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"Un modesto anarquista, que cree
en el individuo y no en el Estado"

Un especial de Canal á reedita una curiosa entrevista que Jorge Luis Borges concedió hace veinte años a la televisión española

El reportaje fue concretado en el apogeo de la dictadura de Videla.
"La ceguera no es más que una forma de soledad", define el escritor.

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Por Verónica Abdala

t.gif (862 bytes)  "La mayor diferencia entre el Borges escrito y el Borges oral es que el Borges oral tartamudea", dice, con su sentido del humor característico, el mismo Borges, como en uno de esos juegos de espejos que tanto le gustaban. En una emisión homenaje dedicada al escritor que Canal á emitirá por única vez el 12 de diciembre a las 17.30, y en la que se reedita una entrevista realizada para la televisión española en 1979 por Joaquín Soler Serrano, el autor reflexiona en torno a la relación con sus padres y con su hermana, Nora, la literatura, y los escritores que guiaron su evolución: Whitman, Stevenson, Dickens, Wells, Kipling, y tantos más. Se detiene, con tímido entusiasmo, en las relaciones que lo unieron a sus grandes amigos, entre ellos Adolfo Bioy Casares, en la dificultad que supuso la ceguera para su carrera ("un escritor debe pensar que todo le fue dado en beneficio de su obra, la ceguera no es más que una forma de soledad"), y en ciertas vivencias que dejaron huella en su memoria, poblada de citas, recuerdos, anécdotas y sobre todo, de incontables pilas de libros. Libros, escritos por otros por supuesto, que decía recordar más vívidamente que sus propias experiencias. Lo que no sorprende, si se piensa que su hábitat natural, la "realidad" que prefería y en la que se recluía, era la textual. Acaso porque la otra le resultaba demasiado conflictiva.

Sin quererlo, la entrevista descubre a ese Borges confinado en la literatura, representada en esa biblioteca infinita de su niñez, de la que nunca hubiese querido salir y a la que define en la charla como el "acontecimiento capital" de su vida. Descubre a ese Borges alejado de la dramática realidad de la Argentina de fines de los 70. En ningún momento de la conversación, que dura algo más de una hora, se hace referencia a la dictadura militar que azotaba al país. El espectador se encuentra con un Borges cálido, astuto, desbordante de energía y lúcido y lozano para sus 80 años, pero que omite el tema sobre el que le hubiera sido imposible bromear, y que quizás hubiera revelado algunas de sus miserias ocultas. Sólo aclara: "No soy nacionalista, nunca fui peronista, no soy comunista... Diría que soy un modesto anarquista, que cree en el individuo y no en el Estado". El otro tema al que le escapa, explícitamente, es el amor en su vida. "Prefiero no ser íntimo", se justifica.

Cuando le llega el turno de hablar de su familia, Borges recuerda el único consejo que le dio su padre, Jorge Guillermo, cuando cayó en la cuenta de que su hijo iba a dedicarse profesionalmente a escribir: "Lee todo lo que puedas, escribe sólo cuando sientas la íntima necesidad de hacerlo, y publica lo menos posible", le dijo. El intentó cumplir. A Leonor Acevedo, su madre, por la que sintió un amor edípico y desmesurado que dificultó su acercamiento a otras mujeres, la recuerda leyéndole y releyéndole sonetos, cuentos, poemas. "Necesito jugar a que está viva", admite en uno de los momentos confesionales de la charla. "Y extraño contarle mis sueños, como hacía siempre, por la mañana". El cuarto de su madre --a quien le dedicó el famoso poema "El arrepentimiento", y de la que no se separó ni siquiera durante su primera luna de miel-- permaneció tal como ella lo había dejado, aún muchos años después de que muriese.

La fama ("Como decía Kipling, tanto el éxito como el fracaso son ilusorios"), el amor tratado a grosso modo, ("a diferencia de la amistad, que no necesita frecuencia, está lleno de ansiedades y dudas"), su gato Beppo ("aclaro que ha sido el único gato en mi vida"), y la muerte ("no le temo, porque todos mis parientes han muerto deseosos de irse"), son otros de los temas que aborda con gracia y destreza intelectual. "Ofrezco mi decrepitud a gusto", bromea cuando el conductor del ciclo le pide que se enderece para facilitar el trabajo de las cámaras. A quienes quieran escribir, Borges les aconseja: 1) ser irrespetuosos con las normas, 2) narrar los hechos como si no se entendieran del todo (lo que hizo Cervantes cuando escribió "dio el espíritu", y a continuación aclaró: "quiero decir, se murió"), y, por sobre todo, entender la literatura como una forma de felicidad. El se sabía una prueba viviente de que la satisfacción y el consuelo pueden hallarse en los libros.

 

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