algo así en toda mi vida. Mark tiene una inmensa mano de guitarrista, cuatro o cinco veces más grande que la mía. "No hagas eso", me dijo. Y yo me enfurecí: "¿Qué hubieras hecho si estaba cantando? ¿Ahorcarme?", le grité (risas). Es que yo vengo de otra escuela, por eso es que mi relación con los directores de cine es más difícil. Los compositores clásicos del medio están acostumbrados al negocio, y tienen que escuchar cada cosa... Una vez presencié cómo Oliver Stone le decía a John Williams que en una canción para el film Nacido el 4 de Julio tenía que haber una trompeta haciendo "pahpahpah". Yo pensé: "¡Qué cara la de este tipo! ¿Cómo se atreve?". Pero Johnny simplemente le dijo: "Qué buena idea, Oliver", y siguió con lo suyo. Es algo que yo no podría hacer.

--Uno de los temas de su disco Bad Love se llama "Estoy muerto (pero yo no lo sé)", y habla de un cantante que ya no tiene nada para decir, pero lo va a decir igual. Muchos críticos han mencionado que Mick Jagger encaja perfectamente dentro del personaje, pero también podría ser usted. ¿Esa era la idea?

--Es verdad, también podría ser yo. No pienso que estoy muerto, pero la cuestión es si lo sabría de ser así. Uno no sabe cuándo está terminado, nadie te lo dice... Porque ¿cómo hacer para acercarse a un tipo como Paul McCartney, golpearle el hombro y decirle: "No, mirá, ya terminó todo, andáte a casa" (se ríe). Por lo general, cuando uno entra a hacer un disco, piensa que está haciendo lo mejor que puede. Tal vez Peter Frampton no piense así, pero seguro que se encoge de hombros, porque puede suceder que otra vez todo el mundo inexplicablemente se fije en él. Así es este negocio.

 

--Usted se ha pasado tres décadas criticando el modo de vida de sus compatriotas... ¿Ha cambiado algo desde que comenzó a escribir canciones hasta ahora?

--Tal vez haya canciones que escribí hace tiempo que ya no funcionen, como "Political Science". En esa canción, el protagonista dice: "Después de todo, ya nos odian/ así que tiremos la bomba ya/ liberaremos a todo el mundo/ habrá más lugar para vos y para mí". Pero, ahora que lo pienso, como país seguimos prepoteando a todo el mundo cada vez que podemos, así que... Lo que sucede es que yo nunca escribí sobre los grandes temas sino sobre la insensibilidad, el racismo... Lo he hecho una y otra vez, y la verdad es que nada ha cambiado demasiado. Es más: en este disco lo que hago es preguntarme qué piensa la gente que ha vivido en este país durante estos treinta años. Así que han cambiado más mis canciones que el país, si se quiere...

 

--En el tema "El mundo no es justo" usted le habla a Karl Marx, y le dice que si viera lo que hicieron los que se ciñeron a su doctrina, estaría feliz de estar muerto. ¿Que le gustaría agregar que no incluyó en su canción?

--Me gustaría alentarlo, porque a pesar de todos los fracasos alguien debería intentarlo otra vez. Seguro que fracasaría de nuevo (se ríe), pero no por eso hay que dejar de tratar de hacer un mundo más justo.

 

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