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"Los libros son como los funcionarios..."

"... Mientras más arriba, más inútiles", plantea el sacerdote y poeta Hugo Mujica, que acaba de editar en España el libro "Noche abierta". Aquí, dice, no se publica poesía al menos que el autor pague el costo.

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Por Cecilia Bembibre
t.gif (862 bytes)  Hugo Mujica lee un poema suyo en voz alta sentado en su escritorio de pino. Está amparado por la austeridad de su departamento de techos altos, donde las paredes parecen estar desnudas aunque estén cubiertas por cuadros. Hay luz de lámparas verdes, como las de las bibliotecas, y una computadora portátil sobre la mesa. Y sobre todo, hay espacio vacío, hay aire en cantidades inmensas. En el departamento todo parece más espacioso, más quieto y más desnudo. Despojado del peso de su biografía, el escritor, sacerdote y filósofo ironiza sobre las etiquetas que se le atribuyen: "Soy el cura que fue a Woodstock", dice, en alusión a los años en los que vivió en Estados Unidos, en la comunidad hippie. Sus intereses se rastrean, al menos en parte, en la gigantesca biblioteca que emite un resplandor verde bajo las lámparas, dándoles a los lomos una cualidad iridiscente, como irreal. Después señala los estantes, ordenados por temas, tamaños y colores. "Los libros de una biblioteca son como los funcionarios públicos: cuanto más arriba, más inútiles", dice. El del centro está destinado a la obra de Heidegger, uno de los pensadores sobre los que ha escrito.

Capaz de discutir el celibato, la participación política de los sacerdotes, el reconocimiento de las minorías o la idea del diablo en la última película de Schwarzenegger con la misma lucidez, Mujica, horas antes de viajar a Madrid --huyendo del verano--, dialogó con Página/12.

la excusa fue la aparición de su último libro de poesía, Noche abierta.

 

--Usted elige cuidadosamente las editoriales para sus libros, y hace hincapié en la diferencia de trato hacia los intelectuales que hay entre Argentina y Europa. ¿Cuál es esa distinción y cuáles son sus causas?

--Lo primero, para decirlo groseramente, es que entienden lo intelectual como trabajo y te pagan. Jamás hay que discutir nada, negociar ni pelear. En la Argentina prácticamente no editan poesía si no pagás. Y, si vendés el libro, están tan felices que no arriesgan. Allá, en cambio, se juegan con la segunda edición. A mí me han tratado con suma delicadeza. Acá la editorial es ante todo una empresa y, por supuesto, en España también hay editoriales que trabajan para clientes en vez de para lectores.

--¿Cómo afecta esta diferencia la producción intelectual?

--En Europa puede hablarse de debate intelectual. Aparece un tema y todos los países europeos empiezan a escribir sobre eso; también existe menos la figura del escritor como individuo, y más el intelectual como parte de un proyecto integral. Así es posible establecer un debate, un diálogo que resulte en la mutua fecundación. Tiene que ver con la tradición, pero también con el contacto: es una realidad que nosotros vivimos lejos de todo, y dominados por la cultura estadounidense, basada en el producto y no en la creación. Pero estamos aislados de lo europeo y también de lo latinoamericano. El aislamiento es una tendencia que se radicaliza y no tiene sólo que ver con los intelectuales, sino que se acentúa la pérdida del contacto humano en general.

--¿Cuál es el lugar de la tecnología en esa disminución del contacto?

--Como el instrumento se volvió finalidad, simplemente hay que devolverle el status de mediación. En el debate de las ideas o de la creación, el contacto personal es esencial; el momento de escuchar a alguien es insustituible, incluso por la lectura. Pasa algo que nace y acontece ahí, y sólo participás si estás ahí. Si no, lo perdiste.

--¿Cómo se reconoce ese espacio de creación?

--A diferencia de otros momentos, creo que hoy ese espacio no es lo que aparece. El espacio público fue tomado por el mercado, y lo que aparece es lo que fue arrancado de lo creativo y preparado para público y no para lectores. Lo creativo no aparece en el espacio comercial, no es la editorial común que dice que, si no vendés cinco mil libros, no te editan.

--¿Esto condiciona al escritor?

--Obviamente a cualquiera que escribe le gusta que lo lean mucho. Pero a la vez yo tengo mucha conciencia de elite, en el buen sentido. Y la idea de que todo el mundo tiene que participar de eso es una idea comercial. Creo que quienes cocinan bien son una elite, por ejemplo. Lo que hay que desterrar es esa idea de que una elite es superior a otra. Pero leer, por ejemplo, no es para muchos. Encontrar un buen lector es tan difícil como un buen escritor. Antes de la imprenta, un tipo escribía una tragedia y por ahí la leían diez personas, y eso no le impedía escribir otra obra. Hay que salvaguardar el acto creador.

--¿Cuál es la influencia de los medios de comunicación en este proceso?

--No creo que, si la gran masa no viera televisión, leería. La TV llenó el espacio de tomar mate o sentarse en el patio, que me parecen actividades mucho mejores. Pero no le quitó espacio a la lectura; nunca leyó tanta gente, recién ahora interiorizamos esta idea.

--¿Cómo y por qué comenzó a escribir poesía?

--El primer poema que escribí fue como tomar nota. Eran los años en que era monje, estaba en la cocina haciendo té para la comunidad; anoté lo que veía mientras se ponía el sol. A pesar de los años, me gusta mucho ese poema.

--Dijo que la narrativa le parece pobre, en oposición a la poesía y el ensayo. ¿Por qué?

--Me expongo muy poco a la narrativa, porque una mala novela es una pérdida de mucho tiempo. Un mal ensayo deja toda la discusión interior que a raíz del disentimiento generó en vos. Es decir, cumplió la función de ponerte a pensar. La poesía es un mundo en sí, donde las palabras se dicen como palabras, no como señales para otra cosa. Pero la narrativa es un género del que desconfío. Cuando leo una novela o estoy en un lugar en el que no quiero estar, siento que pierdo el tiempo, que no hay nada más ahí más que el paso del tiempo. Y el tiempo es algo que respeto mucho.

--¿Cómo cambió su relación con el tiempo durante sus años como monje?

--Cuando se vive 24 horas dentro de un rito, el rito es de algún modo la desaparición del tiempo. Entonces deja de haber un proyecto, porque el mañana va a ser igual a hoy; el tiempo deja de tener urgencia utilitaria. Y en ese sentido lo recuperás, porque no lo estás invirtiendo para adelante, sino que lo estás habitando.

--Ernesto Sabato dijo que usted es alguien que nunca llegará a ser cardenal. ¿Cuál es su relación con la Iglesia?

--Tengo una parroquia donde celebro misa. Creo que busco buscar, que lo que busco no se encuentra... prefiero la palabra descubrir a buscar, porque es quitar lo que cubre. Cuando se busca eso que llamamos Dios, el absoluto, lo que sea, lo bueno es que no se encuentra. Nunca pensé en tener una carrera eclesiástica; aun viéndolo bien, no me veo como un obispo, que es estar en una oficina manejando funcionalidades de la Iglesia. Y tampoco me veo en el aspecto más negativo, que es el de manejar poder. No me fascina el poder en ningún lugar.

--¿Tiene tensiones con la comunidad eclesiástica?

--Nunca tuve conflictos. Al contrario, siempre me sentí muy respetado. Esa visión que se tiene de la Iglesia como forma de opresión es una comodidad; en cualquier lugar donde estés hay más libertad de la que hay. Se trata de abrir un espacio nuevo.

--¿Cómo interpreta el fenómeno de los libros de autoayuda? ¿En qué medida hay una búsqueda de espiritualidad en ellos, tal como se proponen?

--Lo veo como un fenómeno en el que el mercado interpretó sobre todo la espiritualidad que proviene de Oriente. Pero busca sólo el confort interior. Si hay una constante que atraviesa la espiritualidad, es la muerte del yo, para que aparezca el Otro. Y autoayuda empieza con "auto", que es yo. Es individualista, como el mundo en que se desprende.

--Una de las sensaciones que atraviesa Noche abierta es la de esperanza. ¿Es usted un hombre esperanzado?

--Sí. Pero creo que no es una esperanza obvia, un optimismo, porque ser optimista hoy es ser cómplice. Tengo una humilde esperanza, un destello, pero no una apuesta por el progreso ni por la mejora. Si tuviera que poner la esperanza en algún lado, lo haría en el apagarse de la historia y el renacer de la vida. Todo lo que fue el proyecto moderno termina, pero por otro lado resurge lo pequeño y lo cotidiano.

 

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