El
nombramiento del cavallista Juan Llach como ministro de Educación ofrece dos campos
analíticos principales. Uno tiene que ver con su perfil y con el gesto que significa
haberlo designado. El otro, con la sorpresa (e indignación, sobre todo) manifestada por
numerosas personalidades y sectores del pensamiento progresista.
En el primer caso habría que desechar
defenestrar a Llach sólo por ser economista. Lo cual en sí mismo no significa nada. Se
trata de qué tipo de economista es, no de las ciencias económicas. A nadie se le
ocurriría vituperar a la abogacía porque Menem es presidente, ni a la ingeniería porque
existe María Julia. Y nadie tampoco, desde los intereses populares, hubiera puesto el
grito en el cielo de haberse nombrado ministro educativo a un economista como Claudio
Lozano, por ejemplo. Es mejor no seguir con argumentos que, a más de insustanciales, le
dan letra al enemigo.
Colocar a alguien tan corrido a la derecha y
nada menos que un área como Educación, Carpa Blanca mediante y vigente, significa que la
mentada ambigüedad de De la Rúa bien pudo haber sido eso hasta aquí, pero no de ahora
en adelante. Hay un proyecto bien a la chilena: eficientismo tecnócrata más cierre a
cualquier costo de las cuentas fiscales. En el ámbito educativo, especialmente, implica
tender hacia la excelencia de los que pueden "pertenecer". De allí, conceptos
como "escuelas charter" y "voucher educacional". Y de allí que una de
las primeras definiciones de Llach sea que no piensan arancelar la Universidad. ¡Hasta
dónde corrieron el eje del debate! Tan a la derecha, que cualquier "concesión"
aparecerá como populista.
Sin embargo (segunda cuestión): ¿cuánto de
distinto cabía esperar? Quienes hoy se rasgan las vestiduras señalando que ven con
preocupación tendencias de sesgo marcadamente liberal, en el conjunto de las políticas
aliancistas en general y en la educativa en particular, ¿en qué punto de la plataforma
de la Alianza o en cuál declaración de cuál candidato encontraron alguna vez que el
rumbo sería sustantivamente opuesto al que hoy se corrobora? Podría aceptarse que Llach
es un sapo de dimensiones no previstas en un área especialmente sensible (algunos
llegaron a hablar de "provocación"). Vale. Pero, ¿podría afirmarse que no
encaja en una coalición que siempre habló de sostener a rajatabla los lineamientos
centrales del modelo, y que hasta último momento se preocupó por la tranquilidad del
establishment? ¿Puede algún "progre" sostener que percibió en De la Rúa algo
más que la imagen de un hombre individualmente honesto? Y más aún: ¿acaso la mayoría
aliancista está conformada por votos que exigieron un cambio profundo? ¿Acaso es
perceptible un mandato superador del basta a la corrupción y la cultura menemistas?
Siempre fue peligroso confundir los deseos con la realidad.
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