Por Fernando DAddario La cantante
Carmina Cannavino nació en Perú, de madre peruana y padre argentino. Desde hace 14 años
está radicada en el DF mexicano, y acaba de editar un disco en Buenos Aires. Esa mixtura,
que podría limitarse sólo al ámbito geográfico, recorre delicadamente, sin conflictos
y tensiones, los doce temas de Encuentros y despedidas, un CD compartido con el también
peruano-argentino Lucho González. Conviven allí gratamente composiciones de Chabuca
Granda con clásicos de la música popular mexicana, como La llorona (Carmina
grabó seis discos durante su etapa mexicana), una canción de Milton Nascimento (la que
le da título al trabajo) y El último café, de Cobián y Cadícamo. Más
allá de los matices propios de los diferentes ritmos, ella le da un tono muy personal y
globalizador (con perdón del término) al espíritu musical latinoamericano.
Es que mi alma está en todos esos pueblos, porque en cada lugar donde voy dejo algo
de mí e incorporo cosas, sostiene Carmina, en una entrevista con Página/12, que
comparte con González. Hoy presentarán el disco en el Club del Vino.Perú abre un
abanico musical muy rico, desde lo andino hasta los ritmos negros de la costa y la música
chicha. ¿Con qué estilos se siente más identificada? C. C: Mi música está más cerca
de los ritmos de la costa, pero al mismo tiempo tengo que reconocer que llegué tarde al
folklore. En mi casa, mis padres, que eran músicos, escuchaban más clásica y tango,
pero de más grande descubrí a Chabuca y empecé a meterme, sin dejar de escuchar otros
sonidos que me llegaban desde otros países. En Lima, de todos modos, lo que predomina es
lo que se llama música criolla, y la chicha, que es una mezcla de huayno y cumbia, pero
con un contenido de fresco social muy importante. Hace unos años, David Byrne, a
través de su sello Luaka Bop, editó un muy interesante disco llamado The Soul of Black
Perú, donde mostraba canciones de artistas como Eva Ayllón y Susana Baca, entre otros.
¿Ustedes consideran que fue un aporte valioso para la música peruana o una
apropiación?C. C.: Creo que marca un regreso a lo étnico, que en este caso respetó las
raíces. Lo que ocurre es que no hay que quedarse solo en ese rescate antropológico...L.
G.: Es interesante cuando da a conocer determinadas corrientes artísticas sin que te
hagan sentir que están estudiando un fósil, como si estuviera destapando una tumba
incaica y después las adornaran en Nueva York con láser.Pero sin hablar de Nueva
York, hay gente en Latinoamérica que conoció a Susana Baca a través de Byrne...L. G.:
No, yo no estaba hablando en el caso de Byrne, que creo fue positivo porque, además,
espantó a los puristas, tanto del rock como del folklore. Todos nos vamos enriqueciendo
con la difusión de músicas diversas.Lucho, usted trabajó con Chabuca Granda,
Mercedes Sosa, Ana Belén, Julia Zenko. ¿Tiene mayor afinidad artística con las
mujeres?L. G: Es verdad, mis mejores recuerdos son con mujeres. Hay algo en la
sensibilidad femenina que se complementa con mi música. No me pasa a nivel instrumental,
pero sí en lo vocal. Y esa afinidad se repite en este caso con Carmina, que es una
cantante excepcional.Al no vivir en Buenos Aires, y tener un background musical
distinto, ¿se interpreta distinto, por ejemplo, El último café?L. G.: Ella
no vive en Buenos Aires, pero tiene el tango incorporado. Lo escuchó, sabe lo que es. Del
mismo modo que si yo armonizo con el jazz y la música brasileña lo entiende. Creo que es
una de sus grandes virtudes, porque tampoco hay tantos secretos: la parte melódica y
armónica es universal. Rítmicamente se es de un lugar determinado. Nosotros somos de
Latinoamérica y artísticamente nos manejamos según esos parámetros. C. C.: Además,
para hacer tango, no importa tanto dónde naciste, sino el hecho de que te hayan pasado
cosas en la vida. Tenés que haber vivido.
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