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“Dar la vuelta” ya es un clásico

Escrita en 1972 por Griselda Gambaro, la obra,que retrata un grupo de gangsters, tiene granactualidad, en la puesta de Lorenzo Quinteros.

Una escena de “Dar la vuelta”.

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Por Hilda Cabrera

t.gif (862 bytes)  Especie de parábola negra que toma formas de la historieta, Dar la vuelta retrata con crudeza y humor siniestro los mecanismos internos de una banda dedicada al robo y al asesinato, integrada por personajes tan indiferentes al dolor de sus víctimas como pusilánimes ante los caprichos de un jefe de gatillo fácil. A la manera de figuras extraídas de un troquelado, cuatro hombres trajeados como gangsters del cine de los 40 ingresan en escena, cuidando de no interrumpir la lectura del patrón, ensimismado en una historia, acaso semejante a la que se representará. “¿Pero por qué tenían que morir todos? -apunta el jefe–. El crimen no paga, es evidente. Hay que seguir la buena senda, muchachos.” Escrita en 1972, la obra da cuenta de un desgarro, o de un feroz arrebato de autodegradación personal. Griselda Gambaro se refiere en parte a esto cuando escribe en el programa que la pieza trata “de la profunda adhesión de sus criaturas a determinados valores de comportamiento, aunque esos valores entren en colisión con los afectos y la propia integridad física”. Este aspecto irritante de la psicología de los personajes es a su vez subrayado con trazo grueso por el director Lorenzo Quinteros, de modo de convertir a unos y otros en fantoches de un poder que oculta una injusticia radical. Así, la expresión de terror ante un arma que apunta es sustituida por la reacción caricaturesca del amenazado. Opciones como ésta simplifican extremadamente la contradicción que se pretende mostrar. La puesta se convierte entonces en un pastiche que junta el melodrama, el humor negro y elementos del estilo de actuación televisiva y del comic.De todo esto resulta una crónica truculenta, de fuertes contrastes, esquemática incluso en su intento de rescatar un fondo de humanidad entre tanto desmembramiento personal. Es el caso de la relación que se establece entre Valentina (Carolina Fal), y Joe, el atolondrado gangster que compone Esteban Pico. La puesta tiende a la crispación, y se nota el esfuerzo de los actores por sostenerla. En cuanto al contenido, sería insensato restarle vigencia. Aceptar a cualquier autoridad sin cuestionarla es un problema tan actual como entonces. Lo que probablemente rechace hoy el espectador es la carga de responsabilidades que se le traspasa en el epílogo. En momentos como los presentes, en que se descree de la representación social, esa secuencia resulta superflua. Así, un intencionado diálogo entre la pandilla y el patrón (que exhorta a los suyos a “caminar y estirar la mano”, porque el porvenir les pertenece) da pie a que los gangsters Mario el Confuso y Johny Egg armen su propio show. Estos se desprenden de la historia y, cantando, enfrentan al público y lo conminan a reflexionar y mirar en derredor. Este recurso a lo Bertolt Brecht –que, como otros mecanismos aplicados por el autor alemán en su época, significaron una ruptura formal y un alerta para el público– probablemente surja de la necesidad de hacer más evidente el revés de estafábula, dándola vuelta como un guante. La tarea puede hoy parecer ingenua.

 

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