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Con Olivera en la comuna empezó la fiesta aliancista

Un día antes de asumir como presidente de la Nación, Fernando de la Rúa delegó el mando de la ciudad de Buenos Aires en su segundo, Enrique Olivera, quien se comprometió a “continuar” la obra de su amigo.

Un día antes de asumir como presidente de la Nación, Fernando de la Rúa delegó el mando de la ciudad de Buenos Aires en su segundo, Enrique Olivera, quien se comprometió a “continuar” la obra de su amigo.

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Por Romina Calderaro y Santiago Rodríguez

t.gif (862 bytes)  Fue el principio de la fiesta de la Alianza; una fiesta que alcanzará su punto culminante hoy, cuando Fernando de la Rúa jure como presidente de la Nación, pero que arrancó ayer con la asunción de Enrique Olivera como su sucesor en la ciudad de Buenos Aires. Y Olivera celebró por partida doble: no sólo por haber pasado de vicejefe a jefe de Gobierno porteño en reemplazo de uno de sus más íntimos amigos, sino porque ésa era la meta que ambos se propusieron el día en que De la Rúa fue elegido para gobernar la ciudad y decidió saltar a la carrera presidencial. Olivera se comprometió a “continuar” la gestión de su antecesor y aseguró que su “preocupación fundamental” será atender “las cuestiones sociales”.
El traspaso del poder en la ciudad comenzó en la Legislatura porteña con la jura de Olivera y concluyó en el Salón Dorado de la jefatura de Gobierno con una ceremonia en la que De la Rúa le delegó verbalmente el mando. “Es que en la ciudad, la ley no ha establecido símbolos, sino trabajos”, explicó el presidente electo, quien dejó el cargo sin que los legisladores hicieran realidad su deseo de investirlo con un bastón de mando, con ornamentos de oro y plata, que había imaginado para sí.
“Por Dios, la Patria y los Santos Evangelios”, juró Olivera en la Legislatura, cuyas bancas no estuvieron tan pobladas como las galerías: de los 60 diputados, sólo 44 concurrieron a la ceremonia. Los que faltaron fueron en su mayoría del PJ y Nueva Dirigencia. Pinky, la flamante secretaria de Promoción Social de la comuna, se destacó con sus clásicos anteojos oscuros y una enorme flor blanca en la solapa de su vestido azul entre los funcionarios del gobierno porteño que asistieron al acto.
Olivera ingresó en el recinto de la Legislatura en medio de aplausos una vez que concluyó la lectura de una carta de renuncia de De la Rúa tan particular que esa palabra no apareció citada ni una sola vez. “En virtud del mandato popular asumiré el cargo de Presidente de la Nación”, señaló únicamente en el texto y recordó la “imposibilidad constitucional” de ejercer dos cargos al mismo tiempo.
El Salón Eva Perón –donde se guarda como una reliquia el escritorio de trabajo de la esposa del líder del justicialismo– fue el lugar contiguo al recinto donde Olivera esperó que finalizara la lectura de la carta. Hasta allí lo fueron a buscar el vicepresidente primero de la Legislatura, Aníbal Ibarra, y los titulares de los tres bloques parlamentarios porteños: Gabriela González Gass (Alianza), Antonio Cortés (PJ) y Enrique Rodríguez (Nueva Dirigencia). Minutos más tarde, tras la jura, pronunció sus primeras palabras como jefe de Gobierno.
En su discurso, Olivera destacó los “logros” de la administración delarruista para finalizar diciendo que lo suyo sería la “continuidad”. Tan fino fue el racconto de lo realizado en el distrito desde el 6 de agosto de 1996 –cuando comenzó la gestión de De la Rúa– que también rescató el hecho de que el gobierno editara un CD con el Himno Nacional y diversas marchas patrias interpretadas por Jairo, Víctor Heredia y Alejandro Lerner, entre otros: “Se hizo también una reedición de las canciones patrias para adecuarlas al gusto de la juventud y hoy podemos afirmar que los jóvenes las tararean en los patios de las escuelas”.
Olivera adelantó que profundizará la descentralización de la comuna –una tarea que De la Rúa le delegó desde el comienzo de su gestión– y que acordará con la Nación que la Superintendencia de Seguridad Metropolitana de la Policía Federal dependa también del gobierno porteño.
“No pueden convivir en la ciudad la extrema pobreza y la extrema riqueza. De ahí la importancia de una adecuada distribución del ingreso”, fue el tramo más aplaudido del mensaje de Olivera, quien también le dio una mano a Ibarra, el candidato de la Alianza a sucederlo el año próximo: “Se ha hecho mucho, pero falta hacer mucho más en los próximos períodos y estoy seguro de que el pueblo sabrá elegir a aquellos que realicen las mejores propuestas”.
Olivera salió de la Legislatura con toda la pompa: cadetes de la Policía Federal –de impecable chaqueta de gala blanca y pantalones azul claro– le formaron un cordón de honor de más de cien metros hasta la jefatura de Gobierno. Allí, llegó caminando con su esposa, María Carbó, y lo recibieron con un saludo de trompetas.
“Este es un acto lleno de emoción para mí”, aseguró De la Rúa después de pasarle el mando a Olivera. El Salón Dorado estaba desbordado: no sólo estuvieron presentes casi todos los que integrarán su futuro gabinete nacional y quienes lo acompañaron en la gestión porteña, sino también personajes como el jefe del Ejército, Martín Balza; el ex vicepresidente radical Víctor Martínez y los intendentes de Montevideo, Mariano Arana; de Asunción, Martín Burt; de Lima, Alberto Andrade; y de México, Rosario Robles. Notoria fue la ausencia de Carlos “Chacho” Alvarez.
De la Rúa afirmó estar apenado por abandonar las “funciones a las que me prodigué con tanto amor” y, aunque prometió que no iba a realizar un balance de su gestión porque “eso le corresponde a la gente”, dedicó buena parte de su discurso a enumerar lo que hizo. La nota intimista la dio al agradecer “mucho a Inés (Pertiné), mi mujer, la paciencia de la horas en que yo no llegaba. Pero era necesario para la ciudad”.
Olivera no agregó mucho más de lo que había dicho en la Legislatura, salvo porque le prometió a De la Rúa que “la Ciudad de Buenos Aires va a estar a la cabeza de la obra de reparación histórica que empieza mañana (por hoy)”. Y no agradeció a su esposa, sino que se permitió saludar a su madre, sentada en la primera fila: “Hoy está aquí con muchos años, pero con mucha entereza, apoyándome moralmente, así como en mi niñez y mi juventud me apoyó espiritual y materialmente”. Como toda fiesta que se precie de tal, terminó con un brindis.

 


 

ENRIQUE OLIVERA PADILLA, EL AMIGO DE DE LARUA
Campeón de rugby y socio del Jockey

t.gif (862 bytes) Enrique Olivera Padilla. Así reza el documento del flamante jefe de Gobierno porteño, un hombre que puede exhibir algo que más de un radical quisiera tener por estos días: la plena confianza de Fernando de la Rúa.
El principal capital de Olivera deviene de su larga trayectoria en la actividad privada. Entre los ‘70 y los ‘80 fue directivo de Fiat y del Banco Francés e integró las cámaras de los fabricantes de automóviles y los banqueros. En política, siempre trabajó con De la Rúa, a quien lo une una relación que debe a la amistad que desde antaño mantienen sus esposas, Inés Pertiné y María Carbó. Por su amigo Fernando se afilió a la UCR y se convirtió en director del Holding de empresas públicas del gobierno de Raúl Alfonsín, del que después fue secretario de Turismo.
Se podría decir que es multifacético: graduado en Harvard, campeón de rugby con la primera de Alumni, socio del Jockey y del Club de Armas, abogado, diputado (‘91/’95), asesor de empresas, mediador en conflictos ambientales. Su hermano es el abad general de la orden de los Monjes Trapenses y su apellido ya formaba parte de la historia porteña: su bisabuelo Domingo Olivera fue gran amigo de Bernardino Rivadavia y es en su homenaje que la avenida Olivera lleva ese nombre. La casona del bisabuelo y sus campos se conocieron mucho tiempo como Parque Olivera y comprendían el mismo predio que hoy se conoce como Parque Avellaneda.

 

Nuevo elenco

Pinky lució el peinado más abultado y el vestido más llamativo, pero no logró enfervorizar a los invitados al Salón Dorado de la Jefatura de Gobierno porteño. Teresita de Anchorena, Pablo Bonazzola y especialmente Abel Fatala, en cambio, recibieron ovaciones. Los cuatro juraron ayer como secretarios del gabinete con el que Enrique Olivera encarará su gestión en la comuna. Pinky asumió como secretaria de Promoción Social, cargo que dejó vacante Cecilia Felgueras para secundar a Graciela Fernández Meijide en el Ministerio de Acción Social de la Nación. Teresa de Anchorena –ex subsecretaria de Cultura de la comuna– es la nueva secretaria de Cultura en reemplazo de Darío Lopérfido, a quien el presidente electo, Fernando de la Rúa, designó como secretario de Medios y Cultura de su gobierno. Pablo Bonazzola se hizo cargo de la Secretaría de Salud y sucedió a Héctor Lombardo, quien también pegó el salto al Ministerio de Salud nacional. Y el diputado frepasista porteño Abel Fatala asumió al frente la Secretaría de Obras Públicas, que dejó vacante Hugo Clause.

 

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