Tiempo
ha, los nuevos gobiernos parecían creer que la Argentina era --para emplear una metáfora
que gustaba mucho a todos los "dirigentes", pero sobre todo a los militares-- un
pedazo de arcilla a la cual les sería permitido dar cualquier forma que se les antojara.
Desde entonces han aprendido mucho. Hoy en día suponen que sus opciones son tan limitadas
que no les queda otra alternativa que obrar como los encargados de administrar una
provincia pobre en un país férreamente centralizado. No son los únicos con motivos para
sentirse impotentes: incluso el "hombre más poderoso del mundo", Bill Clinton,
tiene que respetar reglas fijadas por el conjunto de fuerzas difusas pero irresistibles
conocido como "los mercados" y simbolizado últimamente, en un arranque de
irracionalidad festiva, por la Organización Mundial de Comercio. Pero su caso está entre
los más patéticos por haber sido tan delirantes sus pretensiones anteriores.
Para algunos, la pérdida de las
"utopías" y, para otros, la de la "soberanía" son tragedias
irremediables, aunque aquéllas no fueron más que fantasías vagas y ésta nunca sirvió
para mucho. Cuando los políticos se presumían libres, actuaban como si la retórica
altisonante fuera un sustituto adecuado por un grado mínimo de capacidad administrativa,
con el resultado de que, aun cuando nadie hablaba de "neoliberalismo" o
"globalización", buena parte de la población vivía en la miseria. Bien: de
ahora en adelante los gobernantes tendrán que dedicarse a asuntos menos emocionantes para
ellos, pero para los demás más importantes. Todos, desde Fernando de la Rúa para abajo,
habrán de acostumbrarse a pensar como buenos administradores provinciales, cuando no
coloniales, sin dejarse distraer por los temas acaso más elevados que obsesionaban a sus
antecesores.
Hasta nuevo aviso, la Argentina será una
democracia liberal con una economía capitalista relativamente abierta. Nos guste o no
esta realidad, el "modelo" que supone no se modificará, de modo que es muy
positivo que De la Rúa, Carlos "Chacho" Alvarez y sus ministros lo hayan
asumido desde el vamos, y por lo tanto podrán dedicarse a mejorar su calidad. Puede que
hubieran preferido que el "modelo" fuera de un avión o un vehículo espacial o
un transatlántico o lo que fuera, pero ocurre que es sólo de un auto. Sin embargo, hay
un mundo de diferencia entre un Lada cochambroso y un Mercedes-Benz bien mantenido, y el
saldo de su gestión será espléndido si en el 2003 el país se asemeja un poco más a la
versión primermundista del único "modelo" disponible y un poco menos a la
variante híbrida y semidesarrollada que le legará Carlos Menem. |