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OPINION

El que avisó no es traidor

Por Eduardo Aliverti

El nombramiento del cavallista Juan Llach como ministro de Educación ofrece dos campos analíticos principales. Uno tiene que ver con su perfil y con el gesto que significa haberlo designado. El otro, con la sorpresa (e indignación, sobre todo) manifestada por numerosas personalidades y sectores del pensamiento progresista.

En el primer caso habría que desechar defenestrar a Llach sólo por ser economista. Lo cual en sí mismo no significa nada. Se trata de qué tipo de economista es, no de las ciencias económicas. A nadie se le ocurriría vituperar a la abogacía porque Menem es presidente, ni a la ingeniería porque existe María Julia. Y nadie tampoco, desde los intereses populares, hubiera puesto el grito en el cielo de haberse nombrado ministro educativo a un economista como Claudio Lozano, por ejemplo. Es mejor no seguir con argumentos que, a más de insustanciales, le dan letra al enemigo.

Colocar a alguien tan corrido a la derecha y nada menos que un área como Educación, Carpa Blanca mediante y vigente, significa que la mentada ambigüedad de De la Rúa bien pudo haber sido eso hasta aquí, pero no de ahora en adelante. Hay un proyecto bien a la chilena: eficientismo tecnócrata más cierre a cualquier costo de las cuentas fiscales. En el ámbito educativo, especialmente, implica tender hacia la excelencia de los que pueden "pertenecer". De allí, conceptos como "escuelas charter" y "voucher educacional". Y de allí que una de las primeras definiciones de Llach sea que no piensan arancelar la Universidad. ¡Hasta dónde corrieron el eje del debate! Tan a la derecha, que cualquier "concesión" aparecerá como populista.

Sin embargo (segunda cuestión): ¿cuánto de distinto cabía esperar? Quienes hoy se rasgan las vestiduras señalando que ven con preocupación tendencias de sesgo marcadamente liberal, en el conjunto de las políticas aliancistas en general y en la educativa en particular, ¿en qué punto de la plataforma de la Alianza o en cuál declaración de cuál candidato encontraron alguna vez que el rumbo sería sustantivamente opuesto al que hoy se corrobora? Podría aceptarse que Llach es un sapo de dimensiones no previstas en un área especialmente sensible (algunos llegaron a hablar de "provocación"). Vale. Pero, ¿podría afirmarse que no encaja en una coalición que siempre habló de sostener a rajatabla los lineamientos centrales del modelo, y que hasta último momento se preocupó por la tranquilidad del establishment? ¿Puede algún "progre" sostener que percibió en De la Rúa algo más que la imagen de un hombre individualmente honesto? Y más aún: ¿acaso la mayoría aliancista está conformada por votos que exigieron un cambio profundo? ¿Acaso es perceptible un mandato superador del basta a la corrupción y la cultura menemistas? Siempre fue peligroso confundir los deseos con la realidad.

 

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