Por Romina Calderaro y Santiago Rodríguez Fue el principio
de la fiesta de la Alianza; una fiesta que alcanzará su punto culminante hoy, cuando
Fernando de la Rúa jure como presidente de la Nación, pero que arrancó ayer con la
asunción de Enrique Olivera como su sucesor en la ciudad de Buenos Aires. Y Olivera
celebró por partida doble: no sólo por haber pasado de vicejefe a jefe de Gobierno
porteño en reemplazo de uno de sus más íntimos amigos, sino porque ésa era la meta que
ambos se propusieron el día en que De la Rúa fue elegido para gobernar la ciudad y
decidió saltar a la carrera presidencial. Olivera se comprometió a continuar
la gestión de su antecesor y aseguró que su preocupación fundamental será
atender las cuestiones sociales.
El traspaso del poder en la ciudad comenzó en la Legislatura porteña con la jura de
Olivera y concluyó en el Salón Dorado de la jefatura de Gobierno con una ceremonia en la
que De la Rúa le delegó verbalmente el mando. Es que en la ciudad, la ley no ha
establecido símbolos, sino trabajos, explicó el presidente electo, quien dejó el
cargo sin que los legisladores hicieran realidad su deseo de investirlo con un bastón de
mando, con ornamentos de oro y plata, que había imaginado para sí.
Por Dios, la Patria y los Santos Evangelios, juró Olivera en la Legislatura,
cuyas bancas no estuvieron tan pobladas como las galerías: de los 60 diputados, sólo 44
concurrieron a la ceremonia. Los que faltaron fueron en su mayoría del PJ y Nueva
Dirigencia. Pinky, la flamante secretaria de Promoción Social de la comuna, se destacó
con sus clásicos anteojos oscuros y una enorme flor blanca en la solapa de su vestido
azul entre los funcionarios del gobierno porteño que asistieron al acto.
Olivera ingresó en el recinto de la Legislatura en medio de aplausos una vez que
concluyó la lectura de una carta de renuncia de De la Rúa tan particular que esa palabra
no apareció citada ni una sola vez. En virtud del mandato popular asumiré el cargo
de Presidente de la Nación, señaló únicamente en el texto y recordó la
imposibilidad constitucional de ejercer dos cargos al mismo tiempo.
El Salón Eva Perón donde se guarda como una reliquia el escritorio de trabajo de
la esposa del líder del justicialismo fue el lugar contiguo al recinto donde
Olivera esperó que finalizara la lectura de la carta. Hasta allí lo fueron a buscar el
vicepresidente primero de la Legislatura, Aníbal Ibarra, y los titulares de los tres
bloques parlamentarios porteños: Gabriela González Gass (Alianza), Antonio Cortés (PJ)
y Enrique Rodríguez (Nueva Dirigencia). Minutos más tarde, tras la jura, pronunció sus
primeras palabras como jefe de Gobierno.
En su discurso, Olivera destacó los logros de la administración delarruista
para finalizar diciendo que lo suyo sería la continuidad. Tan fino fue el
racconto de lo realizado en el distrito desde el 6 de agosto de 1996 cuando comenzó
la gestión de De la Rúa que también rescató el hecho de que el gobierno editara
un CD con el Himno Nacional y diversas marchas patrias interpretadas por Jairo, Víctor
Heredia y Alejandro Lerner, entre otros: Se hizo también una reedición de las
canciones patrias para adecuarlas al gusto de la juventud y hoy podemos afirmar que los
jóvenes las tararean en los patios de las escuelas.
Olivera adelantó que profundizará la descentralización de la comuna una tarea que
De la Rúa le delegó desde el comienzo de su gestión y que acordará con la
Nación que la Superintendencia de Seguridad Metropolitana de la Policía Federal dependa
también del gobierno porteño.
No pueden convivir en la ciudad la extrema pobreza y la extrema riqueza. De ahí la
importancia de una adecuada distribución del ingreso, fue el tramo más aplaudido
del mensaje de Olivera, quien también le dio una mano a Ibarra, el candidato de la
Alianza a sucederlo el año próximo: Se ha hecho mucho, pero falta hacer mucho más
en los próximos períodos y estoy seguro de que el pueblo sabrá elegir a aquellos que
realicen las mejores propuestas.
Olivera salió de la Legislatura con toda la pompa: cadetes de la Policía Federal
de impecable chaqueta de gala blanca y pantalones azul claro le formaron un
cordón de honor de más de cien metros hasta la jefatura de Gobierno. Allí, llegó
caminando con su esposa, María Carbó, y lo recibieron con un saludo de trompetas.
Este es un acto lleno de emoción para mí, aseguró De la Rúa después de
pasarle el mando a Olivera. El Salón Dorado estaba desbordado: no sólo estuvieron
presentes casi todos los que integrarán su futuro gabinete nacional y quienes lo
acompañaron en la gestión porteña, sino también personajes como el jefe del Ejército,
Martín Balza; el ex vicepresidente radical Víctor Martínez y los intendentes de
Montevideo, Mariano Arana; de Asunción, Martín Burt; de Lima, Alberto Andrade; y de
México, Rosario Robles. Notoria fue la ausencia de Carlos Chacho Alvarez.
De la Rúa afirmó estar apenado por abandonar las funciones a las que me prodigué
con tanto amor y, aunque prometió que no iba a realizar un balance de su gestión
porque eso le corresponde a la gente, dedicó buena parte de su discurso a
enumerar lo que hizo. La nota intimista la dio al agradecer mucho a Inés
(Pertiné), mi mujer, la paciencia de la horas en que yo no llegaba. Pero era necesario
para la ciudad.
Olivera no agregó mucho más de lo que había dicho en la Legislatura, salvo porque le
prometió a De la Rúa que la Ciudad de Buenos Aires va a estar a la cabeza de la
obra de reparación histórica que empieza mañana (por hoy). Y no agradeció a su
esposa, sino que se permitió saludar a su madre, sentada en la primera fila: Hoy
está aquí con muchos años, pero con mucha entereza, apoyándome moralmente, así como
en mi niñez y mi juventud me apoyó espiritual y materialmente. Como toda fiesta
que se precie de tal, terminó con un brindis.
ENRIQUE OLIVERA PADILLA, EL AMIGO DE DE LARUA
Campeón de rugby y socio del Jockey
Enrique
Olivera Padilla. Así reza el documento del flamante jefe de Gobierno porteño, un hombre
que puede exhibir algo que más de un radical quisiera tener por estos días: la plena
confianza de Fernando de la Rúa.
El principal capital de Olivera deviene de su larga trayectoria en la actividad privada.
Entre los 70 y los 80 fue directivo de Fiat y del Banco Francés e integró
las cámaras de los fabricantes de automóviles y los banqueros. En política, siempre
trabajó con De la Rúa, a quien lo une una relación que debe a la amistad que desde
antaño mantienen sus esposas, Inés Pertiné y María Carbó. Por su amigo Fernando se
afilió a la UCR y se convirtió en director del Holding de empresas públicas del
gobierno de Raúl Alfonsín, del que después fue secretario de Turismo.
Se podría decir que es multifacético: graduado en Harvard, campeón de rugby con la
primera de Alumni, socio del Jockey y del Club de Armas, abogado, diputado
(91/95), asesor de empresas, mediador en conflictos ambientales. Su hermano es
el abad general de la orden de los Monjes Trapenses y su apellido ya formaba parte de la
historia porteña: su bisabuelo Domingo Olivera fue gran amigo de Bernardino Rivadavia y
es en su homenaje que la avenida Olivera lleva ese nombre. La casona del bisabuelo y sus
campos se conocieron mucho tiempo como Parque Olivera y comprendían el mismo predio que
hoy se conoce como Parque Avellaneda.
Nuevo elenco Pinky lució el peinado más abultado y el vestido más llamativo, pero no
logró enfervorizar a los invitados al Salón Dorado de la Jefatura de Gobierno porteño.
Teresita de Anchorena, Pablo Bonazzola y especialmente Abel Fatala, en cambio, recibieron
ovaciones. Los cuatro juraron ayer como secretarios del gabinete con el que Enrique
Olivera encarará su gestión en la comuna. Pinky asumió como secretaria de Promoción
Social, cargo que dejó vacante Cecilia Felgueras para secundar a Graciela Fernández
Meijide en el Ministerio de Acción Social de la Nación. Teresa de Anchorena ex
subsecretaria de Cultura de la comuna es la nueva secretaria de Cultura en reemplazo
de Darío Lopérfido, a quien el presidente electo, Fernando de la Rúa, designó como
secretario de Medios y Cultura de su gobierno. Pablo Bonazzola se hizo cargo de la
Secretaría de Salud y sucedió a Héctor Lombardo, quien también pegó el salto al
Ministerio de Salud nacional. Y el diputado frepasista porteño Abel Fatala asumió al
frente la Secretaría de Obras Públicas, que dejó vacante Hugo Clause. |
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