Por Diego Fischerman Si hay algo que
termina con este siglo son las divisiones categóricas entre géneros que el mismo siglo
se había ocupado en erigir. El arte alto se construyó a partir de sus
diferenciaciones con lo bajo. Y en la música, sobre todo a partir de la
aparición de los medios masivos de comunicación que posibilitaron una circulación
de las expresiones populares antes imposible, entre culto o
académico y popular. La misma idea de música popular es
relativamente nueva. A nadie se le hubiera ocurrido establecer una frontera donde no
había puntos de contacto posibles. Y es que hasta el surgimiento de la radio y el disco,
la música popular era la que se hacía en el pueblo asociada con funcionalidades
populares como fiestas, bailes, funerales, marchas y ritos sociales de diversa
índole y la otra era la que hacían los compositores.Una de las características
del posmodernismo es, precisamente, haber barrido definitivamente con esas barreras. Pero
ya antes, con los primeros músicos de tango o de jazz que se pensaron a sí mismos como
productores de lenguajes que demandaban una escucha atenta y que imaginaron su música
desligada de otras funciones que la de ser escuchada, los límites habían comenzado a
desdibujarse. El fenómeno nuevo tenía que ver con creadores (muchas veces con formación
académica) que decidían trabajar a partir de materiales de las tradiciones populares. Ya
no con una célula melódica o con un patrón rítmico de origen folklórico (como habían
hecho los compositores nacionalistas del siglo XIX) sino sobre matrices formales extrañas
a la tradición escrita. Una obra como el Concierto para piano y orquesta Nº 1 de Chick
Corea que, tocado por su autor, acaba de editar el sello Sony, sólo puede ser explicada
en este marco. Porque en este caso, más allá del nombre indudablemente
clásico, de lo que se trata es de una composición que dialoga con todas las
anteriores de Corea y donde la escritura para la orquesta, mucho más que de la línea
Mozart-BeethovenBrahms, deriva de la extensión del universo tímbrico que el pianista
realizó en los 70, al frente de su grupo Return To Forever, y de sus tempranos
experimentos con un cuarteto de cuerdas (en The Leprechaun) y con otras conformaciones de
cámara (Suite Lírica para Sexteto, Voyage -junto al flautista Steve Kujala y
Septeto).En el folleto de este CD, que se completa con una nueva versión (esta vez para
sexteto de jazz, o sea su grupo Origin, y orquesta) del legendario tema Spain,
Corea escribe sobre la importancia que tuvo para él el encuentro, en 1982, con Friedrich
Gulda. Después de una media hora de improvisación conjunta cuenta
Corea él tocó solo. Empezó con una improvisación tormentosa y de ahí fue a una
maravillosa sección melódica, que sonaba, obviamente, como una pieza compuesta. La
música me tomó por sorpresa, de hecho no imaginaba que un compositor actual pudiera usar
un lenguaje tan románticamente melódico. Ingenuamente le pregunté a Gulda quién había
escrito esa música maravillosa y él me contestó que era de Mozart. El pianista no
se avergüenza al confesar su ignorancia, sobre todo porque al poco tiempo estaba tocando,
junto a Gulda y a la Orquesta del Concertgebouw de Amsterdam, el Concierto para dos pianos
de ese compositor. Si algo puede decirse de Corea es que aprende rápido. Esa obra,
cuenta, lo deslumbró y, desde ese momento, pensó en escribir su propio concierto. Lo que
hace que su nueva composición funcione es precisamente su falta de impostura. Aquí,
Chick Corea no intenta cambiar la historia de la música, no quiere emular a Mozart (a
pesar de su admiración) ni pretende otra cosa que escribir su propia música, la misma de
siempre, pero para piano y orquesta. Corea es, desde ya, un excelente pianista y, además,
conoce lo suficiente de orquestación como para que la escritura sea por demás eficaz. Es
cierto que la función de la orquesta es más la de comentar al piano que la de establecer
una verdadera interrelación. Pero el resultado es tan fresco y seductor que se impone con
fuerza propia. La excelente interpretación del pianista (que incluyepartes improvisadas)
y el ajuste de la Filarmónica de Londres, dirigida por Steven Mercurio, forman parte de
los atractivos.
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